GRANADA / Beethoven, para aglutinar emociones

Granada. Patio de los Mármoles del Hospital Real. 69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Patio de los Mármoles del Hospital Real. Adolfo Gutiérrez y Christopher Park. Beethoven: Integral de las sonatas para violonchelo y piano.
Una de las citas más interesantes en el festival con motivo del 250º aniversario del nacimiento de Beethoven la ha protagonizado el dúo formado por el violonchelista Adolfo Gutiérrez y Christopher Park al piano, interpretando las cinco sonatas que para este formato de cámara compuso el compositor alemán. Significaron la emancipación definitiva de este instrumento grave de cuerda destinado a funciones de continuo y acompañamiento hasta la segunda mitad de la última década del siglo XVIII, salvo contadas incursiones en el repertorio concertante.
En esta ocasión nos encontramos con dos músicos que han sabido demostrar su identificación con este programa, que ha significado todo un reto en lo estético y una verdadera tour de force ante las apreciables dificultades de su contenido técnico y ante las condiciones ambientales, concretamente, la alta temperatura habida en el recinto donde tuvo lugar la velada. Pese a estos hándicaps, la actuación se presentaba ya muy atractiva en el sostenido adagio que abre la Primera Sonata op. 5/1, en el que quedó patente la conjunción de ambos intérpretes desde la plena identificación con los planteamientos estéticos de la obra, lo que llevaba a que alcanzaran una recreación en la que se conseguía esa difícil aglutinación de las emociones que deben alimentar esa tríada fundamental de la fenomenología musical integrada por la composición, interpretación y escucha activa, esenciales para que se dé el arte de las musas en plenitud y eficacia.
Los tiempos lentos fueron los mejores exponentes para demostrar tal intención por parte de estos músicos, como ya dejaron demostrada hace años en la grabación de esta integral para el sello Solé Recordings, que tuvo una gran aceptación en el ámbito del panorama fonográfico de nuestro país. En esta ocasión, la voz del violonchelo, construido por el lutier cremonés Francesco Rugeri en 1673, proyectaba su canto en la acústica áurea renacentista que contiene el marmóreo patio, que reflejaba hasta el más mínimo detalle sonoro, lo que favorecía la consecución y percepción de mixturas tímbricas de precioso efecto, implementadas por la singular mezcla de los armónicos de ambos instrumentos, que dejaban en el oyente una enriquecida y a la vez muy atractiva experiencia sonora. En tal adecuación física se manifestó el discurso de las dos primeras obras.
Fue a partir de la tercera sonata cuando empezaron a aparecer problemas de afinación y entonación en el piano y de ajustes de articulación en el diapasón del violonchelo, que los ejecutantes tuvieron que afrontar como unas dificultades técnicas añadidas que, para su mérito, no afectaron en demasía a su musicalidad, demostrada con creces a lo largo de las casi dos horas sin descanso que ocupó su actuación. La trascendencia estética de Beethoven quedó salvada y defendida en todo momento desde la fidelidad y sinceridad de estos dos músicos con su mensaje, que pueden estar orgullosos de haber aportado nuevas sensaciones al espectador en un repertorio que sirve para entender los aspectos más recónditos de la genialidad creativa de este gigante de la composición, que sigue refulgente después de más de dos siglos.
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