FRÁNCFORT / Orff y Weill en el estudio fotográfico
Francfórt. Ópera. 9.IV.2023. Domen Križaj, Juanita Lascarro, Ambur Braid, Elizabeth Reiter, MikolajTrabka, Patrick Zielke. Coro de la Ópera de Frankfurt. Frankfurter Opern- und Museumsorchester. Dirección musical: Yi-Chen Lin. Dirección escénica: Keith Warner. Kurt Weill: Der Zar lässt sich fotografieren. Carl Orff: Die Kluge.
La Ópera de Fráncfort estrenó el pasado Domingo de Resurrección dos operitas en un acto muy diferentes entre sí: Der Zar lässt sich photographieren [El zar se fotografía] de Kurt Weill y Die Kluge [La mujer sagaz] de Carl Orff. El doble programa resultó ser un viaje ilustrado al país de los sueños de la fotografía y el cine, a los dorados años veinte, al universo de los teatros de marionetas y a los primeros estudios fotográficos de la Belle Époque parisina.
Al comienzo, se abre el obturador de una cámara. En su bulevardesco e hilarante montaje estilo slapstick de la ópera bufa de Weill, el director de escena Keith Warner rinde homenaje a los orígenes de la fotografía en la ciudad del amor. Es posible que la idea de Warner de ambientar ambas óperas en un gran estudio foto-cinematográfico proceda del propio Kurt Weill, quien ya en 1927 incorporó la fotografía y el cine al marco argumental de su ópera Royal Palace.
En Der Zar lässt sich fotografieren, Weill echa mano de todo aquello que estaba de moda en 1928, el año de su estreno: el foxtrot y el tango, por supuesto, pero también un canto parlato agradable y nítido, un coro masculino junto a la orquesta (a la manera de la tragedia griega), escenas telefónicas y músicas procedentes de un gramófono, incluido un ‘Tango Angéle’ grabado en un disco de acetato. Una enorme cámara técnica domina el escenario de época. Nos hallamos en el estudio de la retratista parisina Angèle, a quien da vida con verdadera grandezza la soprano Ambur Braid.
El zar es anunciado, al tiempo que una banda de conspiradores pretende atentar contra su vida. Hay una falsa Angèle (interpretada con gran encanto por Juanita Lascarro) con la que el zar, sediento de amor, desarrolla un tórrido flirteo. El barítono Domen Križaj consigue transmitir la doble naturaleza del emperador, un príncipe, sin duda, pero también un ser humano común y corriente capaz de desear y enamorarse, e incluso de cantar maravillosamente bien con los pantalones bajados. Finalmente, el intento de magnicidio queda en nada.
Warner y su estupendo equipo echan mano de todo tipo de personajes cinematográficos y fotos icónicas de rostros y películas, recompuestas como bodegones, que inundan el estudio fotográfico: retratos de líderes mundiales pasados y presentes (Biden, Obama, Merkel, Trump, Putin, Lady Di…), en lo que acaba siendo un ubérrimo despliegue de ideas visuales. Por su parte, la orquesta de la Ópera de Fráncfort brindó una interpretación fresca y conmovedora de esta deliciosa pieza bajo la atenta e inteligente dirección de Yi-Chen Lin. El coro masculino, ataviado con máscaras mortuorias, resultó gallardamente adusto.
En la segunda parte de este doble programa pudimos acercarnos, siempre sin abandonar los ámbitos foto-cinematográficos, a la parábola de Carl Orff Die Kluge, concebida y estrenada en Alemania en el sombrío año de 1943. El libreto fue escrito por el propio compositor de Carmina Burana a partir del cuento de los hermanos Grimm Die kluge Bauerntochter [La sabia hija del granjero], que cuenta la historia de un granjero que encuentra de forma azarosa un mortero de oro. Su hija le advierte en vano de que el rey le acusará de robo, y en efecto, el granjero es encarcelado. Finalmente, la inteligente hija consigue liberar a su padre e incluso casarse con el rey.
“¡Oh, si yo hubiera creído a mi hija! Porque el que tiene mucho, tiene poder, y el que tiene poder, tiene el derecho, y el que tiene el derecho lo ejerce, porque la violencia lo domina todo”. Esta es la frase central de la obra. “¡La tiranía empuña el cetro!”, continúa, en frases que se antojan valientes para la época. Bailar, hablar, cantar y un ritmo poderoso son inmanentes a la música de Orff, en la que burbujean los versos con un toque bávaro, las exuberantes cabriolas de la percusión y las melodías cantables. Warner lo representa al estilo shakesperiano, con toscos bufones que hacen avanzar la farsa. Andrew Bidlack, Iain MacNeil y Dietrich Volle resultaron deliciosamente ingeniosos. El carcelero, vestido como la Muerte del Séptimo sello de Bergman, fue interpretado magistralmente por Alfred Reiter. Patrick Zielke (el campesino) y AJ Glueckert (el hombre del burro) se mostraron asimismo incisivos y plenamente convincentes. El personaje del rey fue encarnado con gran ductilidad vocal por el barítono Mikołaj Trąbka, mientras que la soprano Elizabeth Reiter dio vida a la sagaz hija con buena voz y excelentes dotes actorales. Una regia actriz-cantante.
Al final, el diafragma de la cámara se cierra. La muchacha sagaz, un titiritero y la marioneta del rey pasan a través de la apertura hacia el proscenio. ¡Muy bien! Gran ovación.
Barbara Röder
(foto: Barbara Aumüller)