GINEBRA / 260 proyectores para un ‘Tristán e Isolda’ de sombra y luz
Ginebra. Grand Théâtre. 15-IX-2024. Gwyn Hughes Jones, Elisabet Strid, Tareq Nazmi, Kristina Stanek, Audun Iversen, Julien Henric, etc. Chœur du Grand Théâtre de Genève. Orchestre de la Suisse Romande. Dirección musical: Marc Albrecht. Puesta en escena: Michael Thalheimer. Wagner : Tristan und Isolde.
Para el regreso de esta obra, veinte años después de su última producción in situ, el Gran Teatro de Ginebra proponía, para abrir la temporada, un Tristan und Isolde, de Richard Wagner, alegórico y camerístico. La puesta en escena de Michael Thalheimer se centra en la dirección de actores, con una escenografía reducida a unas filas de doscientos sesenta proyectores frente al público. La dirección musical de Marc Albrecht fue onírica y fluida, aunque la hubiéramos preferido más tensa y trágica, si bien alcanzó toda su fuerza en el acto final, con una Orquesta de la Suisse Romande perfecta en cohesión y precisión.
Hecha de sombra y luz, la escenografía de Henrik Ahr es minimalista, fingiendo la noche protectora y la nada a la que los amantes llaman, dominada por una pared de proyectores que juegan con el crepúsculo al presentar diversas formas geométricas en vertical sobre un escenario desnudo; pues el director de escena ha preferido “evitar todo lo que es inútil” para que el público pueda entregarse mejor “a una obra que se atreve a tomarse su tiempo”. Así, en el escenario, no hay accesorio alguno que pueda sugerir ningún lugar, ningún barco, solo una plataforma móvil que se eleva y desciendo permite a los protagonistas alcanzar altura, en especial cuando el navío se acerca a Cornualles, pero sin bosque alguno, ningún vestigio de Kareol, tan solo la purificación de la que no surge más que una cuerda, tirada bien por Isolda, bien por Tristán. La pared luminosa soporta doscientos sesenta proyectores y no deja en ningún momento de deslumbrar a los espectadores, con una intensidad que varía entre el amarillo pálido y el blanco resplandeciente, contra la intensidad del drama, hasta cegar al público en la muerte de Isolda, hasta el punto de hacer casi invisible el clímax final. Michael Thalheimer concentra el drama en la intensidad del juego de las actitudes de una plástica evanescente de los personajes, que nunca se tocan, pues el único lugar carnal es la mirada.
Foso y escenario se imponen en pie de igualdad bajo el impulso poético y matizado de Marc Albrecht. Excepcional en su equilibrio, la Orquesta de la Suisse Romande brilla bajo la dirección contrastada del director alemán. Albrecht da fluidez a las voces instrumentales y le da a la formación suiza la consistencia de la música de cámara, sin dejar de garantizar la textura de una falange profusa en el centelleo de los tintes y en un lirismo al mismo tiempo sombrío, profundo, luminoso, un estallido. En escena, una compañía de cantantes homogénea. El valeroso Tristán del tenor galés Gwyn Hughes hace uso tanto del matiz como del registro emotivo, administra su voz en el acto central para garantizar en el último acto su infinitud vocal a fin de entregarse plenamente en esa hora fabulosa de música que alcanza una fuerza dramática formidable, magnificada por un canto de intenso ardor. Frente a él, la soprano dramática sueca Elisabet Strid es una magnífica Isolde, tanto física como vocalmente. La intensidad dramática de su encarnación nos llena de estupor, su mirada viva, sus impulsos espontáneos dan fe, al mismo tiempo, de una comprensión completa del papel y de una dirección de actores de eficacia poco habitual. La voz es sólida, con su color, maravillosamente cantada, el color radiante, la matización amplia y desbordada, y una dicción ejemplar. Desgarrador y febril, su Liebestod conmociona por su fuerza dramática. No hay duda de que esta cantante se sitúa en la línea de las grandes Isolde suecas, de Asrid Varnay y Birgit Nilsson a Nina Stemme, pasando por Berit Lindholm, Catarina Ligendza… En cuanto a la mezzosoprano alemana Kristina Stanek, hay que decir que presenta una Brangäne intensamente dramática y veraz, con una voz ejemplar, amplia y aterciopelada, una línea de canto de absoluta perfección, y tan solo hay que lamentar que, al cantar desde el balcón, la voz quede cubierta por la orquesta en su segunda llamada, acto segundo. Otra buena apropiación del papel es la del bajo belga Tareq Mazmi, un Rey Markje ligeramente agobiado y rígido, pero con una voz con la nobleza requerida por el personaje; mientras que el impresionante barítono noruego Audun Iversen es un Kurwenal trepidante que se despliega en un alucinante acto tercero; y el tenor francés Julien Henric presenta un Melot incisivo, vindicativo; los roles más furtivos del marinero / pastor y el timonel son perfectamente asumidos por el tenor Emanuel Tomlienovic y el barítono Vladimir Kazakov.
Bruno Serrou
(foto: Carole Parodi)