El único cangrejo del arroyo
Johann Sebastian Bach fue grande como compositor y como intérprete (organista y clavecinista, pero también violinista y violagambista). Sin embargo, conviene no olvidar que como maestro fue extraordinariamente grande. En esta faceta comenzó joven, cuando aún andaba por los primeros años de la veintena, y hasta el final de sus días siguió ejerciéndola (en su lecho de muerte lo acompañó Johann Gottfried Müthel, su último alumno). La lista de insignes compositores que fueron tutelados por él es extensísima, empezando por sus propios hijos (especialmente, Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emanuel Bach) y siguiendo por Abel, Homilius, Agricola, Kirnberger, Kellner, Altnickol (casado con una de sus hijas, Elisabeth Juliane Friederica), Goldberg (el de las Variaciones) o el ya mencionado Müthel, por citar solo unos pocos.
De todos ellos, seguramente el más talentoso fue Johann Ludwig Krebs. Y no es porque lo diga yo, que no soy nadie, sino porque así lo consideraba el propio Bach, que lo situaba por encima incluso de sus dos más aventajados vástagos. La grabación de la integral de obras para clave que se conservan de Krebs a cargo de ese buen clavecinista italiano que es Michele Benuzzi, aparecida hace poco en el sello Brilliant Classics, me ha parecido una buena excusa para recodar a este músico, tan olvidado hoy en día.
Nacido el 12 de octubre de 1713 en Buttelstedt (Turingia) y fallecido el 1 de enero de 1780 en Altenburg (también Turingia), donde ejercía como organista, Johann Ludwig fue hijo de Johann Tobias Krebs (1690-1762), quien entre 1711 y 1716 recibió con regularidad clases de Bach. Por ese entonces, Johann Tobias ya era cantor en Buttelsted y recibir esas clases le obligaba a desplazarse a pie dos días a la semana hasta Weimar, donde Bach había sido contratado para formar parte de la capilla musical del duque Johann Ernst III de Sajonia-Weimar.
Tanto debió de marcarle Bach que, años más tarde, Johann Tobias Krebs envío a sus tres hijos (entre ellos, el protagonista de este artículo) a que se formaran con él. Johann Ludwig fue alumno suyo —de teclado y composición— en la Escuela de Santo Tomás de Leipzig, entre 1726 y 1735, coincidiendo con el que seguramente fue el periodo de mayor fertilidad del Bach compositor. Pese a su corta edad, fue nombrado prefecto del coro (eran tres los prefectos, uno de ellos, el primogénito de Bach, Wilhelm Friedemann). El cargo no hizo más que proporcionarle disgustos al pobre Krebs, sobre todo con el rector, el teólogo y filólogo Johann Agust Ernesti, quien no debía de ver con buenos ojos que un imberbe adolescente fuera tan de la confianza del Kantor (los aspirantes al cargo que proponía Ernesti eran cantantes mucho menos preparados). Como prefecto, Krebs se vio obligado a sustituir a Bach en los conciertos de la Iglesia Santo Tomas en numerosas ocasiones, cuando este tenía que dirigir a los coros de otras iglesias en Leipzig.
Al terminar sus estudios, el propio Bach escribió una elogiosa carta de recomendación para su joven y prometedor alumno, ya que era un consumado organista, además de tocar varios instrumentos más (violín y laúd, principalmente). Entre 1737 y 1743, Krebs ocupó el cargo de organista en la Iglesia de Santa María, en Zwickau, y entre 1744 y 1756, fue organista en Zeitz. Su nombramiento como organista en Altenburg se produjo en 1756, y en ese puesto estuvo hasta su muerte.
Pero la relación entre Bach y Krebs fue más allá de lo profesional. Bach lo apreciaba enormemente en el terreno personal, y ese sentimiento era recíproco. Hasta tal punto que Johann Nikolaus Forkel, el primer biógrafo de Bach, atribuye a este la frase que sirve de titular a este artículo, la cual habría sido recogida por Johann Christoph Gottsched, principal figura literaria de Leipzig durante los años en que Bach estuvo allí: “Es sey in enmem Bach nur ein Krebs gefangen worden” (traducción más o menos literal: “Ha sido el único cangrejo capturado en mi arroyo”), recurriendo a un juego de palabras con Bach (arroyo) y Krebs (cangrejo). Bach no solo revisó numerosas partituras de Krebs, sino que llegó a publicar varias de ellas. Por tal motivo, durante años algunas obras de Krebs estuvieron atribuidas a Bach.
Johann Ludwig Krebs fue un compositor cuya carrera abarcó el final del Barroco y el comienzo del Clasicismo. En muchos aspectos, Krebs tipifica los problemas que tuvieron muchos músicos para hacer frente al drástico cambio de estilo que ello implicaba. Dado que era un contrapuntista excepcionalmente hábil, podría haber tenido una fama mucho mayor si hubiera nacido veinte años antes. Pero las cosas son como son y no como uno quieren que sean.
A falta de que la música de Krebs empiece a ser tratada con la consideración que realmente merece, su nombre, por desgracia, permanece asociado a una de esas lamentables películas de aventuras que la industria de Hollywood produjo en los años 60 del pasado siglo: Mysterious Island. En ella, el autor de la banda sonora, Bernard Herrmann (conocido por sus colaboraciones con Orson Welles en Ciudadano Kane y La guerra de los mundos, y con Alfred Hitchcock en Vértigo, El hombre que sabía demasiado y Psicosis), reelabora una fuga para teclado de Krebs en la escena en un cangrejo gigante intenta devorar a unos incautos náufragos —con el capitán Nemo a la cabeza— que se defienden como buenamente pueden con unas lanzas y unas cuerdas. ¡Qué alarde de ingenio el de Herrmann cuando relaciona a Krebs con un cangrejo!
Eduardo Torrico