Festival Rafael Orozco: necesidad y modelo
La semana pasada concluyó en Córdoba la vigésima edición del Festival Rafael Orozco. Fue con un recital de Elisabeth Leonskaja cerrado con una obra tan amada y recreada por Rafael Orozco como la en todos los sentidos inmensa Sonata en Si bemol mayor D 960 de Schubert. Tres semanas antes, el festival se había inaugurado con otro coloso del teclado, Grigory Sokolov, quien también coincidió con el repertorio de Orozco en los preludios de Chopin y Rachmaninov que el petersburgués tocó de propina. En medio, entre ambas relumbrantes actuaciones, una dispar sucesión de citas pianísticas con intérpretes tan diversos como Hortense Cartier-Bresson, Misha Dacić, Eclectic Piano Dúo, Emin Kiourktchian, Leo de María, Antonio Ortiz, Anastasia Rizikov, Josu de Solaun o Angel Stanislav Wang.
Córdoba y su Ayuntamiento hacen muy bien en celebrar por todo lo alto este festival recién veinteañero, siempre bajo la guía docta y fervorosa de Juan Miguel Moreno Calderón, catedrático de piano, sabio del teclado y biógrafo riguroso de Rafael Orozco, del que fue amigo además de paisano. De ahí, del cariño, de la cercanía y del conocimiento que Moreno Calderón se haya volcado en cuerpo y alma en este festival hoy felizmente consolidado, cuando es ya una de las citas pianísticas más relevantes de cuantas se celebran en España.
Como a todo personaje ejemplar, a Rafael Orozco y a su pianismo hipervirtuoso e hipermusical hay que reivindicarlos siempre. España y Andalucía en particular han sido tradicionalmente muy olvidadizas con sus próceres. Por ello nada más natural y necesario que Córdoba, cuyo Conservatorio Superior de Música lleva precisamente el nombre de su pianista más universal, celebre a lo grande y anualmente esta cita de recuerdo, homenaje y reivindicación de quién ha sido, es y será el mayor artista cordobés de las últimas décadas.
Era alentador ver en los conciertos del festival, seguidos por un aforo medio superior al 90 por ciento, a los jóvenes paisanos de Orozco, alumnos ellos mismo del Conservatorio Rafael Orozco. Como ocurrió en el recital de Sokolov, presenciado por una legión de jóvenes que siguieron la actuación conmovidos y en silencio absoluto, para luego aplaudir y bravear como locos al final del recitalazo en el abarrotado Teatro Góngora, cuyas 580 butacas aparecían pobladas muy mayoritariamente por este público que es futuro, pero también formidable presente. Igualmente toparte, muchos minutos después de concluir la inolvidable actuación, con cientos de jóvenes que esperaban la salida de Sokolov para una foto, un saludo, un autógrafo…
Esta orozquiana ciudad es la dinámica Córdoba de hoy, 2022, cuando se cumplen 26 años de la muerte en Roma, por sida, de quien ha sido y es el pianista español más universal junto con la ‘reina’ Alicia de Larrocha, Joaquín Achúcarro y, hoy, Javier Perianes, quien precisamente inauguró la primera edición del festival el 2 de noviembre de 2002 (luego, en 2014, repitió actuación y éxito, con unas inolvidables Variaciones serias de Mendelssohn-Bartholdy). Como la ‘reina’, Achúcarro y Perianes, Orozco supo imponer la música sobre cualquier tentación demagógica. Más allá del virtuosismo arrollador —su pianismo electrizante y nervioso chocaba con su temple gongorino, con su hablar calmo y llano—, era un artista de los pies a la cabeza. Algunos, sordos y aferrados al lugar común, le encasillaron como un pianista espectacular pero sin chicha ni sustancia. Nadie que haya escuchado seriamente su prodigiosa Iberia —¡cómo canta el milagro de la melodía de Almería!—, su lírica grabación de las dos sonatas de Liszt, la legendaria integral de la obra para piano y orquesta de Rachmaninov o, en fin, la última sonata de Schubert, podría suscribir tal estupidez sobre el arte expresivo y puro de Rafa.
Rafael Orozco, grande del piano español y universal, tuvo una vida corta. Apenas 50 años, entre 1946 y 1996. Medio siglo en el que tuvo tiempo de desarrollar una carrera joven y brillante, desde que su arrolladora victoria, en 1966, en el prestigioso Concurso de Leeds, le catapultara al estrellato internacional. Luego, como su admirado Albéniz, como tantos otros grandes de la cultura española, tuvo que marcharse. Primero Londres —donde trabajó con Maria Curcio, la última discípula de Schnabel—, más tarde París y, finalmente, Roma, donde hasta su muerte temprana vivió en un espectacular ático situado en la mismísima plaza de la Fontana di Trevi.
Era un virtuoso apasionadamente romántico, quizá uno de los últimos románticos, en la estela de los Liszt, Siloti, Rachmaninov o Horowitz. Su Mozart transparente, que tanto paseó en sus últimas actuaciones madrileñas y que llevó al disco secundado por Charles Dutoit, como su Chopin (antológico es su disco con la integral de los Estudios, o sus Scherzos), o su Rachmaninov unánimemente elogiado, son aristas de un intérprete impecable que nunca quiso encasillarse, y menos aún hacer el papel de devorateclas a lo Godowski que tanto y tantos se empeñaban en asignarle. Su envidiable facilidad y ‘prueba de alegría’ de la que habló su maestro Alexis Weissenberg dieron paso al reflexivo artista de sus últimos años, que, ya de vuelta de todo, ahondaba en la entraña de la música con la humanidad, magisterio y sabiduría de quien se ha enriquecido con la experiencia de una vida intensa y abierta a mil experiencias y sensaciones.
Como otras ciudades —Camprodon con Albéniz; Valencia con Iturbi, Lodz con Arthur Rubinstein…—, Córdoba se vuelca en un festival inspirado y dedicado por la memoria de su músico más ilustre, encaminado a cuidar la semilla dejada y potenciar su presencia y recuerdo. También para —como afirma Moreno Calderón— “seguir creciendo en la misma línea que lo venimos haciendo, con solidez, calidad, coherencia y rigor”. Un festival que hoy, dos décadas después de su nacimiento, se revela modélico. No exagera el fundador y director artístico del festival cuando dice, con razonado orgullo: “Desde que creamos el festival en 2002, cada edición ha sido una fiesta del piano, pero creo que la celebración de estos veinte años ha sido particularmente exitosa y memorable”. Felicidades.
Justo Romero