EL ESCORIAL / Michelle DeYoung, un mundo nostálgico y lírico

San Lorenzo de El Escorial. Real Coliseo de Carlos III. 29-V-2021. Michelle De Young, mezzosoprano. Calio Alonso, piano. Lieder y canciones de Beethoven, Mahler, Falla y Strauss.
Bajo el patrocinio e impulso de la Fundación Eschenbach y la soprano, directora y compositora Barbara Hannigan ha tomado impulso la gira que por distintos puntos de nuestro país vienen realizando, meses después de lo proyectado a consecuencia de la pandemia, la mezzo norteamericana Michelle DeYoung y el pianista granadino Calio Alonso. Han actuado ya en Oviedo y próximamente lo harán en Úbeda. Como fruto de la colaboración ambos intérpretes grabarán un CD.
El planteamiento del recital es la mar de atractivo, ya que bajo el poético título de Canciones para una despedida se inscriben cuatro breves ciclos líricos de distinta encarnadura que atienden a la idea de un viaje por los afectos de quien transita la pérdida en alguna de sus formas. Como se dice en el programa de mano online son “cantos a los anhelos o a las frustraciones, a la vida, al adiós a lo que en ella pasa y hasta el adiós a ella misma o a uno como ser efímero que perdona y olvida, que suelta y permite ir, que trasciende a sí mismo porque es la propia vida. Muchas despedidas son elegidas, transformadoras, se aceptan, se presentan o se hacen propias como luz y esperanza”.
La voz de DeYoung, de impresionante figura de casi 1,90 de estatura, es de considerable relieve: potente, de manera especial en médium y agudo, extensa, penetrante y reconocible, con ya cierta pérdida de lustre, manejada a base de una técnica respiratoria bien trabajada, con fiato amplio y cómodo. Hasta cierto punto flexible y bien coloreada. El timbre, de metálicas irisaciones, no especialmente bello y tocado de un vibrato evidente, aunque no desagradable, tiene resonancias frecuentemente nasales y pasajeros ecos guturales. La emisión es más bien dura, lo que impide en ocasiones la muelle conformación de las frases y cierra el paso al lirismo poético que a veces demandan ciertas canciones, como algunas del ciclo A la amada lejana de Beethoven, ofrecido en primer lugar, en el que echamos de menos una mayor intimidad, una más clara introspección en el pensamiento del amante nostálgico.
Más a gusto en las Canciones del caminante de Mahler, en donde se explayó y logró momentos de excelente musicalidad sin descomponer la figura y sin recurrir a efectos espurios, bien que sin matizar en exceso. Hizo gala de buen decir y de penetrar en el drama del caminante, singularmente en la cuarta y última, Die zwei blauen von meinem Schatz (Los ojos azules de mi amor), aunque echamos en falta un dominio más claro de la media voz y una mayor blandura emisora. Interpretación en todo caso muy loable apoyada en el buen arte pianístico de Calio Alonso, delicado, musical, de dicción impecable, ajustado y de especial finura expresiva, muy plegado a la voz y a veces en un respetuoso y excesivo segundo término.
Luego las Siete canciones populares españolas de Falla, que sonaron excéntricas, escasamente idiomáticas, aunque haya que aplaudir el esfuerzo de la cantante por plegarse al estilo y a las dificultades de nuestro idioma. Pasajeros defectos de afinación no empañaron la meritoria y no del todo fructífera labor. Quedaban los sublimes Cuatro últimos lieder de Strauss, que no hay duda de que pierden gran parte de su belleza, su importancia y su dimensión interpretados con piano en lugar de con orquesta. Ahí DeYoung, bien apoyada en Alonso, dio lo mejor de sí misma.
En tesitura cómoda para ella, tras el arreglo correspondiente –operado asimismo en algunas de las demás canciones del recital- explicó con seguridad y contención expresiva, sorteando hábilmente los escollos melismáticos y las largas frases sin tomar aliento, el recorrido procurando ensimismarse poéticamente con un canto bien esculpido y desarrollado, conseguido en buena parte a pesar de que lo metálico del timbre aminorara la posible sensualidad que anida en estos lieder. El público, que abarrotaba las localidades disponibles en el breve y hermoso recinto, aplaudió con calor, a veces extemporáneamente, como al concluir la tercera canción straussiana. De Strauss fue también la propina: el conocido Zweinung (Despedida), muy adecuado para el caso y que pianista y cantante expusieron con propiedad.
Arturo Reverter