Fallece el pianista y director Reinbert de Leeuw

Mi primer contacto con el nombre de Reinbert de Leeuw fue, a finales de los ochenta, a través de una grabación suya de las Gymnopédies de Satie (Philips). No soy un especialista de la discografía de Satie, así que no puedo afirmarlo de manera categórica, pero si no es la interpretación más lenta de estas piezas, poco le falta. Sólo la primera de ellas alcanza los seis minutos de duración (más adelante, el pianista holandés firmaría otro registro de Satie en donde suavizaba un poco su enfoque). Se trata de una lectura que, como todas las que buscan abrir nuevos horizontes, cuenta en igual medida con admiradores y detractores. La andadura letárgica, el sonido frío e inmaculado… uno diría que Reinbert de Leeuw quiere presentarnos a Satie como el antepasado de Morton Feldman.
Cada cual decidirá si el resultado está a la altura de las intenciones, pero en todo caso son gestos que revelan el temple –estético y ético– de un artista. Porque Reinbert de Leeuw era esto: un músico completo (pianista, director, compositor) empecinado en recorrer las facetas menos transitadas de la creación, los caminos menos obvios, aquellos que obligan al oyente a revisar sus conceptos y conocimientos. Como solista y como director del Schönberg Ensemble, nos descubrió a autores que hoy en día forman parte de nuestro patrimonio, pero que entonces eran ilustres desconocidos: es el caso de Galina Ustvolskaya, Sofia Gubaidulina, Ruth Crawford Seeger (mujeres todas ellas), pero también –por increíble que parezca– el Janácek coral o el último Liszt. Una de sus obsesiones era el Via Crucis del músico húngaro: obra visionaria que grabó cuatro veces en todas las versiones posibles (Liszt hizo arreglos para diversas plantillas).
Hablo de todo esto en pasado porque en el día de ayer Reinbert de Leeuw falleció a la edad de 81 años. Para conmemorar su muerte, no se me ocurre mejor comentario musical que aquella versión suya –lentísima, sidérea– de la Gymnopédie nº 1 de Satie.