El muchacho divino (cien años del nacimiento de Guido Cantelli)
El 24 de noviembre de 1956 un avión de la compañía italiana LAI se estrelló poco después de despegar del aeropuerto parisino de Orly. Entre las treinta y tres víctimas de aquel accidente estaba el director italiano Guido Cantelli. Fallecía así a los 36 años uno de los más pujantes talentos de la dirección orquestal. Nacido en Novara un 27 de abril de 1920, Cantelli había estudiado composición y dirección de orquesta en el Conservatorio de Milán con Arrigo Pedrollo, Giorgio Federico Ghedini y Antonino Votto. Su temprano debut en 1943 con Traviata en el Teatro Coccia de Novara sufrió un brusco parón cuando fue llamado a filas debido al recrudecer del conflicto bélico. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, reanudó su actividad y empezó entonces una carrera meteórica en la que resultó decisivo el apoyo de Arturo Toscanini. Fue en 1948, durante un concierto en el Teatro alla Scala, cuando Toscanini se percató del enorme potencial del joven director y no tardó en invitarle a dirigir su orquesta, la Sinfónica de la NBC, con la que Cantelli debutó el año siguiente.
A principios de los cincuenta, el nombre de Cantelli era ya una presencia habitual en las temporadas sinfónicas del Reino Unido y de Estados Unidos. Muy importante fue la relación que a partir de 1951 estableció con la Philharmonia Orchestra, y de la que por suerte quedan diversos testimonios discográficos. Sus triunfos en el extranjero no redujeron su actividad en Italia y su compromiso con la ópera. En enero de 1956, dirigió una memorable versión de Così fan tutte en la Scala de Milán con un reparto vocal de auténtico lujo: Sciutti, Merriman, Alva, Panerai y Schwarzkopf, quien definió a Cantelli como “Gotterknabe” (muchacho divino). El 16 de noviembre de 1956 de ese mismo año, se le nombró director titular del coliseo milanés, pero nunca pudo tomar posesión del cargo, pues falleció ocho días más tarde en el accidente aéreo de Orly.
Las propias circunstancias biográficas –alumno de Votto y pupilo de Toscanini– sitúan a Cantelli en las directrices bien definidas de la escuela italiana, que tenía en la intensidad y estabilidad rítmica su seña más característica. No obstante, el temprano contacto con la realidad europea (sobre todo británica) y estadounidense le permitió matizar y enriquecer su paleta de una forma muy personal, en el marco de una evolución que es difícil saber adónde le habría llevado. La mayor parte de su legado discográfico se centra sobre todo en el repertorio sinfónico clásico y romántico, aunque no faltan incursiones significativas en la música del siglo XX. En el apartado operístico, a falta de grabaciones oficiales, nos queda básicamente su memorable Così fan tutte.
Las funciones del Così nos transmiten la imagen de un Mozart en absoluto liviano o frívolo, pero aligerado de la severidad teutónica. Su Beethoven se sitúa en la estela “rítmica” de Toscanini aunque con un gusto más pronunciado por las texturas orquestales, encontrando su punto álgido en la Séptima sinfonía. Notable también su Chaikovsky, con una Sinfonía nº 5 en donde saca el mejor partido posible a una orquesta –la del Teatro alla Scala– nada idiomática en este repertorio. Entre las mejores grabaciones de Cantelli cabe recordar sin duda la Italiana de Mendelssohn. Podríamos esperarnos aquí una interpretación volcada en la animación y la extraversión; en cambio, el director opta por velocidades controladas, por un sentido del color y un tono cantable con los que perfila una visión apolínea de la partitura. Rasgos similares definen también su lograda versión de la Cuarta de Schumann.
Estos y otros registros –que el sello Warner vuelve ahora a editar en una nueva remasterización con motivo del centenario de Cantelli– nos hacen lamentar la pérdida prematura de un director que estaba llamado a alcanzar posiblemente las alturas de las mejores batutas de su tiempo.
Stefano Russomanno