Dos ‘Sextas’ de Vaughan Williams
RALPH VAUGHAN WILLIAMS: Sinfonías 6 & 8 / BBC Symphony Orchestra. Martyn Brabbins / HYPERION
RALPH VAUGHAN WILLIAMS: Sinfonías 5 & 6/ BBC Symphony Orchestra. Sir Adrian Boult / ICA Classics
La Quinta sinfonía de Vaughan Williams, al igual que la Séptima de Shostakovich, fue un punto de inflexión musical en la Segunda Guerra Mundial. Ambas exudan confianza en la victoria final del bien sobre el mal, ofreciendo un estratégico impulso a la confianza de los Aliados en los años críticos de 1942-43. La de Shostakovich tuvo un impacto universal; la importancia de la de Vaughan Williams se ciñó a un ámbito fundamentalmente británico.
Transcurrieron cinco años antes de que VW sacara adelante otra sinfonía y el cambio de registro fue extremo. Escrita en medio de las privaciones impuestas por la austeridad de la posguerra, cuando no había suficiente comida ni calefacción, el compositor inglés llevó el conjunto de metales de su orquesta a todos los excesos imaginables, antes de despedirse con un epílogo de inigualable desolación. Es posible que a sus 75 años temiera que éste fuera su propio epitafio, pero él no era un artista que endulzara la píldora u ofreciera placebos. VW decía las cosas tal como eran. La Sexta sinfonía, cuando se interpreta bien, es una obra absolutamente demoledora.
Han aparecido simultáneamente dos grabaciones de la Sexta, separadas por medio siglo pero que tienen como protagonista a la misma orquesta, la Sinfónica de la BBC. La más reciente, dirigida por Martyn Brabbins, delata en el fraseo del segundo movimiento una familiaridad con las últimas obras de Shostakovich, impregnando el suelo inglés con sudor y lágrimas rusas. La lectura es más que convincente y está brutalmente bien tocada por los metales y la percusión.
Parece casi injusto escucharla al lado de una interpretación procedente de los Proms de 1972 dirigida por Sir Adrian Boult, quien había estrenado la obra bajo la inflexible mirada del compositor en abril de 1948. Boult no se apoya en referencias externas. Nada hay de soviético en el segundo movimiento, ni de jazzístico en el tercero. Se trata de una exposición orgánica puramente inglesa, enraizada en la tierra, la lucha y la flemática resistencia. Un libro de Nigel Simeone de reciente publicación detalla el desarrollo simbiótico de esta interpretación. Vaughan Williams pensó durante el estreno que los tempi de Boult eran demasiado rápidos, pero luego aceleró sus propias marcas de metrónomo en la partitura publicada. En los dos años siguientes la sinfonía se interpretó no menos de doscientas veces, más que cualquier sinfonía inglesa desde Elgar, y Boult realizó estrenos nacionales en París y Roma. Su lectura de 1972 es más rápida que la de Brabbins y, sin embargo, más mesurada, muy segura de su dominio de la partitura. Brabbins añade a su magnífica interpretación una excelente lectura de la Octava. Boult, por su parte, ofrece una Quinta magistral. Los necesito a ambos.
Norman Lebrecht