FOZ / Volver en plenitud

Foz. Pazo de Fontao. 19-VIII-2020. Juan Pérez Floristán, piano. Obras de Beethoven y Ginastera • Basílica de San Martiño de Mondoñedo. 20-VIII-2020. Cuarteto Quiroga. Obras de Boccherini y Beethoven.
Esta séptima edición del Festival Bal y Gay ha sido —está siendo— al mismo tiempo la más ambiciosa de las suyas y también la más difícil. Las circunstancias obligaban a extremar precauciones, a contar más que nunca con la complicidad de los artistas y a ofrecer al público todas las garantías de seguridad posibles. El carácter tan cercano del propio festival, su arraigo en la comarca de La Mariña lucense, el buen hacer de su excepcional equipo artístico y técnico hacían suponer que todo iría bien, como así ha sido, en lo que a su propia responsabilidad respecta. Pero es que lo mismo ha sucedido en el plano artístico, desde el principio —del que dio cuenta en estas mismas páginas Eduardo Torrico— hasta este casi final que aquí comentamos. Y ahí al olfato programador se une la excelencia de los intérpretes, de unos músicos que han pasado por un periodo de confinamiento que ha trastocado planes y cabezas pero que ha servido también —y como está quedando demostrado a cada ocasión— para reflexionar, para eso tan simple y tan necesario que se llama estudiar, para recapitular, repensar, madurar en suma en el caso de los que se habla en estas líneas, jóvenes, brillantes, inteligentes y capaces de dar lecciones de buen hacer.

El día 19 la cita era en el Pazo de Fontao, un marco equiparable al de cualquier gran festival por el mundo adelante —y con un anfitrión inigualable como es José Manuel Romero—, ideal su jardín para el piano, con la cristalera de su preciosa orangerie como fondo y una carpa nada agobiante como techo que la climatología reveló imprescindible. Protagonista de la velada, el pianista sevillano Juan Pérez Floristán cuyos veintiocho años contemplan los resultados de una progresión evidente, no solo lógica sino más que eso, pues sin inteligencia esa lógica se parecerá a la geometría, pero menos a la música. Su Beethoven fue límpido y claro como el agua clara, expuesto con absoluta solvencia técnica —ese dominio de las dinámicas menos evidentes en momentos en los que sin embargo otorgan al discurso la plenitud de su pertinencia—, no faltaba más, pero también como expresión práctica de un análisis teórico del que hizo resumen en sus palabras antes de empezar a tocar. Si había dicho que un Schubert antes de tiempo aparecía en el Allegretto de la Sonata nº 6, allí estaba. Como el recurso a lo popular en una Pastoral espléndidamente dicha —y durante la cual llovió de lo lindo— de la que uno destacaría, en el Andante, el sentido dramático, se diría que teatral, pero también el de un humor que no renegara de ese mismo drama —lo que dice mucho de la agilidad mental del pianista—, y rematada con una plenitud sonora llena de una suerte de confianza contagiosa. Las Tres danzas argentinas de Ginastera fueron la confirmación palpable del poderío mecánico de Pérez Floristán y el Momento musical nº 3 de Schubert, ofrecido como encore, la de una musicalidad que aún habrá de crecer.

Al día siguiente, la basílica de San Martiño de Mondoñedo —otro escenario absolutamente excepcional— acogía al Cuarteto Quiroga para que demostrara una vez más —ya se va acercando inexorablemente la última, pues su talento ha sabido acompasarse al tiempo que hace que le escuchamos por vez primera— que ya no es una promesa sino una realidad admirable, pura y simplemente uno de los grandes cuartetos que se escuchan hoy por el mundo adelante. Con el inconveniente de tocar con mascarilla, recién llegados de la Schubertíada de Vilabertran y sabiendo que al día siguiente tocaban en el Festival Internacional de Santander, aceptaron la sugerencia de la organización de ofrecer el mismo programa en dos pases con solo media hora de intervalo. No sé lo que pasaría en el segundo, pero quienes estuvimos en el primero difícilmente olvidaremos lo escuchado. Tras un elegantísimo Cuarteto op. 24 nº 3 de Boccherini entramos en un Beethoven —el del Cuarteto nº 15—alucinado y alucinante, en el que la conclusión del Allegro ma non tanto destilaba la fiebre que desde la cercanía del fin solo podía desembocar en la entrega nada complaciente de la Canzona di ringrazamento, una meditación sobre la vida y el dolor, sobre la debilidad y la fuerza, sobre el tiempo que pasa y se detiene, sobre la luz y la oscuridad que llegó como, en efecto, de otro mundo. Pero no era otro sino este, no eran ideas sino notas, era la lectura exacta de un pensamiento musical que llegaba en forma de emoción. Para eso, claro está, hay que saber hacerlo, hay que tocar como lo hace el Quiroga uno a uno y por junto, siempre cuidadosísimos en la comunicación: un guiño, ahora con la mascarilla, es suficiente para saber por dónde ha de irse en el siguiente compás. Y siempre con una emoción que a veces se quintaesenciaba en la mirada del viola Josep Puchades que se iba hacia el techo de la basílica mientras el sonido parecía seguir el mismo camino.
Inolvidable, pues, esta experiencia beethoveniana en San Martiño con el Cuarteto Quiroga de la que pueden estar tan orgullosos sus miembros como el Festival Bal y Gay por contratarlos y el público que estuvo allí por haber sabido que esa tarde iba a pasar algo muy especial, eso que el aficionado intuye desde días antes y confirma desde las primeras notas. Estaba cantado y sucedió. Como encore, un tema popular gallego del archivo de la catedral de Mondoñedo. Y, como en el caso de Juan Pérez Florístán, excelentes introducciones del segundo violín, Cibrán Sierra —recordemos sus lúcidas opiniones, también en SCHERZO, acerca de la situación de la música bajo y después de la pandemia—, a cada una de las obras. Y es que estos jóvenes músicos nuestros no solo tocan bien, sino que también hablan bien y, sobre todo, saben de qué hablan.
Y déjenme terminar con una breve referencia a un concierto en el que quien esto firma no pudo estar pero que escuchó en la grabación del propio Festival, que pronto estará disponible en Youtube y que no debieran perderse: el del clarinetista Luis Cámara con el Cuarteto Cosmos. Un magnífico solista y un grupo que parece dispuesto a seguir la senda del Casals y el Quiroga.
(Fotos: Alberte Peiteavel – Festival Bal y Gay)