El lado oscuro de James Levine
La primera vez que supe que algo iba mal fue cuando un relaciones públicas de su compañía discográfica me dijo que James Levine había sido trasladado precipitadamente al aeropuerto de Heathrow esa misma mañana, abandonando una grabación en Abbey Road de una sinfonía de Mahler.
En la orquesta se corrió la voz de que había sido detenido por ‘cottaging’ -acercamiento indebido a hombres en baños públicos- pero que se había llegado a un acuerdo para no presentar cargos si abandonaba el país. La policía, cuando lo comprobé, dijo que no tenía constancia de la detención porque no se habían presentado cargos. Luego me enteré de un incidente similar en Suiza, que tampoco se pudo comprobar. Años más tarde, cuando era director musical del Festival de Verbier, algunos jovencísimos músicos varones me dijeron que Levine les pedía que fueran a su habitación y les hacía sentir más bien incómodos.
Tras su despido del Met, el violonchelista Lynn Harrell fue una de las personas que denunció los abusos que cometía contra los jóvenes músicos.
No tenía necesidad de correr riesgos en Nueva York, donde su hermano Tom actuaba como guardaespaldas y encubridor de sus actividades. Donde sus necesidades se volvieron intolerables fue en el propio Met, donde dos jóvenes me contaron que habían sido excluidos de su círculo tras rechazar sus insinuaciones. Cuando el director musical se niega a recibirte personalmente, tu futuro en una compañía de ópera está acabado.
En el Met, la palabra de Jimmy era ley. Los miembros del consejo de administración y los directores generales le mantenían alejado de los medios de comunicación. En las raras entrevistas que concedía sólo hablaba de asuntos musicales.
Los que le conocían decían que tenía poco más en su vida. No había en su personalidad mucha curiosidad intelectual ni demasiada conversación. En los últimos años, se le veía cenando en un club privado al que los hombres ricos llevaban a sus jóvenes presas. Levine siempre estaba solo.
Levine era un músico fantástico que veía el mundo en términos musicales. Dependía de su agente Ronald Wilford para que le asegurara unos honorarios enormes -unos 5 millones de dólares al año mientras estuvo en el Met y en Boston-, pero Wilford se quejó en años posteriores de que Jimmy ya no escuchaba sus consejos.
Cuando Wilford murió, Jimmy no asistió a su funeral.
La oboísta Sue Thompson, que fue su compañera de piso desde 1967, se convirtió en su cuidadora cuando su salud se vino abajo. Tom Levine falleció antes que él. Otros que alguna vez reclamaron su amistad se desvanecieron. James Levine murió como un hombre muy solitario.
Norman Lebrecht