EL ESCORIAL / Un ‘Carlo il Calvo’ para enmarcar
San Lorenzo del Escorial. Teatro Auditorio. 15-VIII-2021. Porpora: Carlo il Calvo. Festival Internacional de Verano de El Escorial. Franco Fagioli, Max Emanuel Cencic, Julia Lezhneva, Susanne Jerosme, Nian Wang, Alexander Orellana. Armonia Atenea. Director: Markellos Cryssicos.
No es algo casual que la gran apuesta de la primera edición del Festival Internacional de Verano de El Escorial haya sido la ópera de Nicola Porpora Carlo il Calvo. Aunque el compositor napolitano nunca puso sus pies en España, su música sí sonó con regularidad en los Reales Sitios. Con buen tino, por tanto, el asesor musical de este recién nacido festival, Jordi Tort, propuso incluir en la programación Carlo il Calvo, recuperado el pasado año, tras tres siglos en el más absoluto de los olvidos, por el Festival de Ópera Barroca de Bayreuth, aunque en este caso no se haya tratado de una versión escenificada como la que tuvo lugar en la ciudad bávara (y que se repetirá en la edición de este año, en septiembre). ¡Qué paradoja la de Porpora! Reconocido y admirado en aquella Europa tanto o más que Haendel o que Vivaldi (los dos grandes autores para la escena del Barroco tardío), hoy sus óperas son sistemáticamente marginadas por unos programadores para quienes solo existen Giulio Cesare, Rinaldo, Orlando furioso y pare usted de contar. Pero no tengo la más mínima duda de que si Carlo il Calvo gozara de una buena grabación discográfica se convertiría inmediatamente en una referencia ineludible para los amantes de este repertorio.
El reparto de la función escurialense era el mismo que el Bayreuth, con un único cambio: el papel de Berardo no estaba cantado por Bruno de Sá, sino por el sorprendente contratenor (a él le gusta calificarse como sopranista) Alexander Orellana. Y digo sorprendente contratenor no solo por lo inusual de su procedencia (Honduras), sino porque la criatura solo tiene 19 años (el último curso lo ha completado en Escuela Superior de Canto de Madrid y a partir de septiembre proseguirá sus estudios en la Universidad Estatal de Música y Artes Escénicas de Stuttgart). Más allá del debate de si es o no sopranista (¿por qué no soprano?), lo cierto es que estamos ante una voz interesante, con unos agudos áureos, una proyección notable y un buen gusto considerable. Con todo, su papel en Carlo il Calvo no es, ni mucho menos, de los más lucidos. Ese honor queda reservado a Adalgiso (Franco Fagioli), Lottario (Max Emanuel Cencic) y Gildippe (Julia Lezhneva). El de Asprando (Petr Nekoranec) es un rol trascendental en una representación escenificada, ya que es el muñidor de todos los enredos de la trama, pero en una versión de concierto su participación queda un tanto desdibujado. Giuditta (la soprano Susanne Jerosme) y Eduige (la mezzosoprano Nian Wang) son dos papeles comprimarios, pero de incuestionable relumbrón.
Como toda producción de la agencia Parnassus (de la que son titulares Georg Lang y el propio Cencic), la excelencia está siempre garantizada. Fagioli y Lezhneva son dos cantantes omnímodos, capaces de hacer lo que casi nadie puede hacer hoy en día. Sus coloraturas, sus agudos, sus ornamentaciones y su capacidad de transmitir es algo que queda reservado a un pequeño grupo de privilegiados mortales. Decían que en el siglo XIX los buenos aficionados a los toros eran capaces de empeñar su colchón para poder asistir a una corrida de tronío; pues bien, con Fagioli y con Lezhneva bien podríamos empeñar nuestros colchones o lo que haga falta con tal de escucharlos, porque hay muy pocos (si es que de verdad los hay) como ellos.
Cencic es un cantante irregular. Capaz de lo mejor y de lo peor. A veces desespera por su pasotismo. Parece como si solo se implicara cuando le interesa un papel. Y este de Carlo il Calvo seguro que le interesa, no ya solo como cantante, sino como director escénico (suya es la puesta de la producción que pudo verse en Bayreuth) y como director artístico del festival barroco de la ciudad bávara. Habré escuchado a Cencic en directo decenas de veces y jamás me había resultado tan convincente como anoche. Cualquier elogio que se le quiera hacer supondría, con toda probabilidad, quedarse corto. La pena es que nunca responda de manera tan rotunda, lo cual no habla precisamente bien de su profesionalidad.
Capítulo aparte merece la orquesta, Armonia Atenea, de la cual había circulado en las últimas semanas rumores de su disolución por decisión del Ministerio de Cultura de Grecia debido a las deudas contraídas con Hacienda y Seguridad Social. En realidad, la medida del gobierno griego afecta solo al apartado burocrático, no al artístico. Como ya comentamos hace algo más de un mes, cuando visitó el Teatro Real de Madrid con motivo del Orlando furioso vivaldiano, se trata de una formación planificada principalmente para acompañar a cantantes, y por eso sabe en todo momento lo que precisan estos. Pero en su paso por el Real adoleció de escasa chispa y de un exceso de monotonía. Anoche, en cambio, su sonido fue pluscuamperfecto, en todos los sentidos. ¿Qué ha podido obrar en tan poco tiempo tan asombroso cambio? Pues me temo que la dirección: aquí no estaba su titular, George Petrou, sino su clavecinista, Markellos Cryssicos. Cryssicos no tiene la elegancia en el gesto que posee Petrou, ni su apostura física, pero es un músico mucho más profundo, al que el soberbio trabajo que desde hace muchos años viene desarrollando como bajocontinuista le ha dotado de una solidez granítica. ¡Qué cuerdas tan tersas! ¡Qué vientos tan afinados (algo digno de destacarse tratándose de trompetas y trompas naturales)! La orquesta fue la guinda de un excelente festín, que ojalá algún día podamos degustar escenificado en España.
Tendría que haber comenzado, quizá, hablando de la trama de Carlo il Calvo, personaje que, por cierto, en la ópera de Porpora solo aparece como actor, no como cantante. Pero como es tan enrevesado el argumento (más, incluso, que la media general del Barroco), lo dejo para mejor momento.
Eduardo Torrico