GINEBRA / Hèctor Parra evoca con la ópera ‘Justice’ la incalificable tragedia congoleña
Ginebra. Grand Théâtre. 22-I-2024. Peter Tantsits, Idunnu Münch, Katarina Bradic, Willard White, Simon Shibambu, Serge Kakudji, Axelle Fanyo, Lauren Michelle, Fiston Mwamza Mujila. Dirección musical: Titus Engel. Puesta en escena: Milo Rau. Escenografía: Anton Lukas. Figurines: Cedric Mpaka. Luces : Jürgen Kolb. Videos : Moritz von Dungern. Hèctor Parra: Justice.
Menos de siete meses después del estreno de su opera de cámara Orgía, para tres cantantes y conjunto instrumental a partir de Pier Paolo Pasolini en el Teatro Arriaga de Bilbao con puesta en escena de Calixto Bieito, Hèctor Parra ha llevado a cabo, para el Gran Teatro de Ginebra, una ópera en cinco actos, cada uno con cinco escenas, precedida por un preludio y seguida por un postludio, duración total, de unos cien minutos; se trata de Justice, para ocho cantantes, un actor, coro y orquesta, encargo del Gran Teatro de Ginebra y del Festival Tangente de Sankt-Pölten (Austria).
Después de Les Bienveillantes, en la que denunciaba el horror de la Shoá a partir de la novela de igual título de Jonathan Littel, estrenada en la Opera de Amberes en 2019 en medio de ruidos y furias, Parra regresa con un tema que denuncia la inhumanidad y la injusticia de los poderosos protegidos de cualquier persecución judicial en relación con los débiles; la ópera se desarrolla en nuestros días en un país colonizado durante mucho tiempo, que permanece sometido a la explotación económica de empresas occidentales. El éxito de Les Bienveillantes conquistó al director del teatro flamenco Aviel Chan que, nada más ser nombrado en el Gran Teatro de Ginebra, encargó al compositor una ópera que basara la historia en hechos del cantón de Ginebra; Chan puso en contacto a Parra con el director de escena y guionista suizo Milo Rau, y juntos viajaron al Congo. Durante sus estancias allí recibió inspiración para un lenguaje fogoso y abierto, nunca anecdótico ni folclorista aunque trabaje a partir de los ritmos y los colores centroafricanos, en especial la rumba y la salsa, pero también el free jazz y un fondo de canciones tradicionales de las regiones, todo lo cual inspira una música llena de ruidos, furia, disonancia, de una invención libre que consigue parecer improvisada, y que está realzada por ritmos marcados con inmensos crescendos de gran amplitud.
Justice se articula en la alternancia permanente entre largos pasajes de meditación e intermedios en que la orquesta derrama oleadas sonoras, torrenciales, brutales, con una vocalidad que pudiera ser tierna, incluso cándida. Es a las mujeres a quienes están reservados las más de las veces los momentos más emotivos: la madre de la joven muerta, o la propia joven, punto culminante emotivo de la partitura, la camionera accidentada y la esposa del director, así como la voz de contralto agudo del joven amputado, destinada a un contratenor. Parra firma una partitura de un lirismo singularmente expresivo, amplificado por una orquesta de colores ricos en que se alían la vitalidad y la transparencia, que realzan el texto francés de Fiston Mwamza Mujila.
La puesta en escena de Milo Rau se despliega con naturalidad en el interior de una escenografía de Anton Likas, con un fondo de escena en que vemos la carcasa calcinada de un semi remolque volteado bajo una pantalla de cine en que se proyectan imágenes rodadas en los lugares del drama, a veces insoportables por la cantidad de cuerpos desgarrados que aparecen. El reparto es perfecto en su equilibrio, en su compromiso. Está formado principalmente por cantantes africanos y afroamericanos; uno de los protagonistas es originario del propio lugar de la acción, el emocionante contratenor nacido en Kolwezi Serge Kakudji, en el muchacho que ha perdido las piernas. Los papeles negativos están confiados a dos cantantes blancos, el dominguero que interpreta con mucho brío la mezzo soprano serbia Katarina Bradic, y el director de la mina a cargo del excelente tenor estadounidense Peter Tantsits. Las víctimas del drama son todas africanas, incluida la mujer del director, la mezzosoprano Idunnu Munch, voz muy flexible de luminoso timbre. Nos reencontramos con la noble estatura del barítono bajo jamaicano Willard White que, tras cuarenta años de carrera, ofrece un sacerdote de radiante carisma a pesar de una voz marcada por el tiempo.
Todos los papeles están interpretados con muy alto nivel: el barítono bajo sudafricano Simon Shibambu como joven sacerdote, la vibrante soprano californiana Lauren Michelle en el doble cometido de la Abogada y del niño muerto. El personaje más emblemático es el de la madre del niño muerto, con el aria más estremecedora, la soprano francesa Axelle Fanyo, de timbre luminoso. Varios papeles hablados representan a las víctimas, y entre ellas el libretista Fiston Mwanza Muhila, que dirige la investigación y cierra la obra. Es obligado señalar también la excelente prestación del coro del Gran Teatro de Ginebra, brillantemente preparado por Mark Biggins.
En el foso, la Orquesta de la Suisse Romande resplandece al tocar con valentía una obra exigente e instrumentada con suntuosidad, que provoca una seductora policromía, avivada por la dirección enérgica del berlinés de origen suizo Titus Engel.
Bruno Serrou
(fotos: GTG / Carole Parodi)