El Ayuntamiento de Bonn retira la estatua de Beethoven para restaurarla

Hay ciudades que parecen figurar en el mapa gracias a que están relacionadas con un genio. Muchas veces, un genio musical. Es el caso de Leipzig y Bach, de Salzburgo y Mozart o de Bonn y Beethoven, por mucho que esta última ciudad pueda presentar como aval para ser mundialmente conocida el hecho de haber sido la capital de la República Federal Alemana desde el final de la II Guerra Mundial hasta 1990, año de la reunificación del país. Esa explotación de la imagen del genio les resulta muy fructífera en términos económicos, ya que son miles las personas que cada año hacen peregrinaje para conocer in situ los edificios en los nació, vivió, murió o trabajó el genio en cuestión.
Lo paradójico en el caso de Bonn y Beethoven es que la ciudad nunca se preocupó, ni se ocupó, demasiado por el genio. La única estatua del compositor que hay en ella, en la Münsterplatz, a pocos metros de su casa natal, fue erigida en 1845 a raíz de una iniciativa popular encabezada por Franz Liszt, a quien le parecía un crimen que, más de una década después del fallecimiento de Beethoven, no existiera una estatua que honrara dignamente su memoria.
La iniciativa no estuvo exenta de polémica, ya que el Ayuntamiento de Bonn no quiso saber nada de la misma y se negó a poner un solo marco de sus arcas. Liszt zanjó la cuestión con una generosa donación que salió de su peculio. La inauguración del monumento estuvo acompañada por un maratoniano concierto de tres días, que hizo historia como el primer festival dedicado al sordo de Bonn.
En estos casi doscientos años, la corporación municipal de Bonn ha seguido sin querer saber nada de la estatua, a pesar del importante reclamo turístico que supone. Pero el grado de deterioro de la escultura ya era tal que alguien se le ha caído la cara de vergüenza y ha decidido actuar. O quizá lo ha hecho simplemente porque estaba tan corroída que empezaba a suponer un peligro público, pues en cualquier momento podría colapsar. El hecho es que el ayuntamiento ha decidido retirar la estatua de su pedestal para someterla a un profundo proceso de restauración, que durará al menos seis meses.
Aviso, pues, a los beethovenianos, en el caso de que alguno tuviera previsto visitar Bonn el próximo verano: lo más probable es que la estatua todavía no esté allí, salvo que el municipio actúe ahora con una probidad y un celo para con Beethoven del que no ha hecho gala en los últimos doscientos años.
En Alemania son muchos los que bromean con que la escultura dé la espalda al balcón desde el que Federico Guillermo IV de Prusia y la Reina Victoria de Inglaterra fueran testigos de la inauguración del monumento. Sobre este asunto, la historiadora Silke Bettermann, autora del libro Beethoven im Bild (Beethoven en imágenes), apunta que “hay algo de cierto en esta anécdota: la gente forzó al rey prusiano a permitir la exhibición de una estatua de un compositor de clase media en una plaza pública. A ello se le suma el hecho de que Beethoven era conocido por sus bruscos modales, incluso con los más poderosos”.
La estatua fue realizada por Ernst Hähnel y ha servido de modelo para muchas otras estatuas beethovenianas, incluyendo la de la Librería del Congreso de Washington o la del Conservatorio de San Petersburgo. En la actualidad existen más de cien estatuas de Beethoven repartidas por el mundo. Esta de Bonn y la de Viena, la ciudad de adopción del músico, erigida en 1880, son, sin duda, las más célebres de todas.