GRANADA / Fascinante Igor Levit

Granada. Patio de Los Arrayanes de la Alhambra. 20-VII-2020. 69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Igor Levit, piano. Obras de Beethoven.
Poder escuchar a uno de los mejores intérpretes de la obra para piano de Beethoven que existen en la actualidad, como es el ruso-alemán Igor Levit, supone un privilegio para todo aquel que ame la música para teclado. El planteamiento introspectivo que se percibe siempre en su manera de tocar podía hacer pensar al oyente que se vería incrementado por la trascendencia estética de las últimas sonatas del gran compositor alemán que, desde su creación, no han dejado de ser paradigmas de la literatura pianística junto a la Sonata Hammerklavier y las asombrosas Variaciones Diabelli, que comparten absoluta relevancia universal con las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach.
La Sonata nº 30 op. 109 sirvió para determinar el clima a seguir a lo largo del recital, marcando en su vivo primer tiempo la distinción temática con una amplia respuesta técnica en ambas manos que se contrastaban con definida claridad en su alternancia, hasta llegar a ese punto de inflexión expresiva del Adagio, con el que apareció ese lirismo magistral con el que Levit vive los tiempos lentos. Su poderoso mecanismo hizo presencia en el rápido segundo movimiento, antes de volver a un íntimo reencuentro emocional en el inicio del Andante final, que transmitió con delicado canto a media voz y una gran fantasía que apuntaba a las esencias del romanticismo más espiritual imaginable. El contrapunto final sirvió para que se percibieran los mejores secretos de su musicalidad.
Sin solución de continuidad, Levit inició la interpretación de la siguiente sonata, la Op. 110, despojando las tensiones mantenidas en la anterior y entrando de lleno en la meditativa transparencia que requiere su atrabiliaria temática dramática, que el pianista anticipó antes de entrar de lleno en el segundo movimiento, expresado con contundencia scherzante antes de acometer su extraño trío, que tradujo de manera etérea, diferenciando siempre sus distintas dinámicas. El mejor Levit surgió en el Adagio final. Sabedor de la esencialidad de este tiempo como determinante sujeto de la obra, desplegó la plenitud de su toque, llevando al instrumento toda la conflictividad sensorial que contiene este último movimiento, desbordando sensibilidad en el Arioso anterior a la fuga que cierra la sonata.
Como si hubiera llegado al límite de la emoción, el pianista se dispuso a afrontar la dialéctica de la última sonata, Op. 111, manifestando una leve desconcentración ante la solidez de entendimiento que requiere esta obra. Su interpretación se hizo menos fascinante, estando caracterizada por una búsqueda constante de superación expresiva que sólo se materializó en algunos momentos, como en la sublime simplicidad de la Arietta y en la compensación de mecanismo de ambas manos que ha de tener su tercera variación, que fue ejecutada con deslumbrante expresividad.
Con este recital, el Patio de los Arrayanes volvía a ser el tradicional templo pianístico del Festival.
(Foto: Fermín Rodríguez)