El ‘nuevo’ allegro de Mozart… ¿o una transcripción de Mozart de algo que no es de Mozart?
MOZART: Allegro en Re mayor K 626b. Seong-Jin Cho, piano. DG 48605729
Hace unos días, con motivo del 265º aniversario del nacimiento de Mozart, y aprovechando el inicio de la Semana Mozart “virtual” en Salzburgo, se presentó al público, con bastante bombo, una nueva partitura descubierta del salzburgués: el Allegro en Re mayor K 626b. En el comentario a la partitura editada por la Fundación del Mozarteum (disponible aquí),el Dr. Ulrich Leisinger comenta que la existencia de la pieza era conocida a partir de catálogos de subastas, por lo que Alfred Einstein le asignó el número App109g/16 en la tercera edición del catálogo de Köchel, que terminaría siendo el 626b/16 en la sexta edición del mismo. El manuscrito fue adquirido por un ingeniero melómano en París, a finales de los felices años veinte, y ha permanecido en sus manos y las de sus herederos, en Holanda, durante cerca de 90 años, hasta que se ha ofrecido a la Fundación del Mozarteum. Leisinger declara que, sometido el manuscrito y la escritura al análisis de los expertos, se trata indudablemente de una partitura de Mozart, que los expertos fechan en el entorno de 1773.
El mismo 27 de enero, el pianista coreano Seong-Jin Cho ofreció, en streaming, el estreno mundial de la pieza en cuestión, que se ofrece como uno de esos “sencillos” que tanto se llevan en la música moderna, en la web de DG. Una interpretación, como ya nos tiene acostumbrados este joven, excelente, elegante, con gracia y con buen gusto en los adornos introducidos. Pero debo confesar que la escucha repetida y el análisis de la partitura me dejó, sin embargo, sensaciones raras. Sensaciones que, por lo que luego he podido ver por ahí, no soy el único en tener.
La edición habla de una transcripción pianística de una obra orquestal desconocida. Podría ser, porque la escritura parece un tanto atípica entre las partituras pianísticas de Mozart, poco proclive, por poner solo un ejemplo, a saltos como los que aparecen en el c. 19 y parecidos. La pieza, apenas 70 compases y minuto y medio de duración, con hasta tres petit reprises de apenas dos compases, no termina de sugerir el carácter danzable que se le ha atribuido, aunque es verdad que los compases 33-48 podrían parecer una especie de trío. Pero coincido con Uri Rom, musicólogo de la Universidad de Tel Aviv (comentario íntegro aquí), en su escepticismo respecto a la fecha atribuida a esta pequeña pieza. El adolescente de 17 años que era Mozart no había alcanzado su madurez, pero era sin duda un compositor de primera. De su pluma, en ese año de 1773, las sinfonías nº 22 a 27, lo que incluye a una obra tan impactante como la famosa nº 25 en sol menor. Para esa fecha han salido ya de su pluma Lucio Silla y Tamos, rey de Egipto. Y el año siguiente ven la luz las cinco primeras sonatas pianísticas K 279-283.
La distancia que separa cualquiera de estas obras de este allegro bastante intrascendente es simplemente sideral. Si la composición orquestal “desconocida” transcrita por Mozart es de otro autor de la época es algo que sin duda es posible, pero, como señala con acierto Rom, el interés de tal arreglo para alguien que, como Mozart, ya es capaz de escribir música como la relatada, se antoja un tanto dudoso. Rom comenta, no sin razón, que ve más probable que la fecha de composición sea más próxima a la del Cuaderno de notas de Londres K 15, compendio de pequeñas piezas de cuando Mozart era un chavalín y se encontraba con su familia en Londres, es decir, 1764-65. Esta hipótesis del musicólogo israelí parece bastante plausible y explicaría que la piececilla de la que hablamos nos deje exactamente esa impresión: que tiene su encanto, pero dista de estar entre las mejores del genio de Salzburgo. Comentado todo ello, solo queda disfrutarla.
Rafael Ortega Basagoiti