GRANADA / Enrico Onofri y la OCG: el enérgico encanto del clasicismo temprano
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 22-IX-2023. Orquesta Ciudad de Granada. Violín solista y director: Enrico Onofri. Obras de Joseph y Michel Haydn, Sacchini, Mozart, Sammartini y Boccherini.
Segundo concierto del ciclo de Otoño de la OCG, impropiamente llamado «Espacio barroco», porque, en este caso, el programa a cargo del violinista y director Enrico Onofri, se dedicó más bien —como explica Stefano Russomanno en sus clarificadoras notas al programa— a ese espacio indeterminado entre las postrimerías del barroco, el surgimiento del llamado estilo galante y el nacimiento del clasicismo, un programa curioso y variado que incluía obras tempranas o poco interpretadas de los clasicistas mayores —el Concierto para violín y orquesta de cuerda en Sol mayor de Haydn HOB VIIa:4, la Sinfonía en Re mayor K. 19 de Mozart o la Sinfonía n.º 26 en do menor op. 41 de Boccherini—, junto con las de otros autores menos conocidos: así, la Sinfonía n.º 39 en do mayor de Michael Haydn, la Chacona en Do menor de Antonio Sacchini, o la Sinfonía en La mayor para cuerdas J-C 62 de Giovanni Battista Sammartini.
Si en el pasado concierto vimos a la OCG transformarse razonablemente, por sonoridad y cualidades interpretativas, sin instrumentos de época, en una formación barroca, esta vez demostraron su versatilidad con la jovialidad, el nervio y la ligereza clasicista (o preclasicista) que supo imprimirles Onofri con una dirección —con batuta— sobria, seria y precisa en gestos. Ejerció el director (más conocido, de hecho, por esta faceta), también de solista en el concierto para violín de Haydn, desde donde predicó las mismas virtudes que pedía a la orquesta: elegancia, precisión en el fraseo, ligereza y entusiasmo sin necesidad de grandes aspavientos, con el arco del violín esgrimido a veces para la dirección casi como si fuera un sable, o con algún zapatazo ocasional —que se repitió en alguna otra parte del concierto— para subrayar un ritmo o un ataque, y que no molesta porque de algún modo aporta a la interpretación su carácter vivo, real, y no prefabricado o relegado a un museo. Pocas veces se habrá podido oír en el auditorio un pianissimo tan prolongado, extremado y virtuoso —acompañado del correspondiente de la cuerda cuando se le incorporó para la conclusión— como el que ejecutó Onofri en la cadencia del segundo movimiento del concierto.
Toda una grata sorpresa para el oyente poco acostumbrado fueron las sinfonías de Michael Haydn, Boccherini y Sammartini, sin nada que envidiar a otras más habituales en el repertorio, interpretadas todas ellas —insistimos— con gran vitalismo y alacridad por la orquesta. En ese sentido, no deja resultar paradójico que la sinfonía de Mozart, sin dejar de ser encantadora, pasara rauda y casi inadvertida —como un simpático interludio— en la brillante brevedad con que la interpretó la orquesta (una obra que, a fin de cuentas, Mozart compuso con tan solo 9 años). Por contraste, caber destacar en su rareza el encanto de la de Sammartini, enérgica y lírica a un tiempo, donde las cuerdas solas destacaron especialmente por su virtuosismo; o el bello tiempo lento de la de Boccherini, una pastoral, con sus timbres y cadencia característicos muy logrados, en la que se produjo un auténtico idilio solista entre el oboe y el violín (excelentes José Antonio Masmano y el concertino invitado, Perceval Gilles), a los que pronto se sumaron, como en un pequeño interludio de cámara, la trompa y el violoncelo solistas.
Nuevo acierto, en definitiva, de la programación, sobre todo en estos ciclos precedentes al sinfónico principal, donde el público tiene la oportunidad conocer obras menos transitadas y ponerlas en diálogo entre sí, pero también con aquellas, precedentes y posteriores, que marcan los hitos del periodo en cuestión y que se conoce ya de memoria.
José Manuel Ruiz Martínez