Pluriempleo

El de director de orquesta es oficio generalmente envidiado por quienes ven más la cáscara que el hueso, por quienes no conocen más que por su envoltura el mundo de la música clásica y por aquellos que, desde ocupaciones diversas —generalmente consultores a los que se les pide cómo motivar plantillas—, creen que pueden aprender de sus maneras para gestionar negocios bien distintos. Como sucedió con los entrenadores de fútbol, el director de orquesta suele ser puesto como ejemplo de mano que lidera una empresa común en la que las veleidades democráticas pueden ser peligrosas. No hay más que ver —ya menos, por fortuna— esas fotos de conductores míticos en los que miradas terribles se combinaban con gestos imperiosos que acababan siempre en batutas esgrimidas como puntas de bayoneta. Como si la belleza llegara del reinado del terror y la emoción naciera del pánico del músico a equivocarse.
Aquella raza de maestros ha ido poco a poco apagándose con el disgusto consiguiente para los que creen en el aspecto más mitómano de la música, bien sea verdad que para muchos de ellos no ha pasado en tal aspecto nada digno de mención desde, pongamos, cincuenta años. Eran grandes nombres que dedicaban su vida a una sola orquesta en la que ejercían de dictadores supremos, sacando, es verdad, lo mejor de cada uno —menos de cada una porque las mujeres eran muy pocas—, haciendo todos los repertorios posibles y acabando como referencia para muchos aficionados lo mismo en Bach que en Bartók, es decir, lo nunca visto en otros ámbitos donde la especialización era, al menos, respetada.
Hoy asistimos a un fenómeno muy distinto: el del pluriempleo. Alguien que lo vea desde fuera del oficio podría pensar que muy mal debe estar la cosa cuando un mismo director compagina, por ejemplo, dos orquestas de primerísima fila como Boston o Leipzig, que es como entrenar a la vez al Real Madrid y al Liverpool, algo impensable. Otro hace público su compromiso en Tokio mientras trabaja en Copenhague y Dallas. Es posible compartir Nueva York y Filadelfia, Los Ángeles y París, moverse en territorios y tradiciones bien distintas que presumían y con razón de sonido propio. Una tendencia que se basa en un mercado soberano pero también carente de imaginación a la hora de afrontar riesgos. ¿Tan escaso de mimbres anda el escalafón como para duplicar o triplicar destinos? Hasta alguna joven promesa lo hace ya en pleno despegue. No se trata de dirigir sino de hacerlo, como dice la canción de The Beatles, aquí, allí y en cualquier parte.
Al lado de esta pluriactividad tenemos todavía ejemplos de maestros dedicados plenamente a una orquesta por la que han apostado en su carrera profesional. Y sin que haya que pensar que tal apuesta se acepta porque no hay nada mejor que echarse a la batuta. Ahí está, sin ir más lejos, y permítasenos el ejemplo tan a mano, la relación entre David Afkham y la OCNE en un caso claro de responsabilidad por ambas partes. Que nace, además, del buen criterio de los gestores anteriores a su llegada y que se desarrolla tras superar algún contratiempo que a punto estuvo con dar al traste con un trabajo y una relación felizmente reconducidas hasta el punto de que hoy la formación vive uno de los mejores momentos de su historia. Hay más ejemplos pasados y presentes pero el futuro se cierne incierto sobre la relación entre orquestas y directores. Y a ello contribuye también la tendencia a pensar que cada vez es menos necesaria la figura del titular —paradoja evidente cuando los hay que lo son en más de un sitio—, y que bien se vale cada orquesta para captar aquí y allá las mejores cosas de cada invitado y asimilarlas u olvidarlas mientras crece o se mantiene como puede. Se trata, en todo caso, de un cambio de modelo —lo previsible de un lado, la falta de compromiso artístico de otro— que pone más difícil la evolución positiva de las propias orquestas, grandes o pequeñas, pero, sobre todo, de las que no juegan en las grandes ligas. Y más complicado el porvenir de los que empiezan en el trabajo de dirigirlas con ánimo, incluso, hasta de ganarse la vida con ello. ¶
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