Fermín Cabal, in memoriam. Tal día como hoy nació hace setenta y seis años
Querido Fermín: hoy hubiera sido tu cumpleaños. Como destacado dramaturgo y hombre de teatro en general, quisiera recordarte desde esta revista dedicada a la música. Tuvimos una relación muy cordial, nunca llegamos a una amistad como hubiera sido posible de darse tal o cual circunstancia. Tardamos en conocernos, pero mucho antes, en 1982, publiqué un pequeño artículo en la revista Reseña sobre tu obra Vade retro, que me pareció extraordinaria. Conocía otras obras tuyas, y eras ya uno de esos dramaturgos hechos en el mundo del teatro, en producción, en gestión, dirección, y hasta actor. Más tarde incluso rodaste una bella película, La reina del mate, nada menos que con Amparo Muñoz. Cuando entré de improviso en ese mundo, no me trataste como un intruso. Después de todo, ambos habíamos pasado por Los Goliardos, aunque en épocas distintas.
Falleció Fermín en noviembre pasado. Los colegas y discípulos le tributaron homenaje a través de la SGAE durante dos días. Y AAT organizó uno de ellos, el del pasado 22 de diciembre, en la sala Manuel de Falla. Colegas y discípulos suyos interpretaron, en lectura dramatizada, la versión íntegra, no censurada, de su obra Castillos en el aire, a la que me refiero más abajo, y cuyo caso tiene mucha miga.
Conocí a Fermín gracias a uno de mis destinos administrativos. Cuando llegué al ICI, de Asuntos exteriores, me encontré con que el ganador del Premio Tirso de Molina del año anterior, Fermín Cabal, no había cobrado el dinero de su galardón por la espléndida obra Travesía, así que me puse en contacto con él y le entregué el cheque (entonces se hacía así, estábamos en 1992). No había reclamado el pago, caramba, ¿siempre fuiste así? Hubo problemillas con la subvención que siempre había ido unida al premio para su puesta en escena, pero se superaron con solo un pequeño menoscabo. Los productores ejecutivos, Alcántara / Villota lo vivieron intensamente. Finalmente, pudimos asistir al estreno, que fue en Segovia, Teatro Juan Bravo (dirigía el propio Fermín, con un magnífico reparto: Santiago Ramos, Luisa Martínez, Emilio Gutiérrez Caba; la gira posterior pudo verse en varios puntos del país, y desde luego en Madrid). Dominaba Fermín el diálogo, y en especial los silencios y cómo plasmar la subjetividad en un medio como el teatro, poco propicio a ello. Dos años después, a poco de inaugurarse La Abadía, teatro que fundó y dirigió José Luis Gómez, se programó la que muchos consideran la obra maestra de Fermín, Castillos en el aire. Gentes cercanas al poder se sintieron ofendidas y lograron cortes importantes en la obra. Estaba prevista una gira, y me cuentan que los teatros que la había programado pusieron excusas y la obra no giró finalmente. Un lamentable caso de censura cuando le censura ya no existía oficialmente. Alguien contará la historia en su integridad, pero de momento es tan solo conocida por la profesión, salvo detalles. Y es que hay varias censuras, como declaraba Fermín en la entrevista cuyo enlace pongo más abajo.
Recuerdo, también por uno de mis destinos, la convocatoria de una reunión de profesionales, lo que llamaban tormenta de ideas. Entre otros nombres, propuse a Fermín, y sin darle gran importancia me dijeron que “ése es un dinamitero”. Caramba. Estuvieron en aquella tormenta algunos discípulos suyos. No él, el maestro. Hacía poco de Castillos en el aire. En 2004 coordiné una mesa redonda titulada Mesa redonda con tres traidores. La censura que no cesa, dos entregas en dos números consecutivos de Las Puertas del drama. Los “traidores” eran Fermín Cabal, Iñigo Ramírez de Haro y Koldo Barrena. Se puede encontrar en la red, no hace falta explicar en qué medida eran traidores, y lo traidor que era Fermín. Ay.
Fermín era cualquier cosa menos un blandito.
Fermín dirigió la “puesta en espacio” de mi obra Carmencita revisited, con Cristina Higueras y otros amigos, en el Círculo de Bellas Artes, 1993; recuerdo el día, fue el mismo en que se destapó el caso Roldán. Mucho más tarde estuvimos Fermín y yo en la junta de AAT, asociación a la que me refiero más abajo. Con Fermín aprendías mucho. Por ejemplo, a construir. Construir una pieza teatral es lo que diferencia a un dramaturgo de alguien que se pone a escribir diálogos. Enseñó a muchos a escribir piezas teatrales y guiones de cine, no solo en España. La verdad es que un aspecto que me gustaba de él era el escepticismo. Más de una vez se sonrió ante alguna de mis (no sé) ingenuidades.
Se la jugó a menudo. Comió cárcel al final del franquismo. Con otras personas, tan comprometidas como él con el teatro, fundó grupos y salas. Desde sus obras anónimas para Tábano hasta la impresionante Tejas verdes, sobre el periodo de la dictadura de Pinochet en Chile. ¿Cómo no llegar al escepticismo? Al desencanto, se ha dicho; es más, se le ha incluido en una supuesta o real generación del desencanto. Felizmente, hacia el final de su vida tuvo responsabilidades importantes en la Academia de las artes escénicas y en propia SGAE.
En fin, fue profeta de David Mamet entre nosotros (su versión de El búfalo americano fue un acontecimiento). No es cuestión de dar más detalles en este escrito. He mencionado pocas obras de Fermín. En 2018, Beatriz Velilla le hizo la siguiente entrevista en Las puertas del drama, publicación que fundó la junta directiva de AAT, llamada entonces Asociación de autores de teatro; hoy, Autoras y autores de teatro. Ahí pueden encontrar sus propias palabras.
Santiago Martín Bermúdez
(foto: Luis Camacho)