“Escribe que soy gitana y me apellido Vargas”
Pasaba la madrugada. Ya más cerca del amanecer que del atardecer, en una bodega que no era precisamente la de Lillas Pastia, en el corazón de Jerez de la Frontera, entre palmas y fino, Teresa Berganza de repente se puso severa y miró a los ojos: “Cuando escribas que me he muerto, di que soy gitana y que mi segundo apellido es Vargas, de los Vargas de Cádiz”. Han transcurrido 16 años desde aquel húmedo pero feliz 21 de enero de 2006 y ha llegado el momento. En el altavoz suena ella, con las Canciones castellanas de Guridi. “Alegría y más alegría” canta en Cómo quieres que adivine acompañada por el piano de su entonces marido, Félix Lavilla, el que “duerme con los calcetines negros puestos”. Alegría y más alegría escucha el amigo, sí, pero solo siente pena, una pena grande, honda, que hiere. Honda, tan ‘jonda’ con la gitana Vargas, de los Vargas de Cádiz. Y resuena, en la memoria, Carmen.
Y Charlotte, y Cherubino, y Zerlina, Rosina, Angelina, Isabella, Salud, Dido, Ottavia, Rinaldo, Dulcinea, Sesto, Dorabella… También la mejor música vocal española, desde las Siete canciones de Falla a las tonadillas de Granados o las Negras de Montsalvatge, por no hablar del Guridi del altavoz, que renace desde un disco regalado por Rafita Banús, otro devoto berganciano, que también se nos fue. “Disfruta este disco de canciones españolas e italianas, por Teresa, ¡es lo mejor!”, me dedicó Rafa-Rafita. Y ahora, ausentes los dos, la voz de Teresa sigue eterna, en el Olimpo del Arte y de los afectos. En el corazón partido de los que la disfrutamos en el escenario y fuera de él, pero también en la perpetuidad de los melómanos de ayer, hoy y siempre.
Berganza Vargas. Voz tan inconfundible como su personalidad. Gitana de rompe y rasga. Artista curtida en los más diversos estilos, desde la Menegilda a la más sutil Rosina. Mujer que amó el amor, leal a sí misma y a sus convicciones, que eran tantas y tan insobornables. Feminista antes de saber qué diablos era eso. Dotada de una técnica vocal forjada con su siempre querida Lola Rodríguez de Aragón, pero, sobre todo, de un instinto y talento musical infinitos.
Pianista brillante en sus años del Conservatorio de Madrid, con Teresa el mundo de la música pierde una artista de raza, capaz de superar tantos contratiempos y sinsabores. Siempre con esa “alegría y más alegría”, con esos ojos brillantes que te atraviesan como la gitana de El gato montés o la Carmen del trío de las cartas. “¿Hay algo más gitano que apellidarse Vargas?”, dijo con orgullo en la Sevilla de 1992, cuando cantó Carmen junto con José Carreras y la dirección de un Plácido Domingo al que “me gustaría más tenerlo en escena y no con la batuta”.
Teresa Berganza Vargas, gitana sin pelos en la lengua ni compromiso al que rendir pleitesía. Su genio y figura seguirán alegrando e inspirando a quien se encuentre allá donde sea. Pero acá, en este mundo de guerras y postureos, el universo de la lírica se queda huérfano de una de sus más luminosas estrellas. Los que te tratamos, hoy solo sentimos “pena y más pena”. Che farò senza Teresa?
Justo Romero