GRANADA / El mediático y visual Klaus Mäkelä, con Schoenberg y Mahler
Granada. Palacio de Carlos V. 29-VI-2024. 73 Festival de Granada. Orchestre de Paris. Solista: Christiane Karg, soprano. Director: Klaus Mäkelä. Schoenberg: Verklärte Nacht, op. 4 (Noche transfigurada, versión 1943). Mahler: Sinfonía nº 4.
Primero de los dos conciertos del joven director finlandés Klaus Mäkelä (Helsinki, 1996) en esta edición del festival granadino. El ahora titular de la Orquesta de París y de la Filarmónica de Oslo acudía esta vez al certamen con la primera de ellas, tras su sonado debut en el mismo festival como artista residente en la edición de 2021. Formado inicialmente como violonchelista, Mäkelä es otro producto más del profesor finlandés de dirección Jorma Panula. Por las manos de Panula han pasado batutas hoy bien conocidas, como Salonen, Mikko Franck, Oramo, Saraste o Vänskä. Pero, entre los jóvenes, los nombres más destacados son justamente los de Mäkelä (28 años) y Tarmo Peltokoski (24). Ambos, por cierto, invitados a este festival.
En lo que se refiere al concierto que nos ocupa, quien esto firma tenía interés en escuchar en vivo a la Orquesta de París, porque hacía décadas que no la veía (la última vez que lo hice estaba Barenboim en el podio, y ya ha llovido desde que el argentino dejó la capital francesa). Interés, por tanto, servido por partida triple: programa, director y orquesta.
En cuanto a Mäkelä, aún por debutar en Barcelona y Madrid (lo hará a principios del año próximo), uno ha leído de todo. Desde entusiasmos desatados por su excepcional talento hasta decepciones igual de rotundas por considerarlo alguien que luce bien en cuanto a la estética de podio y es muy empático con los músicos (algo muy apreciado hoy), pero poco más. La polémica en torno a su figura y sobre en qué medida el marketing y el poder de una gran discográfica y de su todopoderoso agente Harrison Parrott han jugado más papel del deseable no ha hecho sino crecer tras su, para muchos, excesivamente precoz nombramiento como titular en el Concertgebouw y Chicago a partir del año 2027. Tendrá entonces 31 años. Una edad, desde luego, corta para cualquier carrera, pero más aún para la de los directores, que, por la propia naturaleza de su cometido, llegan al podio después que a los instrumentos. Creo que puede decirse también que edad más que temprana no para dirigir, sino para liderar como titular dos de los trasatlánticos filarmónicos de mayor peso en el mundo. El tiempo dirá si tienen razón quienes ya le sitúan en lo más alto del olimpo de las batutas o, por el contrario, están en lo cierto quienes piensan que, más allá del talento que posee, está llegando (o le están forzando a llegar) demasiado pronto a metas demasiado ambiciosas.
No son mancos los dos programas que afronta el joven finlandés en Granada. En el primero de ellos, anoche, la bellísima Noche transfigurada de Schönberg, mucho más compleja de lo que parece, y la Cuarta de Mahler. Apunta con acierto Justo Romero que la obra de Schoenberg, “narra los sentimientos y reacciones derivadas de la confesión de una mujer que revela a su pareja, ‘durante un paseo por un bosque bajo el claro de luna’, estar embaraza de un extraño.” Obra que habla de drama y de perdón, pero, sobre todo, de vida. Creo que estos versos del poema de Dehmel que inspiró a Schoenberg su obra hablan por sí solos:
“Transfigurará al hijo del hombre extraño.
Tú tendrás el niño para mí, como si fuera mío.
Tú has traído el brillo a mí,
me has hecho como un niño.”
Lenguaje, como señala Romero, aún tonal, impregnado de Wagner. Cromatismo, planificación sonora no sencilla (mucho divisi), necesidad de extrema sutileza en el manejo dinámico y expresivo, que transita desde la elegía inicial por el dramatismo encendido pero también hacia una efusión lírica que debe llegar con la suficiente fluidez, con la calma justa que no se arrastre hacia una morosidad alicaída. Porque, no olvidemos, estamos hablando de vida. De paz tras lo que podría haber sido una tormenta pero, sobre todo, de vida. El asunto, qué duda cabe, dista de ser sencillo.
Mäkelä es un maestro fácil para la vista. Su gestualidad completa, manos, cara, el cuerpo entero, es expresiva, de movimientos fogosos y detenciones significativas, como si sugiriera, sin decirlo “ahora vosotros” o “seguid así”. Es a la vez guía estéticamente atractiva, parece espontánea (aunque posiblemente no lo sea) y hasta útil para el público. Serán los músicos quienes tengan que opinar si también lo es para ellos, y uno diría que, a juzgar por lo fácil que ha sido su nombramiento en Chicago y Ámsterdam, muy probablemente la respuesta sea afirmativa. Es joven y parece poseer esa virtud de la empatía que hoy día importa tanto (y bien está que lo haga, entiéndaseme bien) y que hace décadas importaba un comino (le hablabas de empatía a Reiner, a Szell o a Toscanini y probablemente les daba la risa; lo mismo puede decirse, muy probablemente, de Celibidache). Y muchos dirán aquello de “vale, pero ¿este chico tiene talento, tanto como dicen?” Uno se resiste a intentar una respuesta con solo una ocasión de verle en vivo y con una orquesta que pareció buena, pero en absoluto excepcional. Prefiero pronunciarme (con todo lo irrelevante que mi opinión resulta, quede claro) no solo tras el concierto de mañana sino tras los de Madrid en el principio de 2025. No solo por añadir varias experiencias, sino porque la orquesta del Concertgebouw, salvo sorpresas, debe mostrarse bastante por encima de la formación francesa. Volveremos luego sobre esto.
Mäkelä inició la obra de Schoenberg con un pianissimo susurrado, con cierta morosidad, pero después también con relativa urgencia por alcanzar el primer forte. En ocasiones parecía desconcertar un tanto el gesto, más imperativo que sugerido, con lo que sonaba. No terminaba de diferenciarse suficientemente la dinámica (pp y ppp llegaban con similar intensidad) y en ocasiones tanto su gesto como su resultado parecían un tanto efectistas. Tuvo, sin embargo, momentos de gran intensidad (las negras bien resaltadas en el c. 201 indicado pesante, en ff, con una carga emotiva importante) y otros de lograda delicadeza, como el evanescente final, con las hermosas notas largas de violines I, violas I, violonchelos I y contrabajos, mientras las segundas secciones de los citados acompañan con suaves dibujos arpegiados. Una interpretación muy correcta, con momentos de gran belleza y sensibilidad, pero a la que se adivina aún lugar (más que lógico) para un recorrido de más hondo calado.
Tampoco es sencilla la Cuarta mahleriana, porque siendo cierto que libera a la batuta de grandes espesuras orquestales o corales presentes en algunas de las otras obras del ciclo, y que es obra menos prolija que otras de su autor en su elaboración, no es menos verdad que obliga al director a extraer la enjundia con el jugo justo, a destilar la esencia sin caer en lo insustancial ni deslizarse hasta el edulcoramiento. Equilibrio pues, delicado, porque la obra no deja además aparato en el que refugiar la falta de sustancia. Música que habla de jovialidad, de ternura, de infancia, de sencillez, de paz. De juego y de alegría. Sorprendió al que suscribe que el tempo imprimido por Mäkelä pareció más cauto que chispeante. Había, sí, luz, pero ese desenfado fresco parecía contenido más que abiertamente sonriente. Pareció algo meloso el segundo tema en los chelos, y algún rubato pareció un poco forzado. Mäkelä preparó bien la coda de este movimiento, que llegó plausiblemente traducido, pero sin esa chispa que la música parece reclamar.
Destacaron en el scherzo el preciso solo del concertino en scordatura y el buen solista de trompa. Mäkelä dibujó con corrección el movimiento, que tuvo sus mejores momentos en los dos ländler que ejercen el papel de trío. Lo mejor de la sinfonía llegaría en el tercer movimiento, iniciado a tempo lento (no tan “poco” adagio como aparece prescrito). Pero el finlandés consiguió momentos de gran belleza y expresión en este movimiento, el que quizá mejor retrató esa ternura y paz antes aludidas. Muy buenas prestaciones de violas, chelos y bajos, con exquisitos ppp y precisas y bien respetadas respiraciones según demanda Mahler. Aunque el tramo de este movimiento indicado andante pareció demasiado lento (o, dicho de otra manera, el salto al siguiente, marcado allegretto, resultó excesicvamente grande), todo el tramo final estuvo estupendamente construido y ejecutado, y bien puede decirse que fue lo mejor de la velada.
El cuarto movimiento, en fin, llegó a un tempo relativamente tranquilo, y con la soprano Karg situada en la galería superior del Palacio. El efecto visual es obvio. Sobre el auditivo, tengo más duda. Es verdad que el texto habla de la vida celestial, y que llevar a la soprano a las alturas tiene cierto simbolismo. Pero para Karg, la cosa fue sin duda un reto. Escuchar a la orquesta desde esa distancia no debe ser tarea fácil en una acústica abierta como la del Carlos V. Con todo, la soprano germana desgranó con buena línea de canto y excelente sensibilidad los versos escogidos por Mahler de Des knaben wunderhorn. Una Cuarta de Mahler muy apreciable en líneas generales. Aunque, como diría algún británico: “work in progress”. A quien esto firma le queda la duda de si con otra orquesta el resultado tendría otra riqueza.
Y hablando del rey de Roma, la orquesta, pareció una buena agrupación, sin más. La cuerda tiene un bonito sonido, comparativamente de mayor presencia en cuerda grave. Empaste generalmente plausible, pero ataques no siempre ajustados en la obra de Schönberg, aunque si algo no cabe achacarle al joven finlandés es que sus indicaciones de entrada no sean precisas. Notable prestación de la madera y metal con apenas algún mínimo roce de los solistas de trompa y trompeta. En todo caso, sonoridad razonablemente ajustada, que no deslumbra. El segundo programa, con obras de Stravinsky, Debussy y el siempre delator Mozart, probablemente dejará más pistas.
En cuanto a Mäkelä, cabe recordar lo apuntado. Más allá del relumbrón mediático y de su atractiva estética de podio, dejó al firmante la impresión de ser un director de gesto directo y fácil, que comunica muy bien, con fina sensibilidad y algunas ideas muy interesantes. Está en el momento de progresar y hay que desear que le dejen hacerlo. Este primer concierto en el festival arrojó un resultado que bien puede considerarse prometedor.
Rafael Ortega Basagoiti
(foto: Fermín Rodríguez / Festival de Granada 2024)