El vuelo del halcón

No hay muchos testimonios audiovisuales de la húngara Annie Fischer (1914-1995), una de mis pianistas preferidas, y la mayoría se refieren a su última época. El que pongo abajo no tiene fecha, pero es sin duda de los más antiguos al menos a juzgar por la calidad de la imagen y la puesta en escena. Fischer toca la Chacona de Haendel. Llama la atención la elevación que alcanza la mano de la pianista para luego lanzarse sobre el teclado, y la fuerza con que se levanta de la tecla después de apretarla. Siempre que veo estas imágenes, pienso en un halcón cayendo en picado sobre su presa. Así era Fischer, una pianista de enorme intensidad y energía, pero sin asomo de grandilocuencia o brusquedad. Admirada por compañeros como Richter o Pollini, fue una artista de gran integridad, severa y sin concesiones a la galería.
Lo primero que me impactó de Fischer fue su lectura de la Sonata Claro de luna de Beethoven (EMI, 1959). Es, posiblemente, la versión más desesperanzada que conozco. El “Adagio sostenuto” es casi una marcha fúnebre. Fischer sitúa en primer plano los bajos de la mano izquierda, mientras que los tresillos de la mano derecha suenan alejados y las figuraciones con puntillo parecen obsesivos toques de difuntos. Pero lo más sorprendente viene en el “Allegretto” central, que muchos pianistas toman como una pausa de distensión. Nada de eso ocurre aquí, y los sforzati poseen una violencia poco habitual, que empalma con la implacable furia del “Presto agitato” conclusivo.
A finales de los setenta, Fischer grabó en Hungaroton la integral de las sonatas de Beethoven, aunque se publicó sólo después de su muerte porque al parecer la artista no estaba del todo satisfecha con el resultado. Se trata de una gran integral. A Fischer no le interesa subrayar la evolución estilística del compositor; para ella, estas sonatas constituyen un único bloque de treinta y dos caras, que transmite la imagen de un Beethoven sin complacencias, arisco, de poderosa energía y profundo pesimismo, en una línea parecida a la segunda integral de Barenboim (DG, 1984). El ejemplo más emblemático es la Sonata op. 31 nº 1. Donde muchos subrayan los aspectos irónicos y hasta humorísticos de la pieza, Fischer lanza destellos casi trágicos. Puede, quizá, que en su Beethoven permanezca un recuerdo de los duros momentos que la pianista vivió durante la Segunda Guerra Mundial: al ser judía, tuvo que huir de su país y refugiarse en Suecia para salvarse de la persecución nazi.
Si Fischer fue una gran beethoveniana, su Schumann alcanza cotas aún mayores. Fischer es mi intérprete preferida de Kreisleriana, pero su auténtico monumento es la Fantasía op. 17, sobre todo el primer movimiento. La pianista domina la excéntrica arquitectura de esta pieza como si la sobrevolara, como si contemplara los cambiantes paisajes schumannianos desde una altura privilegiada. Como un halcón que vigila desde lo alto su territorio de caza.
Stefano Russomanno