FERROL / Desembarco napolitano
Ferrol. Teatro Jofre. 30-X-2019. La Ritirata. Director y violonchelo: Josetxu Obregón. Obras de Alessandro Scarlatti, Durante, Porpora, Mancini y Fiorenza.
La Sociedad Filarmónica Ferrolana celebra este año su septuagésimo aniversario, un ejemplo más de con cuánto tesón la música ha tenido que defender su propia supervivencia en aquellos lugares lejos de los centros neurálgicos de la programación, de las ciudades grandes que se podían permitir tener una orquesta o un buen auditorio —Ferrol, ya lo tiene—, ciclos consolidados capaces de fidelizar a sus propios públicos. Un puñado de conciertos al año, equilibrios presupuestarios entre los recursos propios y las subvenciones y esa difícil tarea que consiste en contentar a todos cuando las fechas y los dineros son limitados. Por eso quizá resulte menos curioso de lo que parece, si se piensa, que este concierto de La Ritirata fuera el primero que la Sociedad Filarmónica Ferrolana confía en sus setenta años de abono a un grupo especializado en música del barroco. Lo que es habitual en escenarios con más posibilidades resulta que, todavía, no deja de ser un riesgo en otros más estrechos.
Afortunadamente, y como era de esperar, el concierto de La Ritirata dedicado a “Conciertos Napolitanos” —y en la estela, por tanto, de sus últimas grabaciones— ha sido un éxito. Y es que, a pesar de todo, jugaban sobre seguro los ferrolanos al contar con el grupo que dirige un Josetxu Obregón que se mostró no ya como el experto concertador que conocemos sino, una vez más también, como el gran violonchelista que ha llegado a ser, magnífico en las dos obras que lo tenían como solista —la Sinfonía en Do mayor de Nicola Porpora y el Concierto en re mayor de Nicola Fiorenza— y en sus intervenciones en momentos puntuales del resto, así en el Allegro del Concierto para clave en Si bemol mayor de Francesco Durante. Aquí el protagonista fue un espectacular Daniel Oyarzábal que, sobre esa exhibición, circuló durante todo el concierto dando una lección de cómo se contribuye a hacer un continuo sólido e imaginativo al mismo tiempo. A ello contribuyó también Josep María Martí a la tiorba, al que siempre se le escuchaba con claridad, en buena medida porque Obregón, a la vista de la acústica más bien seca del coqueto Teatro Jofre, decidió poner a sus músicos muy cerca de la boca del escenario. Por eso también se pudo calibrar como correspondía el bello sonido y las bien negociadas agilidades de la flautista Tamar Lalo en el Concierto en do mayor de Alessandro Scarlatti, en el Concierto nº 13 en Sol menor de Francesco Mancini y, sobre todo, en la preciosa Siciliana de Leonardo Leo que se ofreció como propina. Estupendos también los dos violines, Andoni Mercero y Pablo Prieto, muy especialmente en la obra de Fiorenza.
Seguramente con este concierto se ponía una pica en Flandes. El público —a cuya ilustración contribuyó el propio Obregón con explicaciones muy claras sobre la época y el orgánico utilizado— pudo comprobar cuántas bellezas hay en estas músicas pretéritas, que comparten época y estilo pero que surgen de personalidades bien diferentes y diferenciables, desde lo que, probablemente, antes del concierto, parte de aquel presentía como algo más uniforme. El barroco, vía Nápoles, ha entrado en Ferrol de la mano de algunos de sus mejores intérpretes. Esperemos que sea para quedarse.
Luis Suñén
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