Gran versión del ‘Cuarteto para el fin del Tiempo’
MESSIAEN:
Cuarteto para el fin del Tiempo / Christina Astrand, violín; Johnny Tessier, clarinete; Henrik Dam Thomsen, violonchelo; Per Salo / OUR
Ni el título de la obra ni las circunstancias de su creación ofrecen demasiado espacio para la frivolidad. Olivier Messiaen tenía 31 años y era un soldado de uniforme cuando Francia colapsó en mayo de 1940, y se convirtió en prisionero de guerra. Los alemanes le enviaron a un campo en Polonia. La dieta consistía en un sucedáneo de café para el desayuno, una rebanada de pan negro con sopa para el almuerzo y nada por la noche.
Messiaen, al que se le ordenó desnudarse a su llegada, se aferró a su mochila, que contenía un buen número de partituras de bolsillo, con obras de Berg, Debussy, Stravinsky y Bach. Todas ellos alimentan las ideas del cuarteto que escribe para los instrumentos disponibles en el campo: un piano, un clarinete, un violín y un violonchelo. “El clarinete es un mirlo”, afirmó el ornitólogo Messiaen. También dijo ver a los ángeles descender del cielo.
El cuarteto, de ocho movimientos y tres cuartos de hora de duración, se estrenó en un gélido barracón el 15 de enero de 1941, con Messiaen al piano. “Jamás mi música ha sido escuchada con tanta atención y tanta comprensión”, escribió mucho tiempo después.
Los dos primeros movimientos son apropiadamente sombríos, pero el tercero, dominado por el mirlo burlón, libera las ataduras de la morbidez. Los movimientos centrales son cada vez más vivaces, llenos de citas provenientes de todo el repertorio clásico. Las fantasías de libertad dan pie a la pura diversión. Al final Messiaen, devoto católico, regresa a la solemnidad, pero no antes de haber liberado un gran caudal de belleza. Cada sonrisa en esta obra vale una fortuna.
Cuatro músicos de Copenhague -Christina Astrand, Johnny Tessier, Henrik Dam Thomsen y Per Salo- realizaron esta grabación en mitad del primer verano pandémico. Su propia experiencia del confinamiento y su alivio al hacer música juntos reflejan el propio confinamiento y el propio gozo de Messiaen. Estamos ante una soberbia versión, comprometida y entregada desde el principio hasta el final, mucho más convincente y optimista que la que se puede escuchar en muchas lecturas firmadas por solistas de mayor renombre.
Norman Lebrecht