GRANADA / Bostridge y Levit, excelencia absoluta
Granada. Patio de los Mármoles del Hospital Real. 22-VII-2020. 69º Festival de Música y Danza de Granada. Ian Bostridge, tenor. Igor Levit, piano. Schubert: Winterreise.
De verdadero acontecimiento hay que calificar el recital del tenor británico Ian Bostridge y el pianista Igor Levit, quienes hicieron una interpretación magistral del famoso ciclo de canciones Winterreise (Viaje de invierno) de Franz Schubert, compuesto sobre poemas del Wilhelm Müller que describen las experiencias de un amor no correspondido vividas por un joven solitario estimulado emocionalmente por motivos y paisajes durante un paseo invernal. Schubert convierte la aparente simplicidad de mensajes, que se ve reflejada de algún modo en una limitada trascendencia poética, en un referente lírico-musical de inigualable parangón en la historia, junto a sus otros dos hitos en este género; La bella molinera, del año 1823, y El canto del cisne, escrito el mismo año de su muerte.
Bostridge se ha adentrado de tal manera en la diversa sustancia de esta obra que le ha llevado a escribir un fascinante tratado monográfico en el que indaga sobre las motivaciones que llevaron a Schubert a su composición, así como ha podido justificar una vuelta de tuerca en su interpretación, cambiando parámetros que se han mantenido inalterables a lo largo de generaciones, para obtener de esta manera nuevos significados a través de su canto.
Con la inestimable musicalidad de Levit, que había triunfado en el festival cuarenta y ocho horas antes con las tres últimas sonatas de Beethoven, el tenor londinense impactó sobremanera ya con la sublimada tristeza que destila el lied titulado Buenas noches, que le sirvió como carta de presentación del planteamiento estético que siguió a lo largo del recital, imaginando para nuestro tiempo qué pudo desencadenar la inspiración del autor, cómo debía asociarse con éste en la expresión de su canto y, en definitiva, cómo había que asumir una nueva responsabilidad interpretativa en la cinética corporal, la emisión vocal, la subsunción con el sonido del piano y, en definitiva, en una renovada propuesta dramática que, desde la apariencia de nueva frontera, quedaba involucrada hasta las últimas consecuencias en el enorme reto artístico y el desgaste emocional que supone la traducción de este inmarcesible ciclo de canciones.
Con impresionante autoridad, Bostridge fue desgranando los secretos de cada poema, consiguiendo un equilibrio magistral entre la declamación de los textos y las exigencias propias del fraseo musical, en esa necesaria, a la vez que complicada, intención de lograr una perfecta emisión en su transmisión al oyente. Así hay que entender el planteamiento que el británico realizó de esta obra maestra desde una discreción suprema, una total sinceridad de expresión y un esfuerzo de caracterización realmente sobrecogedor, todo ello sin el más mínimo sentimentalismo, formas que mantuvieron al público en vilo durante toda la actuación. Factor determinante de la absoluta excelencia alcanzada fue la parangonable intervención de Levit, con su delicado diálogo de asombroso sonido. Inolvidable.
(Foto: Fermín Rodríguez)