GRANADA / George Crumb o la modernidad cosmopolita de Federico García Lorca
Granada. Centro Federico García Lorca. 6/VII/202. Taller Atlántico Contemporáneo. Director: Diego García Rodríguez. Obras de Crumb.
Una de las iniciativas más interesantes de esta edición del Festival de Música y Danza, y que abunda en su dimensión intelectual y formativa, ha sido el denominado Crumb-Lorca Project, ciclo cuyo propósito es interpretar la música que el compositor estadounidense George Crumb (1929), nombrado ‘residente’ de esta edición del Festival, ha compuesto en torno a la obra y la figura de Federico García Lorca, entre otras músicas. Los conciertos se han celebrado, como no podía ser de otra manera, en el espacio escénico del Centro Federico García Lorca.
Valga como muestra el concierto del martes 6 de julio, a cargo del conjunto Taller Atlántico contemporáneo, en el que se interpretaron distintos ciclos de canciones del compositor a partir de textos de Lorca sobre la luna y la infancia. Nada más entrar en la sala, impresionaba ya ver sobre el escenario la panoplia de instrumentos, principalmente de percusión, que lo ocupaban por entero. A partir de ese momento, se desarrolló una música eminentemente atmosférica, construida en torno a creación de una suerte de climas tímbricos y rítmicos con una poderosa capacidad evocadora, que, además, no renunciaba a cierta vocación escénica. Así en la cuarta canción del primer ciclo, Night of the Four Moons (Huye luna, luna, luna), en cierto momento los instrumentistas comienzan a abandonar la escena —a la manera de la Sinfonía de los adioses de Haydn— y queda tocando el violoncelo solo en esta (bellísimo), mientras que fuera, mezzosoprano y flauta evocan una cita de La canción de la tierra de Mahler. Hubo otros momentos de intertextualidad sutil, no intrusiva: Richard Strauss, el Bolero de Ravel, extrañado por una soberbia interpretación de oboe y subrayado por la percusión característica, o evocaciones de música japonesa con un banjo haciendo el papel de shamisen. Los textos de García Lorca, en español o en inglés, no se usaban a la manera convencional, como poemas a los que se pone música, sino que se presentaban fragmentados y extrañados. Se resituaban así en su dimensión eminentemente moderna e internacional, alejada de localismos o folclorismos.
La interpretación de las obras, de una dificultad notable (literalmente: podía percibirse), fue espléndida, precisa y concentrada. Formaba parte del encanto escénico del concierto ver a los intérpretes atareados entre tanto utensilio, pasando de uno a otro, como cocineros musicales que tienen que sacar a tiempo un plato colaborativo y difícil coordinados por su director. Las cantantes (que también tenían que participar en la labor percusiva) exploraron todas sus posibilidades vocales más allá del canto (por ejemplo, la mezzosoprano Susana Ferrero), con algunos momentos muy bellos de puro recitado (Verónica Plata, soprano II), o cuando la soprano I, Carmen Gurriarán, cantó o emitió con gran destreza vocal ciertos sonidos arcanos asomada a la caja del piano como quien le canta al fondo de un pozo, imagen perfectamente posible en el imaginario lorquiano.
Si la música estrictamente contemporánea es a veces un plato difícil para el público, conciertos de este tipo contribuyen a acercarla, a que se le pierda el miedo y, en última instancia, a disfrutarla en lo que, más allá de sus presupuestos teóricos y formales, tiene de viscerales.
José Manuel Ruiz Martínez
(Foto: Fermín Rodríguez)
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