GRAFENEGG / Daniele Gatti y Dresde: un largo camino por delante
Festival de Grafenegg. 7-IX-2024. Sächsische Staatskapelle Dresden. Director musical: Daniele Gatti. Schoenberg: La noche transfigurada (versión para orquesta de cuerda). Mahler: Sinfonía nº 1.
Terminaba este fin de semana la presente edición del Festival de Grafenegg con la visita de la orquesta más antigua del orbe y una de las mejores de siempre, la Staatskapelle de Dresde, y su nuevo director, el italiano Daniel Gatti que ha tomado las riendas del conjunto tras concluir el pasado mes de julio su relación con el controvertido maestro berlinés Christian Thielemann. Una titularidad muy particular –con solo un par de óperas al año, tres o cuatro conciertos y las giras–, que no siempre ha funcionado de manera fluida –el berlinés nunca ha sido una persona de trato fácil– , y que ha terminado más por motivos políticos que musicales –las autoridades sajonas querían alguien más moderno, preferentemente mujer, y más activo a la hora de rejuvenecer al público–, pero que en líneas generales, ha supuesto un éxito artístico incuestionable, con la orquesta alcanzando un nivel envidiable, y con muchísimos melómanos de todas partes del mundo peregrinando regularmente hasta la capital sajona. Con sus luces y sus sombras, con sus partidarios y sus detractores, la titularidad de Christian Thielemann ha sido –los números así lo atestiguan– la mas duradera de la orquesta en mas de un siglo, y una de las de más éxito.
Complicada tarea por tanto la que asume Daniele Gatti, el elegido por las autoridades sajonas y por la orquesta para esta misión, y la Historia dictará sentencia. Comenzaron su andadura el último fin de semana de agosto dando su primer concierto juntos en tres sesiones en la Semperoper, para a continuación dar una breve gira por Austria, Italia y Alemania, que ha tenido su primera parada en Grafenegg. Este primer concierto ha sido toda una declaración de intenciones de lo que el italiano pretende. Schoenberg y Mahler, dos compositores poco habituales en los programas de la orquesta durante los pasados años, han sido los elegidos para su debut. La versión para orquesta de cuerdas de La noche transfigurada de Schoenberg ha sido el particular homenaje por el sesquicentenario del nacimiento del compositor. La Primera sinfonía de Gustav Mahler es la primera piedra de lo que será el primer ciclo completo que la orquesta dedicará a sus sinfonías.
Y por lo que vimos esta noche, mucho tendrán que trabajar de manera conjunta para conseguir el objetivo, ya que en la misma velada pudimos experimentar las dos caras de la moneda: una primera parte brillante, intensa, muy bien tocada, donde las soberbias cuerdas de la orquesta dieron una lección de empaste, de belleza sonora, de oírse unos a otros y de precisión técnica. Por el contrario, la segunda mostró más fallos de lo habitual en una orquesta de este calibre, y una dirección más pendiente de las ramas que del bosque, más atenta a los detalles que al todo. En fin, una versión lejos de lo esperado cuando juntas a una orquesta así y a un maestro con cerca de cuatro décadas de carrera.
Una de las paradojas del líder del atonalismo y del dodecafonismo es que, mas de un siglo después, sus obras más populares en las salas de conciertos siguen siendo La noche transfigurada y Pelleas y Melisande, anteriores al desarrollo de sus nuevas técnicas de composición, y herederas directas del postromanticismo de Wagner y Mahler. Compuesta en 1899 para sexteto de cuerdas y años después, en 1917, arreglada para orquesta de cuerdas, La noche transfigurada rezuma lirismo, musicalidad y expresividad, con un cromatismo bellísimo en su único movimiento. Durante sus cinco secciones, Schoenberg nos narra el poema homónimo de Richard Dehmel donde un hombre perdona a su mujer tras confesarle ésta que está embarazada de un extraño. Daniele Gatti y las cuerdas de la orquesta nos adentraron en la historia y nos llevaron a través de ella. Con un empaste admirable y una intensidad sincera, nos mostraron el lirismo desconsolado de la mujer al admitir su culpa, las distintas sensaciones y estados de ánimo por las que pasan ambos, para terminar de forma muy lírica, radiante y un tanto épica, todo ello bañado con un hedonismo sonoro notable.
Tras el descanso, por contra, pintaron bastos en Grafenegg. Como mencioné antes, Gatti, un maestro que lleva interpretando a Mahler casi desde sus inicios, estuvo mas pendiente de los detalles que de mostrarnos una interpretación clara de la obra, y solo en la parte final del tercer movimiento y en el último, aquello empezó a tener coherencia. Marcó un tempo relajado en el Langsam inicial, dejando que la maderas y metales fueran sumándose a la calma natural, y resaltando frases concretas –colocó 3 trompetas a ambos lados del pequeño montículo que rodea el escenario de la Wolkenturm–. Ya atisbamos que no era el día de los metales, con desajustes, alguna entrada tardía y algún sonido poco conseguido. Gatti mostró un gesto a la batuta claro y conciso, y un férreo control orquestal, y sin embargo aquello no terminaba de coger vuelo. La entrada del precioso tema del “Ging heut’ morgen übers Feld“ fue vaga, sin encanto, y ninguno de los dos grandes clímax tuvo un ritardando acorde con el que ganar empaque. Trazo grueso y algo de confusión tuvimos en un Scherzo donde más que contrastes tuvimos tiempos algo erráticos, donde el Landler fue demasiado ruidoso, y donde solo en el Trío encontramos algo de sentido. No empezó mejor el tercero, donde solo el Sr. Gatti sabe el por qué hizo tocar el tema del “Frère Jacques” a los ocho contrabajos y no solo al solista, con lo que sonó más denso y menos lánguido de lo habitual, y sobre todo, la entrada del fagot, la tuba y demás instrumentos ni contrastó lo suficiente ni tuvo el mismo efecto sonoro. La transición a la preciosa melodía klezmer pasó sin pena ni gloria, de nuevo excesivamente controlada. Ésta fue demasiado cuadrada, más prusiana –o sajona– que auténticamente judía, y solo en la posterior transición al Trío –arruinada en parte por el enésimo teléfono móvil–, la versión empezó a despegar. Gatti volvió a refrenarse demasiado y no “attacó” el Finale. Aquí, afortunadamente, todo funcionó mucho mejor. La orquesta volvió por sus fueros –mejoró ostensiblemente el equilibrio entre secciones, la tímbrica fue bastante mas refinada y los metales estuvieron mucho mas centrados– y Gatti se soltó algo la melena, abandonando el excesivo control orquestal y dejando que las idas y venidas fueran mas naturales e intensas. Preparó de manera cuidadosa la coda, trazada mucho más finamente que los movimientos anteriores. Las trompas no se pusieron en pie para la última melodía como manda la tradición, pero aquí tuvieron su mejor momento del día. En cualquier caso, más sombras que luces en una interpretación desigual, algo por debajo de las expectativas despertadas. Si algo quedó claro de este concierto, es que tienen un largo camino por delante.
Sin embargo, los mimbres están ahí, y son de primera. Un claro ejemplo lo vivimos minutos después, en un “Intermezzo” de Manon Lescaut de Puccini fresco, de sonoridad apabullante y expresividad a flor de piel que dieron fuera de programa. La orquesta, que toca día sí y día también en el foso, y un Gatti al que por fin le salió la vena latina, mostraron lo que pueden llegar a hacer juntos.
Pedro J. Lapeña Rey