El músico múltiple (20 años de la muerte de Giuseppe Sinopoli)
Un 20 de abril de 2001, hace exactamente veinte años, el director italiano Giuseppe Sinopoli se desplomaba al suelo por un infarto durante los ensayos del tercer acto de Aida en la Deutsche Oper de Berlín. Fallecía así, a la edad de 54 años, una de las personalidades musicales más controvertidas de las dos últimas décadas del siglo XX, pero sobre todo un artista capaz de aglutinar horizontes culturales muy diversos y plasmarlos en enfoques siempre novedosos y estimulantes.
Licenciado en antropología criminal, Sinopoli siguió los Cursos de Darmstadt en las clases de Ligeti y Stockhausen, estudió dirección de orquesta con Bruno Maderna y Hans Swarowski, y fue alumno de composición de Franco Donatoni. Además, sentía una profunda pasión por la arqueología. El 23 de abril de 2001, es decir: tres días después de su inesperada muerte, tenía previsto defender su tesis de arqueología en la Universidad de Roma.
La faceta de compositor prevaleció en la primera fase de la carrera de Sinopoli. Tras una inicial adhesión al estructuralismo, abrazó la combinatoria donatoniana y posteriormente se orientó hacia un neo-expresionismo del que es buena muestra su título más ambicioso, Lou Salomé. La fría acogida de esta ópera en 1981 le hizo aparcar la composición y todas sus energías se concentraron desde aquel momento en la dirección orquestal.
Fue titular de la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia (1983-1987), de la New Philharmonia de Londres (1984-1994) y de la Staatskapelle Dresde (1992-2001). También tuvo una asidua presencia en los fosos operísticos: Deutsche Oper de Berlín, Ópera de Viena, Bayreuth, Metropolitan y Royal Opera House, entre otros.
Sinopoli era un director analítico; le gustaba escarbar en el tejido musical en busca del detalle revelador más que entregarse a la amplitud de los grandes arcos sonoros. Sinopoli trataba de hacer aflorar en sus versiones ese sustrato oculto (y a veces contradictorio) de motivos, ideas e intenciones, que determina la riqueza de una partitura. La densidad polifónica y conceptual de la música de Richard Strauss y de la Segunda Escuela de Viena representó un espacio ideal donde aplicar este tipo de enfoque. También lo hizo en Mahler y en Bruckner con resultados que suscitaron más controversias.
En el ámbito operístico, mostró una especial sintonía con Puccini y, curiosamente, con el Verdi más “primitivo” de los comienzos (Nabucco, Attila, Macbeth), en el que encontraba un antídoto al intelectualismo del repertorio germánico de finales del siglo XIX y principios del XX, que tanto le apasionaba.
Dejó una amplísima discografía en donde despuntan casi todo su Strauss y su Segunda Escuela de Viena, pero también una mediterraneísima Italiana de Mendelssohn, una Segunda de Schumann (con la Filarmónica de Viena) en inestable equilibrio entre serenidad y neurosis, así como una “Trilogía romana” de Respighi pletórica de colores y opulencia polifónica, a la que el director dota de una plenitud casi straussiana. Me gusta recordar aquí a Sinopoli con su interpretación de Circenses, primera pieza de Feste romane, que pocas veces ha sonado tan cercana a la Elektra de Strauss. ¶
Stefano Russomanno