“Es fascinante abrir una partitura… y empezar de nuevo”
Apenas tres años antes de su retirada, en 2016, Joost Honselaar y Hans Haffmans realizaron, en la residencia veraniega de Bernard Haitink, en el sur de Francia, un hermoso documental sobre el maestro, que ilustra bien el carácter sencillo y el inagotable amor por la música que sentía. En un momento dado, apenas unos minutos tras iniciarse el documental (titulado It comes my way, filmado en holandés con subtítulos en inglés y disponible en la sala de conciertos digital de la Filarmónica de Berlín), relata Haitink cómo transcurre su vida en esa estancia veraniega, y dice: “…Y, por supuesto, siempre hay una partitura esperándome. Es (moviendo la cabeza en un gesto de afirmación) fascinante abrir una partitura… y empezar de nuevo.”
¡Que vivan los veteranos! Así titulaba el firmante la reseña que publiqué en Scherzo en octubre de 2017 sobre los dos últimos conciertos que pude ver en Madrid a Bernard Johan Herman Haitink, conocido por el público como Bernard Haitink, gran maestro holandés que nos ha dejado a los 92 años. Su último suspiro tuvo lugar ayer en su domicilio londinense, con su familia (su cuarta esposa, la violista británica Patricia Bloomfield, y sus hijos) presente.
Era fácil adivinar, en aquellos conciertos madrileños, que al director holandés (entonces con 88 años a las espaldas), no le quedaba mucho de carrera. El caminar era frágil, los pasos cortos y fatigosos. Las salidas del escenario para saludar no se completaban, como si le resultara excesivo abandonar la escena para volver a ella, justas ya las energías. Dos años después, el 2019, anunciaba primero tomarse un año sabático (que pocos creyeron fuera real) y, poco después, su retirada definitiva.
Tuvo ésta lugar en una serie de conciertos con la Filarmónica de Viena, con Emanuel Ax (sustituto del previsto y enfermo Murray Perahia) como solista. Con Perahia había grabado, décadas atrás, un ejemplar ciclo de conciertos de Beethoven. Con Ax había dirigido en numerosas ocasiones, y precisamente también en aquellos dos conciertos madrileños referidos al principio. En el programa de esa gira postrera, el Cuarto Concierto de Beethoven y una de las partituras más queridas por el maestro holandés: la Séptima de Bruckner. Tras aparecer en Londres (Proms) y Salzburgo (el festival), el último concierto de Haitink tuvo lugar, con esos mismos protagonistas, el 6 de septiembre de 2019 en Lucerna. Los últimos compases de la sinfonía (que también había dirigido meses antes a otra orquesta favorita, la Filarmónica de Berlín) y la emotiva despedida del maestro, que ya necesita ayuda para descender del podio y abandona el escenario con la ayuda de su bastón… y de su esposa, encogen el corazón, y pueden verse en Youtube.
Se nos ha ido Haitink, que había venido al mundo en 1929, el mismo año que Harnoncourt, Berglund y Previn, todos fallecidos antes (Berglund en 2012, Harnoncourt en 2016, Previn en 2019), pero también el mismo que Dohnanyi (aún entre nosotros). Este y el eternamente joven Blomstedt (1927) son en realidad los últimos representantes vivos de una generación de maestros crecida en épocas y contextos radicalmente distintos de los actuales, incluso de los acontecidos tras la segunda guerra mundial. Los siguientes “grandes veteranos” son Zubin Mehta (85 años) y Riccardo Muti (80).
Haitink creció como violinista, para estudiar después dirección con Ferdinand Leitner (1954-55). Su debut al frente de la Orquesta del Concertgebouw ocurrió en 1956, para sustituir a un indispuesto Carlo María Giulini. Tras la muerte repentina de Eduard van Beinum, se convirtió en director titular en 1961, primero (hasta 1963) junto a Eugen Jochum, y posteriormente en solitario, posición que mantuvo hasta 1988. Fue después director honorario de la misma, además de titular de la Filarmónica de Londres (1967-79), del Festival de Glyndebourne (1978-88), de la Royal Opera (1987-2002) y de la Staatskapelle de Dresde (2002-2004).
Al otro lado del charco, fue principal director invitado de la Sinfónica de Boston (1995-2004) y director “principal” (rechazó la titularidad argumentando su edad) de la de Chicago entre 2006 y 2010. Miembro honorario de las Filarmónicas de Berlín y Viena, a las que dirigía con asiduidad, tuvo también una estrecha relación con la Sinfónica de Londres y, en los últimos años de su carrera, con la Chamber Orchestra of Europe.
Laureado por los gobiernos británico, belga, francés y holandés, galardonado con dos Grammy, el premio Erasmus y el premio Gramophone, el gran maestro holandés vivió la época dorada del disco, con casi medio centenar de grabaciones en su haber (cifra que hoy parece enorme pero que aún resulta hasta pálida frente a las más de 2300 de Karajan). Las orquestas con las que más y mejor grabó fueron Concertgebouw, Filarmónica y Sinfónica de Londres, Sinfónicas de Boston y Chicago y Sinfónica de la Radio de Baviera (que el mismo año de su retirada editó un interesante álbum recopilatorio de sus grabaciones con esta formación).
El repertorio abordado fue considerable. En lo sinfónico hay que recordar sus ciclos completos (en algún compositor repetidos más de una vez) de Mahler (sobre todo), Bruckner, Brahms, Shostakovich o Beethoven, pero también de Chaikovski o Vaughan-Williams. No se pueden olvidar tampoco sus grabaciones operísticas (terminaría dejando los fosos, como algunos otros maestros, cansado de la epidemia de las boutades escenográficas) de Mozart, Wagner o Verdi.
Fue Haitink un maestro cuya humildad de carácter se reflejaba también en gestos y declaraciones. En el documental citado, ante la pregunta de cómo conseguía para hacerlo (la misma obra) cada vez mejor, comenta con sencillez que, con los años, “había aprendido a tratar a los músicos, a respetarlos”. El gesto fue siempre claro pero austero, especialmente en el lenguaje facial, aunque sus ojos siempre dibujaban una mirada sumamente expresiva. La mano derecha movía la batuta con determinación, incluso cuando las fuerzas eran ya justas. La izquierda tenía menos movilidad, pero indicaba con frecuencia matices o inflexiones con el gesto justo. Siempre ausente la teatralidad, siempre serio y sólido el criterio, Haitink no sorprendía con caprichos o con salidas de tono creadas para diferenciarse. Pero la música que salía de sus dedos era siempre hermosa, con esa sensación de un trabajo hecho de manera sobresaliente.
Como explica en ese documental, incluso cuando afrontaba una nueva interpretación de una obra otras veces transitada, ordenaba una partitura nueva, limpia, libre de anotaciones previas, y empezaba, como dijimos al principio, de nuevo. Su trabajo era cuidadoso, dedicado, hecho con especial rigor. Sabio constructor de los edificios sinfónicos, puede que no ofreciera la alta temperatura ni los extremos de carácter de un Bernstein, como evidencia, por ejemplo, su Mahler frente al del norteamericano, pero conseguía emocionar desde la perfecta elaboración de un discurso preparado con un rigor y una sonoridad tan hermosa que era difícil de resistir.
Como señalé en aquellos conciertos madrileños de 2017, cuando uno asiste a un quehacer musical tan bien hecho y presentado con tanto mimo y cuidado, solo queda sentarse a disfrutarlo. Descanse en paz el gran director holandés. Le vamos a echar mucho de menos. Entre otras cosas porque hoy día en muchas ocasiones no terminamos de encontrar ese mimo, ese cuidado, ese rigor e incluso esa fascinación de… empezar de nuevo.
Rafael Ortega Basagoiti