Ewa Podles: oscuros colores
Era realmente singular la voz de esta contralto varsoviana: recia, espesa, gruesa, contundente, vigorosa. Mantuvo un buen estado vocal hasta muy tarde y de hecho sus mayores éxitos llegaron cuando había sobrepasado con creces la cincuentena. Pudimos comprobarlo el 1 de octubre de 2013, cuando andaba por los 61, en un estupendo concierto de la Orquesta de la Comunidad de Madrid en el Auditorio Nacional en el que se estrenaron las Seis canciones sobre poemas de Emily Dickinson de Parera Fons.
La cantante tenía bien ahormada esa música, que decía, recitaba y cantaba casi con unción, introvertidamente, aplicando su penumbroso timbre al tono onírico y surrealista de los poemas. Un excelente concierto que puso de relieve las características de una voz verdaderamente singular. La pudimos escuchar en Madrid por primera vez a lo largo de una estupenda sesión liederística encuadrada en un ciclo sobre la Escuela de Viena desarrollado en la Residencia de Estudiantes, donde interpretó las canciones de Rückert y las del Caminante de Mahler y cinco de Strauss. Fue el 4 de febrero de 1992.
La madurez tímbrica, lo sombrío del espectro se fueron aquilatando y definiendo a lo largo de muchos años sin que perdiera nunca sus atributos fundamentales; la homogeneidad, la regularidad emisora, sólo parcialmente dañada por el paso del tiempo, y, en particular, la extensión, de casi tres octavas, lo que, para una voz tan rotunda, oscura y plena, antes que específicamente bella, era una barbaridad; y que ella sabía administrar, regular y aplicar con excelencia.
Era una de las escasas cantantes que podían presumir de ser una verdadera contralto, especie prácticamente desaparecida de la faz de la tierra y de rara localización, aun en tiempos en los que los instrumentos graves, tanto de hombre como de mujer, eran más frecuentes; antes, por supuesto, de que la evolución de la raza y la elevación de la escritura y, sobre todo, el paulatino e imparable ascenso del diapasón contribuyeran a la clarificación de los timbres, a la pérdida de densidad de los colores y a dotar de un espectro soleado a la totalidad de las voces, de emisión cada vez más alta y de consistencia progresivamente más endeble.
Sus características vocales le abrieron el camino para desembarcar en el repertorio rossiniano y encarnar a heroínas (o héroes) destinados a aquellas legendarias contraltos coloratura como la Malanotte, la Righetti-Giorgi, la Pisaroni o la Malanotte-Montresor. Esta última había estrenado el personaje de Tancredi, uno de los más afamados y culto predominante de las voces oscuras de este tipo. Con él se presentó Podles en el Teatro de la Zarzuela. La voz aún bastante ágil, tan hábil en las canciones de su país o en las procedentes de más al este, en los lieder mahlerianos, en los pocos papeles verdianos para su carácter como en el bel canto haendeliano o rossiniano, mostraba ya -algo que se agudizó en los años posteriores- ciertas limitaciones.
Porque el instrumento, con el paso del tiempo, fue haciéndose, sí, más opulento y contundente, más oscuro, pero también más agreste. Lo que incidía en que se produjera una mayor dificultad en la realización de agilidades, en una menor soltura para delinear una coloratura ligera, esbelta, refinada. Algo difícil cuando la edad va pasando factura. Aún así siempre se disfrutaba de la rotundidad del sonido y de la profesionalidad de su dueña, mujer de rasgos duros y bien definidos, de baja estatura y de fuerte complexión. La echábamos de menos desde hace tiempo, retirada ya prácticamente de los escenarios.
Arturo Reverter
[Foto: Ewa Podles en el papel de la Marquesa de Berkenfield en La Fille du Régiment de Donizetti, en el Gran Teatre del Liceu en 2017. © A. Bofill]