GRANADA / Flores, Rondón y Hernández-Silva: espectacular fiesta venezolana con la OCG
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 27-I-2024. Pacho Flores, trompeta. Leo Rondón, cuatro venezolano. Director (y maracas): Manuel Hernández-Silva. Obras de Musorgski-Lindberg, D’rivera y Flores.
El quinto concierto de abono de la Orquesta Ciudad de Granada ha resultado, por programa, uno de los más atípicos y disímiles; también de los más divertidos y espectaculares. En la primera parte se interpretó la célebre obra de Musorgski Cuadros de una exposición, pero no en la orquestación habitual de Ravel, sino en la novísima de Christian Lindberg (1958), estrenada en Tel Aviv en 2019, y estreno en España en la presente ocasión, toda una rareza y curiosidad para melómanos y musicólogos. En la segunda, como en un concierto distinto, un monográfico de música venezolana, con el Concierto venezolano para trompeta y orquesta del músico cubano Paquito D’Rivera, y Cantos y revueltas, fantasía concertante para trompeta, cuarto venezolano y orquesta, Pacho Flores (1981), a la sazón el trompeta solista de la velada.
Acostumbrados a la orquestación canónica de Ravel, los Cuadros sonaban inevitablemente extraños. La experiencia recordaba a cuando de niño cambiaban de repente el doblador de la voz del protagonista de una serie: siendo igual, aquello no era lo mismo. Uno echa de menos el saxofón en el “viejo castillo”, el redoble implacable de caja en “Bydlo”, o las campanas de “La gran puerta de Kiev”, por no hablar del solo de trompeta inicial. Pero esta impresión resulta subjetiva e injusta con una orquestación que resultó inteligente y eficaz, sobria, casi camerística aun interpretada por un efectivo orquestal notable, y con un color más uniforme y entonado, todo por contraste con la de Ravel. Muy bonito el solo de violín en “Tuilleries” —estupendamente bien interpretado por Peter Biely—; excelente el solo de trompa de Óscar Salas en “Bydlo”, con los contrabajos cerrando lentos y solemnes en piano—; el timbal, que toma protagonismo en la pompa final de la “Gran puerta de Kiev” y, en general, los detalles de las maderas, extraordinarios como siempre, tanto solistas como en conjunto. Todo muy bien llevado con una dirección precisa y entusiasta de Manuel Hernández-Silva.
Que la segunda parte iba a constituir algo diferente, e inédito, se comprendía cuando el trompeta solista, Pacho Flores, salió a escena —ayudado por el director y acompañados por Leo Rondón, el solista de cuatro venezolano—con una panoplia de hasta siete trompetas diferentes, que dispuso junto a sí. A partir de ese momento, comenzó el espectáculo. Flores, además de un intérprete fuera de serie, es un showman, en el sentido mejor y más alto del término: no se privó de explicar cuestiones de la música que iban a interpretar ni de hacer bromas con las que se ganó al público de inmediato. La interpretación fue asombrosa. Flores es de ese tipo de solista que en su virtuosismo extremado consigue que lo que está haciendo parezca fácil. Tocaba como quien no le da importancia a su acción (en contraste radical con el resultado), con un absoluto dominio del instrumento y de los efectos que busca lograr con él: ora emotivo, ora estridente, clásico, elegante, gamberro, evocador… En su absoluta libertad escénica, interrumpió tanto el concierto como su propia obra en sendos momentos, para, a modo de interludio cómico, pedir la colaboración del público (al que no hay nada que le guste más), para cantar con él. Hasta le interpretó el cumpleaños feliz a Rondón (se ve que lo era), coreado por el público y acompañado por la orquesta ¡en mitad de su propia obra! El intérprete de cuatro, por cierto, que al principio podía parecer una figura secundaria si bien dotada de idéntica cualidad que Flores (la facilidad aparente), acabó ganando protagonismo y terminó por interpretar un solo prolongado de un virtuosismo que rozó lo delirante.
De hecho, el concierto fue derivando hacia lo festivo, en lo que acabó teniendo algo de jam session, improvisada o no de veras, con Flores indicando el nombre de los participantes y pidiendo aplausos, y donde director y solistas mostraron una compenetración impresionante —el espectáculo inesperado que dio Hernández Silva con las maracas fue para verlo— y que, ante el entusiasmo del público, se prolongó en varias propinas, donde Rondón tomó prestado un contrabajo de la orquesta para pellizcarlo y Hernández Silva se adueñó él mismo del cuatro venezolano. En esta verdadera fiesta, la orquesta podría parecer eclipsada, pero lo cierto es que actuaron al mismo nivel de entusiasmo y precisión que los solistas, con Hernández-Silva sin perderlos de vista, y disfrutando de hacer música todos juntos.
Muy probablemente, la pasada noche en el auditorio de Granada tuvimos el privilegio de asistir a un espectáculo mejor que el que pudiera verse en cualquier mítico local nocturno de capital cosmopolita, europea o americana, con todo su glamour. A ver si vuelven pronto y que viva Venezuela.
José Manuel Ruiz Martínez