GRANADA / Christian Zacharias, brillante y jovial en su debut con la OCG
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 23-IV-2022. Orquesta Ciudad de Granada. Director y piano: Christian Zacharias. Obras de Haydn, Mozart y Poulenc.
El undécimo concierto de abono de la OCG traía una propuesta de música agradable y festiva, ligera y clasicista, que casi querría parecer una celebración de la primera actuación de la orquesta sin mascarillas (¿fue el aplauso de recibimiento más cálido aún de lo habitual, como una suerte de ‘reconocimiento’ en todos los sentidos del término?): la Sinfonía n.º 83 en Sol menor Hob. I/83, subtitulada “La gallina”; el Concierto para piano y orquesta nº 19 en Fa mayor, K. 459 de Mozart, la Sinfonietta FP 141 de Poulenc, y aún, para terminar, la obertura de Las bodas de Fígaro de Mozart.
La interpretación corrió pareja con el carácter de la música: ligera (en el mejor sentido del término), brillante, redonda, precisa y divertida. El director pareció sentirse desde el primer momento relajado, incluso algo burlón, leve y aleve, cualidades que supo transmitir a la orquesta, dirigiendo siempre sin batuta, con unos movimientos amplios, nobles, elegantes en su cierto desmayo, desmañamiento casi, completamente atentos a marcar los matices de la música hasta el punto de que, las más veces, la dibujaban en el aire o pareciera que el director pulsara en él los resortes que activaban las obras. La orquesta respondió y resultó, en efecto, brillante, compacta y ligera, con un Haydn en un virtuoso término medio: ni tan agresivo como en tantas interpretaciones de época, ni tan melifluo como en las más convencionales: vivo, con más ‘empuje’ que ‘tormenta’ en el primer movimiento, la cual quedó reservada para el último, cuya energía parecía siempre ir a más. Hubo matices magníficos y muy bien traídos, como el breve solo de violoncelo en la aparición del segundo tema en la reexposición, o el sutil desvanecerse de las violas hasta el silencio al final del tema en el segundo.
En el concierto, con Zacharias, dirigiendo desde el piano (ora echándose hacia atrás de forma temeraria, ora rozando casi el suelo con las manos), dio la muestra suprema de maestría, que consiste en que parezca que lo que se está haciendo carece de esfuerzo alguno, resulta lo natural: dirigir, señalar, tocar, todo uno, en movimientos espontáneos, orgánicos. De nuevo, la interpretación empastada, dialogada (piano y maderas), vibrante y juguetona, con detalles elegantes, como subrayar la disonancia irónica entre la orquesta y el piano al comienzo del tema segundo en la segunda exposición, o la maestría majestuosa, sin perder ligereza, de los asombrosos fugados del finale, donde la cuerda (excelente en todo el concierto) alcanzó su culmen.
La brillantez, más densa ahora, se consumó en la Sinfonietta de Poulenc, donde se ahondó en el humor, los contrastes y el clasicismo pasado por la modernidad, pero sin renunciar a todos sus momentos líricos, emotivos y casi cinematográficos, en una lectura por lo demás muy clara de una obra más compleja de lo que aparenta. Por último, de modo un tanto extraño tras el rotundo e ingenioso final de la sinfonietta, en una ruptura de convenciones que parecía más una propina que una obra programada, Zacharias y la OCG ofrecieron una interpretación de la obertura de Las bodas de Fígaro que bien mereció saltarse cualquier norma no escrita acerca de las piezas y el orden que deben componer un concierto: de nuevo en un término medio virtuoso, entre el alarde de velocidad y la tentación de lo solemne, resultó una versión elegante y divertida, capaz de desautomatizar con el subrayado sutil de algunos matices tímbricos una obra tantas veces escuchada, que se disfrutó y aun se hizo breve. Gran aplauso y muchas ganas de volver a ver a Christian Zacharias, nuevo principal director invitado de la orquesta, en el podio la semana que viene (en lo que será el concierto de clausura de la temporada) tras este espectacular debut con la OCG.
José Manuel Ruiz Martínez
