En la muerte de Eduardo Torrico. Lo abrumador de la ausencia
Con enorme tristeza hemos de anunciar el fallecimiento, esta mañana, de quien ha sido redactor jefe de nuestra revista en los últimos seis años, Eduardo Torrico. La muerte de Eduardo deja un terrible vacío en su familia, en la redacción de Scherzo, en el mundo de la música antigua -su gran pasión junto al fútbol y el periodismo- y sin duda entre lectores y melómanos, que pudieron disfrutar de sus conocimientos y de su profundo amor a la música y a la profesión. Recordamos a continuación su figura con un testimonio de Santiago Martín Bermúdez.
Querido Eduardo: qué poco has estado con nosotros. ¿Ha llegado a seis años? En ese tiempo has sido tú quien ha transformado la dinámica de Scherzo y de scherzo.es. Juan Lucas te trajo a nosotros, y esperábamos mucho de ti. Mucho, pero creo que no esperábamos tanto. En cantidad, porque siempre estabas al pie del cañón como algo más que redactor jefe. Iba por delante tu experiencia en el mundo del periodismo y, además, en la forma de hacer periódicos, de hacer publicaciones que tienen que estar ahí, renovadas, todos los días. Hiciste que la página de Scherzo se convirtiera en la rica exposición de motivos, reseñas críticas, noticias que es hoy. ¿Podremos mantenerlo, resistirlo sin ti? Y en calidad, porque, además, tú eres un experto en esa amplia época que llamamos el Barroco, y que abarca siglo y medio. Conoces los instrumentos, sus sonoridades, la especialidad de las voces para tan rico repertorio, un repertorio que cada día que pasa se enriquece con un nuevo descubrimiento. Y a ti te gusta ver recuperarse un título olvidado, te gusta detenerte en el resurgir de lo que fue un grupo antaño importante, una escuela que faltaba para encajar el rompecabezas infinito del periodo.
Dicen que en España se entierra bien. Es decir, se sugiere que la muerte nos lleva a elogios que no se harían en vida o, simplemente, que son inventados. No es éste el caso, ni mucho menos. Nuestros colaboradores tenían confianza en ti, sabían que podían enviarte un original en cualquier momento del día y que iban a ser atendidos. No me permito días libres desde hace… No sé cuánto tiempo, decías, y te creía a pies juntillas. Sabía, además, que no era una queja que le hacías a este presidente del consejo; era una constatación ante el representante de este negocio que no es un negocio, como ya escribí otras veces. Estuvieras en la redacción o en tu casa, incluso en estos instantes anteriores al comienzo de un concierto, siempre atendías al pesado de turno (yo lo he sido a menudo) y te hacías cargo de su texto en cuanto te era posible. Por ejemplo, nada más editar un original que habías recibido inmediatamente antes. Como aquí se entierra tan bien, quiero guardar silencio, silencio escrito, sobre la relación y el trato personales tuyo con todos nosotros, por ese aspecto humano ante el equipo de la casa y los colaboradores, eso que hace que un engranaje como el de Scherzo gire y gire; y que nunca chirríe. Te echaremos demasiado de menos. En especial, el pesadísimo Juan Lucas, director que sabía quién eres y qué eres, y que te trajo con él. En especial este pesado presidente del consejo (alguien tiene que serlo, te dije a ti y a todo el que me quería oír) con el que, felizmente, nunca tuviste el menor roce.
Seguíamos, día a día, el informe clínico que Isabel resumía para Arantza, y que Arantza compartía con todos y cada uno de nosotros. Ahora ya no hay… Ya no habrá informes. Ahora queda el vacío para tu familia, primero. Y para nosotros, después. Como se suele decir: descansa en paz. Es un brindis al sol, ya lo sé. Y mientras, no sé si egoísta o repentinamente lúcido, me pregunto: ¿qué va a ser de nosotros?
Como suelo decir, como si yo fuera un obispo y para regocijo de la parroquia: Eduardo, mi bendición. Ya sabes todo lo que esto quiere decir.
Santiago Martín Bermúdez