GRANADA / Biber y Lina Tur Bonet: fantásticas emociones, emocionadas fantasías

Granada. Monasterio de San Jerónimo. 71º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. 9 y 10-VII-2022. Biber: Sonatas del Rosario. MUSIca ALcheMIca (Andrew Ackerman, violone; Sara Águeda, arpa; Jadran Duncumb, tiorba; Javier Núñez, clave; Daniel Oyarzabal, órgano). Directora y violín: Lina Tur Bonet.
Dice muy bien Pablo J. Vayón en sus documentadas notas a este doble programa matinal del Festival de Granada cuando habla de que Biber fue ganando “mayores dosis de fantasía, extravagancia y virtuosismo, en lo que fue llamado stylus phantasticus”. En tanto que grado superior de la imaginación, como apunta la RAE, la fantasía supone, en efecto, libertad extrema y hasta extravagancia en la invención. En esta colección conocida como las Sonatas del Rosario, Biber da rienda suelta a la suya, desde la afinación ‘desajustada’ de la convención por la scordatura exigida en prácticamente todas las piezas (salvo la primera del primer concierto y la última del segundo; el lío llega quizá a su extremo en la undécima sonata, con las cuerdas intermedias del violín cruzadas) hasta la estructura libérrima de cada pieza, que incluye movimientos de danza que uno difícilmente asociaría de entrada con algo como la plegaria del rosario, y también otros de formato absolutamente libre.
La música de estas sonatas es, pues, fantástica en el más estricto sentido del término, porque lleva a intérprete y oyente a bucear con atrevimiento y desparpajo, con desinhibición, en lo que podía lograrse en el momento. Lleva a experimentar, como señaló con acierto Lina Tur Bonet en uno de sus parlamentos introductorios, lo que en esta música toca a los sentidos. Habló con tino, cercanía y simpatía Lina Tur Bonet, que conoce estos pentagramas como la palma de su mano, sobre muchas cosas, también sobre la buscada sonoridad, más ácida por el estrechamiento del arco de afinación de las cuatro cuerdas del violín, encogida hasta el rango de la octava (Re-Fa-Si bemol-Re) en la última sonata ofrecida en el primer concierto, tercera de los misterios dolorosos (nº 8, La Coronación de espinas), y más relajada, por así decirlo, en las afinaciones más amplias de algunas de las últimas sonatas.
Bien puede decirse, por todo ello que, si bien no se trata de música descriptiva en sentido estricto, sí lo es, como apunta también Vayón, desde las implicaciones retóricas de cada misterio. Música, en fin, de evidente teatralidad y rica y variada simbología (apuntada con acierto por la intérprete en sus interesantes parlamentos) en muchos y diversos aspectos. Por todo ello, piezas para escuchar con apertura de mente y espíritu, para disfrutar y exprimir ese atrevimiento del compositor, en sonoridades, colores y disonancias, en ataques de arco y pasajes que contienen en sí mismos evidente carácter de improvisación (la quintaesencia, por qué no decirlo, de la fantasía misma). Atrevimiento que ha de encontrar, necesariamente, continuidad en el del intérprete para producir el impacto deseado. La fantasía, en este caso, solo comienza en el autor, pero apela a su continuidad en el intérprete y también en el oyente, sin los cuales esa libertad creadora no encuentra la emoción pretendida.
Con la carta blanca de Biber, es más que lícito, deseable, que el intérprete de turno ponga todo de su parte para que esa fantasía se desarrolle. Digamos inmediatamente que Lina Tur Bonet y su estupendo grupo lo lograron con creces. Y emplearon, con tanta eficacia como imaginación, todos los recursos a su alcance. Valgan de muestra en el espectro de lo disfrutado el inesperado inicio de la primera sonata, La Anunciación, con todo el grupo instrumental situado junto al altar mientras la solista se aproximaba desde el fondo de la nave, con la música acercándose y creciendo en presencia en un recurso expresivo de enorme efecto, o la intensa, agresiva y hasta amarga segunda double de la sorprendente Gigue que cierra la muy dramática Octava sonata antes mencionada, o el también brillante efecto de la novena sonata, Jesús con la cruz a cuestas, interpretada desde el púlpito y con acompañamiento (exquisito, dicho sea de paso) de Daniel Oyarzabal desde uno de los órganos del monasterio, en lugar del positivo empleado en el resto de las interpretaciones. Curiosísimos y tremendamente eficaces, en otro rasgo de fantástica libertad, los efectos, casi de percusión, obtenidos en el aria tubicinum con el acompañamiento de un ‘clave preparado’, colocando una simple hoja de papel sobre las cuerdas del clave: el efecto de la vibración de las cuerdas sobre el papel generó una sonoridad inesperada pero sorprendentemente eficaz. Biber hubiera probablemente sonreído ante esta anticipación de un John Cage.
Lina Tur Bonet, ya se dijo, conoce esta música como la palma de la mano, y la ha grabado, en una interpretación excepcional que conviene no perderse (Pan Classics, 2015). Felizmente recuperada de un percance hace pocos meses en un hombro, pudimos disfrutar del arte de la ibicenca en plenitud. Y la empresa, como saben bien los pocos (Antonio Moral, que llevó la obra a la Semana de Cuenca hace años) que la programan, está lejos de ser sencilla. Empleó Tur Bonet hasta cuatro violines, pero quienes saben lo que es afinar (en este caso ‘desafinar’) un instrumento, saben también que las afinaciones ‘nuevas’ tardan en asentar. De forma que pese a emplear hasta cuatro instrumentos distintos, había que reajustar el asunto con frecuencia, y eso obliga al violinista a un esfuerzo adicional (por si no fuera poco ‘hacer’ la cabeza del intérprete a una scordatura que cambia en cada pieza).
Solventó todos los trances de manera sobresaliente, y esporádicas imperfecciones o algún mínimo lapsus rápidamente solventado en las Sonatas XIV y XV no empañan una interpretación globalmente sobresaliente, intensa, rica en el colorido y los matices, de enorme agilidad en el arco, adornada con imaginación y exquisito gusto, presta a crudos ataques (los de la mencionada Octava sonata ponían los pelos de punta, pero otro tanto puede decirse de la espeluznante Décima sonata, La Crucifixión, ya desde un rotundo inicio, con un ritmo incisivo (corchea con puntillo-semicorchea-corchea, que la artista apuntó con acierto como algo relacionado con la palabra Kreuzige, dibujo que, en efecto, Bach utilizó para esa palabra en sus Pasiones) que era casi hiriente. Tremendo igualmente el final, un verdadero y estremecedor terremoto.
Es difícil poner más libertad y dotar de más carácter de improvisación al comienzo de la undécima sonata (La Resurrección), sobre la larguísima y poderosa nota pedal de Oyarzabal al órgano, otro recurso de enorme efecto. Fascinante, igualmente, el dibujo, con solemnidad y grandeza, y también con casi rústica marcialidad, del aria Tubicinum en la duodécima sonata. Me resultó curiosa la coincidencia, pues supongo que lo es (aunque quién sabe), del dibujo del primer compás (y casi medio del siguiente) del aria de la sonata XV “La Coronación de la Virgen” con las primeras notas (exactamente las mismas) del Amén de El Mesías de Haendel.
La magnífica interpretación de Tur Bonet estuvo apoyada en el extraordinario grupo instrumental mencionado en la ficha. Se habló ya de Oyarzabal, excelente siempre, pero otro tanto puede decirse de Javier Núñez al clave, el exquisito Ackerman en el violone (qué sonido el de este hombre), el sobresaliente, realmente asombroso tiorbista Jadran Duncumb, una verdadera delicia (qué maravilla su aportación en las Sonatas IV y VI), y la igualmente deliciosa contribución de la arpista Sara Águeda, que pudo saborearse de forma muy especial, junto al clave, en el precioso comienzo de la mencionada Sonata XV.
Biber recuperó la afinación normal para una página conclusiva, que, como apuntó Tur Bonet, es en sí misma excepcional, además de precursora: la bellísima Passacaglia para violín solo. Una bellísima pieza que la ibicenca tradujo con tanto acierto como sentida emoción. Ella misma terminó emocionada, quizá por la música, quizá por ver superado un trance físico que no era sencillo, quizá por todo a la vez. Pero, como hubiera querido Biber en esta apoteosis de fantasía, nos emocionó a todos. Levantó la partitura durante los calurosos aplausos del público que llenaba el monasterio. Justo homenaje a este fascinante compositor de fantásticas emociones, o de emocionadas fantasías, que tanto da. El homenaje, por parte de Tur Bonet y su grupo, había venido en forma de dos matinales llenas de magníficas interpretaciones de una música extraordinaria. Dos matinales, en fin, para el recuerdo.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Fermín Rodríguez – Festival de Granada)