En la Historia por la puerta grande
Miembro de una saga de compositores y directores, que comienza en sus tíos Ernesto y Rodolfo y continúa ahora con su hijo Pedro, el madrileño Cristóbal Halffter (1930) mostró un talento precoz para la música (fue el más joven de todos los Premios Nacionales de Música de España). Su estilo inicial, tras las lecciones de Conrado del Campo, Jolivet y Tansman, que llevaba las enseñanzas de Stravinski y Bartók a superar el neocasticismo entonces imperante en el país, le deparó algunos de sus primeros grandes éxitos, como la Antífona Pascual, la Misa Ducal, los Dos movimientos para timbales y orquesta o el primer Concierto para piano y orquesta. Pero pronto supo que la misión de su promoción, la llamada Generación del 51 a la que él mismo dio nombre sin sospechar la trascendencia de la ocurrencia, era volver a conectar la música española con la punta investigativa de lo que se hacía en el mundo, algo de lo que nos habíamos desconectado desde la Guerra Civil. Halffter fue quemando etapas de dodecafonismo, serialismo integral y aleatoriedad, para acabar creando un lenguaje propio de enorme fuerza expresiva, universal por su técnica, muy español por su raíz y fuerza. Es el momento crucial del monumental escándalo provocado por el estreno a principios de los setenta a cargo de la Orquesta Nacional de Microformas, una obra que hoy suena tan normalita. Vinieron después Sinfonías para tres grupos instrumentales, Anillos o Symposium.
Cristóbal Halffter tuvo, pese a sus aparentemente fáciles comienzos, varios encontronazos con el régimen de Franco. Primero, con la cantata Yes, speak out que la ONU le encarga con texto de Norman Corwin para conmemorar la Declaración de los Derechos del Hombre. Más tarde, con la pieza coral Gaudium et Spes-Beunza donde en 1972 se postura en favor de la objeción de conciencia. En igual tesitura, Planto por las víctimas de la violencia o Réquiem por la libertad imaginada, ambas de 1971. Y glosó maravillosamente la cultura española con piezas como Noche pasiva del sentido (1970), seguramente la mejor obra compuesta nunca sobre San Juan de la Cruz, la enorme pieza orquestal Elegías a la muerte de tres poetas españoles (1975) sobre Hernández, Machado y Lorca, o Pinturas negras (1972) para órgano y orquesta. Pero su obra orquestal más popular no es otra que Tiento de primer tono y batalla imperial (1986), que es mucho más que una orquestación o glosa sobre Cabezón y Cabanilles. Todas ellas las dirigía como nadie, pero su labor directorial, que le llevó al frente de grandes orquestas de todo el mundo, también la dedicó al gran repertorio y a sus colegas. Entre otras muchas ocasiones, siempre le agradeceré la dirección del segundo montaje de mi ópera Selene.
A la ópera propia llega con el cambio de siglo y su Don Quijote para el Real, a la que seguirían en Alemania Lázaro y Novela de ajedrez. Fue también catedrático de composición y director del Conservatorio de Madrid, pero en 1966 lo dejó sonadamente para concentrarse en su labor de composición y dirección. Desde entonces sólo enseñó en cursos determinados, muy especialmente en el que durante casi cuarenta años codirigimos en Villafranca del Bierzo y por el que han pasado prácticamente todos los futuros compositores españoles de esos años.
Cristóbal Halffter fue uno de los mayores compositores de la música española de todos los tiempos y una reconocida figura internacional. Con su esposa, la excelente pianista Manuela Caro -la recordada Marita, fallecida hace tres años- formó una pareja artística que se implantó sólidamente en nuestra cultura y que hoy continúa como director y compositor su hijo Pedro. Han sido una gran parte de la realidad sonora de nuestro país durante muchos años. Ahora, Cristóbal nos ha abandonado. Se nos va un enorme compositor y un verdadero amigo. Pero su marcha es para atravesar la gran puerta de la Historia.
Tomás Marco