Doscientos años de Dostoievski: tres obras líricas poco conocidas

Fiodor Dostoievski nació hace doscientos años y un día. Este escritor inmenso inspiró menos a sus compatriotas que Pushkin o Gogol. Puede decirse que hasta el siglo XX no lo tienen en cuenta los compositores, y a menudo no son rusos. Aparte de óperas conocidas como De la casa de los muertos de Janácek, o El jugador de Prokofiev, a las que nos referiremos pronto, hay otras obras de gran importancia basada en la literatura del autor de Crimen y castigo. Por ejemplo, las tres siguientes, sobre las que hemos escrito ya en esta revista.
En esta revista decíamos, aunque hace mucho tiempo, que el compositor checo Hans Krása fue un francotirador, tentado por Schoenberg y por Stravinsky, por los franceses y por la tradición que había bebido en su maestro Zemlinsky. Hace casi un cuarto de siglo Decca hizo uno de esos regalos magníficos que no se supieron apreciar. Se trataba de la ópera Verlobung im Traum (Esponsales en sueños), publicada en la serie Entartete Musik (Música degenerada), con dirección Lothar Zagrosek y Juanita Lascarro como protagonista. Es una obra excelente que acepta todo tipo de influencias y, sin embargo, es una obra personalísima, de una línea vocal fascinante y una orquestación opulenta. Entre la tradición y el salto hacia el futuro, esta ópera que es sobre todo comedia se basa en una novela, El sueño del príncipe o El sueño del tío, escrita por Dostoievski después de ser liberado de Siberia. Es una ópera de muy amplia elaboración; a Krása le supuso un trabajo permanente entre más o menos 1926 y 1933, año de su estreno en el Neue deutsches Theater de Praga (cuya dirección había abandonado Zemlinsky unos años antes); en el foso estaba nada menos que George Szell. Como es bien sabido, Krása, músico superdotado, fue uno de los muchos judíos checos que murieron en Auschwitz después de pasar por Terezín. Lo aprisionaron y lo mataron en plena madurez creativa.
Noches blancas es una novela breve anterior al cautiverio en Siberia. La versión operística es de Iuri Butsko, compositor ruso nacido en 1938, y su duración es de solo una hora. Se compone de solo cuatro escenas, que concluyen con la llegada de la mañana, cuando la realidad se impone, cuando la aceptan los personajes, el soñador y Nastenka. Son escenas líricas, íntimas, en el exterior y junto a los canales; son las noches de San Petersburgo en la época en que esas noches gozan de luz diurna, son blancas. El diálogo del tenor y la soprano tiene algo de fantasmal, como los canales, como esas noches. Existen una grabación de 1973, poco después de su estreno, dirigida por Gennadi Rozdestvenaki. Butsko es también compositor de otra obra inquietante, bella, Diario de un loco, basada en un relato de Nikolai Gogol.
El gran inquisidor (Der Grossinquisitor) es una cantata o bien un oratorio del compositor alemán Boris Blacher. Es conocido el relato de El gran inquisidor, que Dostoievski atribuye a Ivan Karamazov y que ha tenido fortuna como relato aparte y como materia para puesta en escena. Boris Blacher compuso esta cantata en plena guerra, en Alemania. Trataba de reflejar su tiempo y los tormentos de su tiempo, siendo compositor y siendo judío (¿qué hacía en el territorio del Reich, cómo pudo escapar?). Disimuló con la leyenda negra de España, como otros compatriotas suyos, desde el bueno de Schiller con el pobre infante Don Carlos convertido en algo que nunca fue, un héroe con una casusa justa. Obra de para barítono y, sobre todo, para conjunto coral que se despliega, se divide, se eleva, El gran inquisidor impresiona; se basa en el texto de Dostoievski, pero es algo muy distinto, y es fruto de la colaboración de Blacher con Leo Borchard. No se estrenó hasta después de la guerra; en rigor, se terminó entonces. Herbert Kegel dirigía en 1986, en la República Democrática Alemana, dos excelentes conjuntos musicales, el Coro de Radio Leipzig y la Filarmónica de Dresde, más Siegmund Nimsgern, destacado Wotan, como solista.
Santiago Martín Bermúdez