“El coral que aparece al final de ‘El arte de la fuga'”

“El coral que aparece al final de El arte de la fuga… Vor deinen thron tret ich hiermit (Ante tu trono me presento)”. Así contestaba un Nikolaus Harnoncourt emocionado a la pregunta formulada (¿si pudiera decidirlo, qué música escucharía en último lugar antes de morir?) en el tramo final del documental de la cadena alemana 3Sat titulado Die musik meines Lebens (La música de mi vida). El momento, sobrecogedor, narrado en su día por Luis Gago en su obituario del director (1) puede verse en este vídeo (minuto 42 y 30 segundos):
No hace falta saber alemán para que se le encoja a uno el alma viendo a ese Harnoncourt, antes siempre vital, lleno de energía, agachar la cabeza al escuchar la pregunta, moviendo suavemente la cabeza en un leve gesto de negación, como si casi quisiera negar el final ya cercano, para después de unos segundos larguísimos de silencio, elevarla y decantarse por ese coral, con la voz casi quebrada, resignado serenamente a esa despedida que llegaría no mucho después (el documental es del año 2014, filmado con ocasión de su 85 cumpleaños; Harnoncourt fallecería apenas dos años después, el 5 de marzo de 2016).
¿Qué hay en y detrás de ese coral? La historia es compleja y ha conocido múltiples versiones, hasta la más autorizada de Christoph Wolff, que desmontó mucha mitología al respecto, sin que por ello el asunto pierda un ápice de emoción. Hermann Scherchen señalaba, en 1940 (2) “Cuando Bach concibió este milagro musical, sus sentidos estaban ya medio apagados: desde su ceguera lo dictó a su yerno, Altnikol. Belleza, expresión, espíritu, intelecto, componentes de la obra de arte perfecta, recompensan nuestra contemplación de esta obra maestra”. Wolff y otros, como veremos más adelante, han demostrado los varios errores que aún se creían en los años 40, dado que ni este coral es la última composición del Cantor, ni se la dictó a su yerno, Altnikol.
La enfermedad y muerte de Bach
Si es cierto que el Cantor, a partir del inicio de la primavera, se encontraba más que mermado en “sus sentidos”. Aunque de la salud de Bach sabemos con certeza más bien poco, hay cosas que sí conocemos. Sabemos que durante casi toda su vida fue “corto de vista”, defecto que muy probablemente, como parece haber general acuerdo en los artículos sobre el particular escritos por oftalmólogos, debió ser miopía. Sabemos también que gozó de buena salud la mayor parte de su vida, aunque su ‘perfil’ sugiere que no es improbable que fuera hipertenso y diabético.
Pese a esa reputación de buena salud, llama la atención, como señala Christoph Wolff en uno de sus libros (3), que una carta de 2 de junio de 1749 del primer ministro de Sajonia al burgomaestre de Leipzig anticipara, de alguna forma la muerte de Bach, si no inminente, al menos no lejana, y que de hecho, en dicha misiva, se sugiriera su posible sucesor, Gottlob Harrer, a la sazón director de la capilla privada del ministro en cuestión. La cosa se anticipaba seria y relativamente próxima, indudablemente, porque al susodicho Harrer se le sometió a una audición inmediata con la promesa de que su candidatura no sería ignorada en el caso de un deceso de Bach. Promesa que se cumplió: aunque el deceso ocurrió trece meses después, Harrer se convirtió en el nuevo Thomaskantor. Como vemos, lo de que algunos nombramientos ocurren de forma menos que limpia no es algo de ahora.
A la luz de ese y algún otro dato, parece claro que la “buena salud” de Bach experimentó un repentino y brusco deterioro a partir de la primavera de 1749. Es difícil poner el cascabel al gato sobre qué causó exactamente ese deterioro. Wolff, recogiendo la hipótesis de Kranemann (4), se inclina por que el final sería una complicación de la diabetes, y el ictus, como es bien sabido, lo es. Distintos autores médicos coinciden en que eso es una hipótesis muy plausible. De hecho, la diabetes puede perfectamente causar una serie de complicaciones oculares incluyendo glaucoma y cataratas (además de daño grave de la retina).
Sabemos igualmente que, al menos en parte del año 1749 (el anterior a su fallecimiento), hubo cambios significativos en su grafía, que obligaron a que de entonces en adelante utilizara cada vez más copistas a los que dictaba. No está claro si esos cambios en la grafía se debieron a problemas de movilidad en el brazo derecho o a problemas de deterioro de la visión.
Si hubieran ocurrido los primeros, sería plausible la hipótesis de que, antes del accidente cerebrovascular final (ictus), de julio de 1750, que ocurriría unos días antes de su fallecimiento, hubiera padecido uno o más ictus de menor entidad, que hubieran dejado como secuela dichos problemas de movilidad. La hipótesis alternativa es que Bach hubiera padecido un glaucoma que le estuviera causando una ceguera progresiva, y que fuera el déficit visual el causante de sus problemas de escritura. Sea como fuere, sabemos con certeza que dicho déficit visual le impulsó a contactar con un cirujano inglés entonces muy conocido (más por su propia propaganda que por sus éxitos documentados): John Taylor, que le intervino en dos ocasiones.
Según todos los indicios, el tal Taylor era un verdadero peligro público (5), y ya había confesado que, tras su formación en Inglaterra, había empezado a ejercer en Suiza, donde dejó ciegos “a cientos de pacientes”. El personaje, por otra parte, ofrecía curiosas contradicciones, porque frente a esas carnicerías dejó algunos artículos de considerable interés científico y, en algunos aspectos, como la cirugía del estrabismo, realizó propuestas (nunca mejor dicho) visionarias. Pero lo cierto es que, para Bach, y para Haendel, fue infausto. A Bach le operó por primera vez entre el 28 y el 31 de marzo de 1750, y por segunda vez entre el 5 y el 7 de abril, aunque algún autor ha sugerido una fecha algo posterior (abril-mayo). El mencionado artículo contiene detalles sobre lo que se conoce y no de las intervenciones, tratamientos posteriores y posibles complicaciones derivadas, más basadas en libros y artículos del propio Taylor que porque se conozca con exactitud qué hizo el oftalmólogo británico a Bach en aquellas intervenciones. En todo caso, se trata de detalles más bien poco agradables (por ser suave) que ahorraré al lector aquí. Lo que está claro es que Bach quedó completamente ciego tras la segunda operación y tuvo fuertes dolores en los ojos, algo compatible con una inflamación tras la intervención o una elevación de la presión intraocular (glaucoma).
Sea como fuere, se habla de una repentina y fugaz recuperación de la visión (que no se descarta que fuera, en realidad, una alucinación) pocos días antes de su muerte, seguida inmediatamente de un ictus, que muy posiblemente (6) se complicó con una neumonía, que finalmente terminó con su vida. Bach fue enterrado en una tumba anónima, de localización no determinada. En 1894 se exhumó un esqueleto que presuntamente era del Cantor, sobre cuyos hallazgos escribió Wilhelm His sendos artículos en 1895 (7). Un segundo análisis posterior de Wolfgang Rosenthal (8) sugirió que, en efecto, el esqueleto era el de Bach, pero no hace muchos años, un equipo holandés (entre cuyos miembros figura Ton Koopman)(9) argumenta de forma bastante sólida que es improbable que dicho esqueleto sea el de Bach. Por desgracia, un análisis de ADN en comparación con el de su hijo C.P.E. Bach, que hubiera aclarado de manera definitiva si el esqueleto es o no el de Bach, no ha sido autorizado por la rectoría de la Iglesia de Santo Tomás.
Con los elementos que tenemos actualmente, parece bastante probable sugerir que Bach muriera, como apuntan artículos médicos recientes, por una neumonía que surgió como complicación del ictus ocurrido poco antes, a su vez más que probable complicación de una diabetes anterior. No parece probable que las desastrosas intervenciones de Taylor, más allá de causar (o desde luego de no corregir, sino agravar) la ceguera, hayan sido las desencadenantes de su fallecimiento.
El coral
Volviendo al coral, la confusión respecto al mismo se inicia con la primera edición de El arte de la fuga, en 1751. En la página siguiente a la del título, de dicha edición el editor anónimo (que podría haber sido el propio C.P.E. Bach) escribe: ”… para compensar [de la última fuga, inconclusa] a los amigos de su musa [la de Bach] se quiso añadir al final el coral a cuatro voces, que el fallecido autor dictó, en el momento, a la pluma de uno de sus amigos”. El coral en cuestión aparece, en esa edición, con el título Wenn wir in höchsten nöten sein (Cuando estamos más necesitados). Forkel, en su catálogo de las obras de Bach (no en la parte biográfica de su trabajo), reitera que el coral fue dictado por Bach “ya ciego, a su yerno, Altnikol, pocos días antes de su muerte”, y Spitta, en su bien conocida biografía de Bach, repite la misma versión.
Sin embargo, lo cierto es que ese coral, Wenn wir in höchsten nöten sein aparece, como un coral de nueve compases formando parte del Orgelbüchlein (hoy con el número BWV 641), que data, según Russell Stinson (10), de una fecha no posterior a 1713. La aclaración o, para ser más precisos, la hipótesis más plausible, la plantea con detenimiento el antes mencionado Wolff, en un extenso trabajo (11). Apunta el experto alemán, con razón, que la versión que encontramos al final de El arte de la fuga (catalogada hoy como BWV 668a, aún con el mismo título) es, en esencia, idéntica a la BWV 641, aunque el cantus firmus ha quedado desprovisto de mucha ornamentación y hay algunas modificaciones en las voces bajas. Stinson (10) comenta que, en algún momento no determinado tras ese original BWV 641, Bach eliminó la mencionada ornamentación en la voz de soprano e introdujo pasajes imitativos antes de cada frase del coral (expandiendo el total de la obra hasta los 45 compases), transformando así la partitura previa en un coral à la Pachelbel (BWV 668a).
La cosa se complica más porque, en la última hoja del manuscrito conocido como “los corales de Leipzig” (13) , justo después de las Variaciones canónicas sobre Von Himmel hoch BWV 769a, aparece un coral con el título Vor deinen Thron tret’ ich hiermit (Ante tu trono me presento), que hoy tiene el número BWV 668. Esa página del manuscrito de Leipzig contiene veinticinco compases y medio de una versión que se parece notablemente a la BWV 668a. Esa versión BWV 668a se considera más antigua que esta que aparece, incompleta, en el manuscrito de Leipzig. Bach presumiblemente completó esa revisión ulterior del BWV 668a, pero según todos los indicios la última página de ese manuscrito se ha perdido, de ahí que de ese BWV 668 solo conozcamos los veinticinco y medio primeros compases.
Wolff sugiere una hipótesis bastante plausible para reconstruir el rompecabezas: durante los últimos meses de su enfermedad, Bach habría dedicado tiempo revisar y completar obras inacabadas, y es posible que retomara la colección de corales incluida en el manuscrito de Leipzig pensando en una posible publicación. El musicólogo alemán postula que alguna persona del círculo próximo a Bach tocó la versión transformada del BWV 641 (la antes comentada à la Pachelbel, hoy conocida como BWV 668a) y Bach le dictó entonces algunas enmiendas a un copista (hoy identificado como copista Anon. Vr o Anon. 12 en el archivo digital de Bach) con la instrucción de que las añadiera al manuscrito de la colección conocida hoy como “los 18 grandes corales de Leipzig”. En ese momento, Bach habría caído en la cuenta de que el cantus firmus del coral BWV 641 “casa” también con otro himno: Vor deinen Thron tret’ ich hiermit, cuyo texto en castellano rezaría así:
Ante tu trono me presento
Oh, Dios, y humildemente te suplico
No vuelvas tu rostro misericordioso
de mí, el pobre pecador.
Concédeme un final bendito,
despertarme en el último día,
Señor, que te vea eternamente:
Amén, amén, escúchame
Sabedor de su final cercano, el Cantor decide cambiar el título de esa nueva versión, que en realidad es (por lo que vemos en esos veintiséis compases) una transformación muy leve de la conocida, con otro título, como BWV 668 y que aparece al final de El arte de la fuga. Wolff considera, con razón, que la razón por la que el editor (fuera C.P.E. Bach o cualquier otro) insertó esa versión BWV 668, con el título anterior, y no la versión BWV 668a, con el título modificado, al final de El arte de la fuga, es porque simplemente ignoraba la existencia del manuscrito de Leipzig en cuyas últimas páginas se encontraba la transformación final del coral con el nuevo título.
Todo esto, naturalmente, no deja de ser una hipótesis, aunque desde luego más plausible y fundamentada que la propuesta por el editor inicial de El Arte de la Fuga, voceada más tarde por Forkel y Spitta entre otros. Algún autor ha sido sorprendentemente crítico con la música contenida en esta versión BWV 668a que nos ha llegado incompleta, llegando a insinuar que podría ser obra de un alumno de Bach (13), conjetura que no es compartida por Wolff y otros. Hay, sin embargo, un punto en que quienes han trabajado este coral encontrarán, a buen seguro, un punto de coincidencia con Forkel. Wolff recoge sus palabras, y estas hablan por sí solas: “La expresión de piadosa resignación y devoción que contiene [el coral BWV 668a] me ha afectado siempre que la he tocado; así que no puedo decir qué prefiero perderme: este coral o el final de la última fuga”.
Así es. Es difícil imaginar, en las puertas de la muerte, una música que inspire más paz y serenidad que esta, y es más difícil aún que lo haga a partir de un canto de una simpleza asombrosa. Quizá por eso que apunta con razón Forkel, Harnoncourt respondió que sería esa música la que le gustaría escuchar como última antes de dejar este mundo. Aquí, la interpretación de Gustav Leonhardt en la Waalse Kerk de Ámsterdam (aunque el vídeo la presenta como BWV 668, en realidad es la que aparece como BWV 668a en la Neue Bach Ausgabe, Bärenreiter):
Rafael Ortega Basagoiti
1. https://elpais.com/cultura/2016/03/06/actualidad/1457270247_692925.html.
2. Scherchen H: Johann Sebastian Bach’s Last Composition: The Chorale-Prelude “Vor deinen Thron tret’ ich hiermit” The Musical Quarterly, 1940; Vol. 26 (4): 467-82)
3. Wolff C: Bach – The learned musician, Norton, 2001
4. Kranemman D, JS Bachs Krankheit und todesursache – versuch einer Deutung: Bach Jahrbuch, 1990
5. Zegers R.H.C., The eyes of JS Bach: Arch Ophthalmol. 2005; 123:1427-30
6. Breitenfeld T. et al: Johann Sebastian Bach’s strokes: Acta Clin Croat 2006; 45: 41-4.
7. His, W.: Anatomische Forschungen über Johann Sebastian Bach’s Gebeine und Antlitz nebst bemerkungen über dessen Bilder. Des XXII Bandes der Abhandlungen der mathematisch-physischen Classer der Königl. Sächsischen Gesellschaft der Wissenschaften. Leipzig: Hirzel, 1895. Johann Sebastian Bach. Forschungen über dessen Grabstätte, Gebeine und Antlitz. Bericht an den Rath der Stadt Leipzig. Leipzig: Vogel, 1895.
8. Rosenthal W: Die Identifizierung der Gebeine Johann Sebastian Bachs. Mit Bermerkungen über die “Organistenkrankheit”. Mitteilungen der Deutschen Akademie der Naturforscher. Leopoldina 1962/1963; 8/9: 235-41.
9. Zegers R.H.C., Maas M, Koopman AG (Ton), Maat GJR – Are the alleged remains of Johann Sebastian Bach authentic? – A critical assessment of the remains analisis. MJA 2009; 190: 213–216.
10. Stinson R – JS Bach – Great eitghteen organ chorales, Oxford University Press, 2001.
11. Wolff C: The deathbed chorale: exposing a myth. En Wolff C. – Bach, essays on his life and work, Harvard University Press 1993 pp 283-94.
12. Conocido también por la referencia P271 – la última página puede verse aquí: https://www.bach-digital.de/rsc/viewer/BachDigitalSource_derivate_00000109/db_bachp0271_page106.jpg
13. Williams P. The organ music of J.S. Bach – Second edition, Cambridge University Press, 2003, p. 383.
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