GRAFENEGG / El Bruckner personal y poco ‘romántico’ de Rattle
Festival de Grafenegg. 30-VIII-2024. Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara. Director musical: Sir Simon Rattle. Adès: Aquifer. Bruckner: Sinfonía nº 4 “Romántica”.
Un par de años después de su última visita volvía Sir Simon Rattle al Festival de Grafenegg, esta vez al frente de su nuevo conjunto, la excelente Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, la formación que fundó “oficialmente” Eugen Jochum poco después de acabar la Segunda guerra mundial, que Rafael Kubelik hizo crecer hasta lo mas alto en los 60 y 70 del pasado siglo, y que tras los periodos de Sir Colin Davies y Lorin Maazel, y la muerte de Mariss Jansons llevaba varios años sin director titular.
La primera parte estaba dedicada a Aquifer, la última obra sinfónica del compositor inglés Thomas Adès, compuesta para celebrar el 75º aniversario de la orquesta y el primer año de titularidad de Rattle. La obra, para gran orquesta, nos trata de esbozar los acuíferos, pero inspirada sobre todo en la capa de roca subterránea donde se acumula el agua. Con un único movimiento de poco más de quince minutos, estructurado en siete secciones que se suceden sin solución de continuidad, Adès creó uno de sus acostumbrados y atractivos frescos sonoros por donde nos suele transportar. A pesar de la enorme complejidad orquestal, su lenguaje tonal y su carácter descriptivo garantizaron una obra “apta para todos los públicos”. Rattle y la orquesta la estrenaron en Munich el pasado mes de marzo, y un día después la trajeron a Viena, al Musikverein. En esta segunda escucha, la obra se disfruta más. Rattle edificó una construcción grandiosa, casi bruckneriana, primando una claridad meridiana, una variedad exquisita de texturas y primando uno tras otro los distintos efectos sonoros. Una obra que se escuchó con facilidad y que, probablemente, olvidemos de igual manera.
El plato fuerte vino a continuación, con la Sinfonía romántica de Anton Bruckner, pocos días antes de que el próxima miércoles 4 de septiembre se celebre el bicentenario de su nacimiento. No es Rattle un director que asociemos normalmente al compositor de Ansfelden, aunque en mi memoria permanecerá siempre imborrable su extraordinaria Séptima sinfonía en la Philharmonie de Berlín en mayo de 2014, homenaje excelso a su predecesor Claudio Abbado, que debería haberla dirigido, pero que su muerte unos meses antes lo impidió. La orquesta, por el contrario, sí que atesora una amplia tradición bruckneriana. En concreto y refiriéndonos exclusivamente a esta cuarta sinfonía, podemos encontrar innumerables grabaciones, la mayor parte de ellas –al menos las de sus primeros directores– ancladas en la “gran tradición”.
Como en otros compositores del repertorio romántico, Simon Rattle se aleja conscientemente de esa “gran tradición”, la moderniza a su manera, y nos plantea una versión apabullante, de tempi ligeros, más directa, donde no rehúye el conflicto ni el contraste de dinámicas. Con los años, su gesto se ha mitigado bastante, y con ligeros movimientos es capaz de plantear una frase alegre y cantábile, o destapar la caja de los truenos. Lo bueno es que no engaña a nadie. Sus versiones serán todo lo discutibles que se quiera –sobre todo para los que tenemos una visión más “tradicional” de Beethoven, Brahms o Bruckner– pero destilan verdad, naturalidad y coherencia. Una vez entras en ellas, te atrapan. Esta Romántica tuvo una rapidez inusitada –no llegó a la hora de duración–, un pulso continuo y una tensión asfixiante. Vivimos un contraste tras otro, el rubato brilló por su ausencia, pero hubo emoción a raudales construido con el sonido cuidado y bellísimo que solo una orquesta de este calibre te puede dar.
Esta visión penalizó sobre todo a los dos movimientos extremos, excelsamente tocados pero en los que todo sucedió muy rápido. Tras el trémolo inicial de las cuerdas en un pianísimo casi imperceptible, surgió el conocido tema de la trompa con sus cuatro notas con salto de quinta a ritmo muy vivo. Los dos crescendos posteriores, perfectamente regulados o la transición a la reexposición del tema inicial, fueron impresionantes, aunque no tuvimos tiempo de deleitarnos en ellos. En el Andante, con un preciso control orquestal, unas texturas opulentes y un fraseo intenso de las cuerdas, Rattle nos regaló una disección de libro de los cuatro grupos temáticos que lo recorren, pero sin olvidarse del carácter popular que las atraviesa. Aún más impresionante el Scherzo, donde en el tema inicial, Rattle controló con mano de hierro a los metales –sencillamente apabullantes–, hizo una transición de libro al trío central, con su carácter bucólico y popular, con unas maderas –especialmente flauta y clarinete– sublimes, y una impresionante reexposición final del tema principal. En el Finale, Rattle no hizo caso a la indicación Bewegt, dochnichtzuschnell (movido pero no demasiado rápido) e impuso un tempo vertiginoso, fiel a su concepción de la obra. La tensión se mascó en todo el movimiento, no hubo un solo ralentando en los distintos crescendos, y no paró ni siquiera en la coda, expuesta con brillantez y rotundidad, aunque ayuna de calor.
En fin, una catedral bruckneriana en la que los planos no los hizo Semper sino probablemente Zaha Hadid. Una versión apabullante, solo al alcance de una orquesta de esta calidad, pero difícilmente ejecutable con un conjunto de menor entidad. Un Bruckner muy personal, poco romántico, que mira más al s. XXI –el de la globalización– que al s. XIX –el de su concepción–. Sir Simon Rattle en su salsa.
Pedro J. Lapeña Rey
(foto: Beatrice Schreiner)