FESTIVAL BAL Y GAY / De Fontao a San Martiño
Foz. Pazo de Fontao. 13-VIII-2022. Cuarteto Armida. Obras de Bach, Nikodijevic y Mozart. • Mondoñedo. Basílica de San Martiño. 14-VIII-2022. Carlos Mena, contratenor. Samuel Maíllo, cémbalo. Obras de Mazzocchi, Gagliano, Monteverdi, Frescobaldi, Hidalgo, Correa de Arauxo, Cesti, Ferrari y anónimas.
Tras el concierto de inauguración, en Viveiro, a cargo de la Real Filharmonía de Galicia dirigida por Maximino Zumalave, el Festival Bal y Gay proseguía en la que es una de sus citas preferidas por su público fiel, la que tiene lugar en el magnífico Pazo de Fontao, frente a su envidiable orangerie. Fue su protagonista el Cuarteto Armida, ganadores hace diez años del Concurso de Múnich, visitantes esporádicos de nuestro país y con una grabación, en marcha hasta donde sé, quizá concluida pero aún no disponible por entero, de los cuartetos mozartianos, en la que demuestran su clase y un sonido que resulta algo pulido en relación a su prestación en vivo, lo que suele suceder a la hora de entrar en la distancia corta del concierto cuando la impresión inicial la ha dado la variable de la audición en conserva. Se trata de un conjunto muy homogéneo, en el que el primer violín no acapara ni un átomo de protagonismo —lo que alguien puede confundir con falta de personalidad por su parte— y que da la sensación de tener muy bien trabajadas previamente sus versiones, tanto en lo técnico como en lo estilístico.
Comenzaron su recital con tres contrapuntos de El arte de la fuga de Bach en los que mostraron sus credenciales formativas con Reinhard Goebel en versión nada complaciente, austera, sin vibrato, se diría abstracta pero también plena de impulso. Y continuaron con el Cuarteto nº 2 del serbio Marko Nikodijevic (Subotica, 1980), una obra de interés muy escaso que no hace de la aparente naturalidad virtud sino mero recurso. Se abre y se cierra —Introduzione y Adagio mesto— con gestos previsibles desde las primeras notas y juega con elementos como el uso del motto perpetuo y el cliché minimalista —en Ruvido e animato—, la inestabilidad tonal —Vivace— o el estudio rítmico —en el Tango, un fragmento que sería un demagógico regalo para cualquier cuarteto tras un programa no demasiado comprometido.
La segunda parte estuvo dedicada por entero a Mozart —nada menos que el Adagio y fuga K546 y el Cuarteto K465 “De las disonancias”, toda una prueba para mostrar en público lo que tan buena impresión diera en el estudio de grabación. Ya desde el principio se advirtió en el cuarteto eso que comentábamos antes, ese cierto tono impulsivo, que parece tan matizado en el disco y que aquí destacaba junto a una sonoridad bien poderosa. Y, como sucedió en el Adagio y fuga, una visión hacia adelante. Uno no cree demasiado en los aspectos precursores de muchas músicas que son siempre de su propio tiempo y así sucesivamente. Lo que sucede es que hay rasgos que los que vienen después hacen suyos y desarrollan. A ello se refería en sus notas al programa Arturo Reverter cuando hablaba del carácter pre-schubertiano de algún fragmento de estas partituras, una cuestión que el Armida —protagonista hace años en la Fundación Juan March, en Madrid, de un estupendo D887— asume de pleno, matizando la cercanía expresiva casi hasta el extremo y proponiendo al oyente una escucha que ha de ser enormemente atenta. Atentos estuvimos los huéspedes del Conde de Fontao y recibimos como encore, tras manifestar su alegría el primer violín por haber podido tocar en espacio tan ameno y tras los duros momentos de la pandemia, una fresquísima versión del Presto del Divertimento K138.
Al día siguiente, y en otro de los escenarios verdaderamente únicos del Bal y Gay, la Basílica de San Martiño de Mondoñedo, se presentaba por vez primera en el Festival el contratenor Carlos Mena acompañado por el cembalista Samuel Maíllo. Su programa procedía del que con el título de La soledad del héroe había presentado en Sevilla el pasado mes de mayo en versión semiescenificada y con acompañamiento de Capilla Santa María. Esta vez se prescindió, muy acertadamente dadas las circunstancias, del aspecto teatral y el soporte instrumental se redujo al cémbalo —de muy bello sonido— excelentemente tañido por un Samuel Maíllo que, si siempre equilibró a la perfección su trabajo con el de Mena, demostró su clase en las piezas a solo que incluía el concierto. Quizá con pausas demasiado largas entre cada parte de la Toccata prima de Frescobaldi —cosas de la partitura en el atril—, su Tiento de Correa de Arauxo—¡qué música!— fue ejemplar, como la manera de acercarse a la Chacona anónima que preludiaba el final del programa.
El programa se articulaba en torno a música española e italiana del siglo XVII sobre textos que hablan del amor, de sus pasiones, sus estragos y hasta sus paisajes. Y comenzaba a capela desde el fondo de la basílica con el soneto anónimo Amar a Dios por Dios con música de Domenico Mazzocchi para concluir con el tono humano de Juan Hidalgo Ay que sí, ay que no. De Hidalgo se nos ofrecieron otros dos tonos más— De las luzes que en el mar y La noche tenebrosa— y muestras de Da Gagliano, Monteverdi, Cesti —la tremenda Era la notte de Il pomo d’oro— y Ferrari —la chacona Voglio di vita uscir con sus problemáticas disonancias.
Mena circuló con maestría por los extremos expresivos que proponen estas músicas, tanto en lo que cuentan como en las exigencias técnicas a través de toda la tesitura. El contratenor vitoriano había estado acatarrado los días anteriores al recital y aún le quedaban algunas flemas que afectaron en el inicio del mismo a las notas de paso pero poco a poco se solventó el problema y reconocimos plenamente al admirable artista que es. Hubo muchos ejemplos de ese arte pero citemos, entre otros, la manera de concluir La noche tenebrosa, los graves en cada estrofa de Ay que sí, ay que no y simplemente todo en el anónimo Tanta copia de hermosura y en el primer encore, Sé que me muero de amor de El burgués gentilhombre de Lully.
Luis Suñén
(Fotos: Xaora Fotógrafos)