CUENCA / Nereydas, Haendel y Zelenka: música como Dios manda
Cuenca. Catedral de Santa María y San Julián. 3-XII-2021. Ciclo de Adviento de la Semana de Música Religiosa. Nereydas (coro y orquesta). Director: Javier Ulises Illán. Obras de Haendel y Zelenka.
Hay conciertos que emocionan por la música programada. Otros, por la interpretación. Otros, por el enclave. Y algunos, los menos, por factores especiales que los rodean. Lo realmente singular es toparte con algún concierto en que concurran todas estas circunstancias. Y el de anoche, en la Catedral de Cuenca, fue uno de ellos. La música no sonaba en la ciudad manchega desde hacía dos años y medio, cuando se nos vino encima el virus chino. No pudo celebrarse la Semana de Música Religiosa en 2020 por obvias razones, pero tampoco se celebró la de 2021 por un exceso de prudencia. Con buen criterio, Daniel Broncano, nuevo director artístico de la Semana, ha apostado por sacarse de la manga este nuevo ciclo de Adviento, con cuatro conciertos, para ir ‘calentando’ la edición de la próxima Semana Santa, siempre que no haya motivos sanitarios —Dios quiera que no— que obliguen a este país a regresar a la anormalidad. La expectación, por tanto, era grande, como grandes eran las expectativas que despertaba la presencia de Nereydas, la formación que dirige Javier Illán, para abordar una música que rara vez se les permite hacer a las orquestas españolas: Haendel y Zelenka.
Consideraciones previas… La primera: seguramente ninguno de los treinta y tres miembros de la orquesta y el coro (director incluido) habrán tenido que hacer música con anterioridad en una situación ambiental tan adversa. El termómetro marcaba 7 grados centígrados (hubo que repartir mantas entre el público). El vaho era visible cuando los cantantes abrían la boca y los dedos de los músicos se percibían ateridos. No deja de ser, en cierta forma, una vertiente más de lo que se conoce como ‘interpretaciones históricas’, porque así es como tenían que tocar los músicos hace trescientos años, cuando no existía calefacción centralizada ni había instalaciones tan cómodas como las de ahora. La segunda: por fin una orquesta española en gran formato. Nada de un instrumento por parte, que es lo que se acabado imponiendo en nuestro país, cuando de Barroco se trata, por pura cicatería (¿se imaginan a una orquesta sinfónica tocando con un instrumento por parte la Novena de Beethoven…? Pues con esta maldición tienen que lidiar día tras día las orquestas historicistas españolas). Siete violines (liderados por el excelente Ricart Renart), dos violas, dos violonchelos, un contrabajo (el omnipresente Ismael Campanero), un fagot (ni más ni menos que Eyal Streett, probablemente el mejor fagotista barroco sobre la faz de la tierra) y una tiorba, además de clave y órgano positivo. En el coro, seis sopranos (tres y tres), tres altos, tres tenores y tres bajos. ¡Qué lujazo!
Jan Dismas Zelenka y Georg Friedrich Haendel se llevaban siete años, por lo que puede decirse que casi eran de la misma generación. El checo Zelenka se dedicó toda su vida a componer música religiosa, con alguna incursión en la música profana (¡qué maravillosa es su serenata Il Diamante!). En cambio, el sajón Haendel se dedicó toda su vida a componer música profana, con alguna incursión en la música religiosa (aclaro: sus oratorios son música profana con trasfondo religioso, no música religiosa en sí misma). Illán escogió para este concierto dos salmos homónimos: Dixit Dominus. El de Zelenka, el marcado en su catálogo como ZWV 66 (es decir, el primero de los cuatro que compuso). El de Haendel, HWV 232, el que fue escrito en Roma, en 1707 (es su primera obra a gran escala que se conserva en manuscrito autógrafo), para la festividad de la Virgen del Monte Carmelo. Son dos obras grandiosas, pero sin ninguna otra similitud más allá del título. En el de Zelenka se constata un increíble fervor piadoso, sin la más mínima concesión a la galería; en el de Haendel, todo es puro artificio, asombrosa teatralidad… Previamente, Illán y sus huestes habían interpretado tan bien la obertura de la Oda para el Día de Santa Cecilia que nos quedamos con las ganas de escuchar la obra entera.
Hubo momentos sublimes en esta velada. Me quedo con tres: el aria haendeliana Virgam virtutis tuae, cantada de manera estremecedora por el contratenor Gabriel Díaz, con un delicadísimo y certero acompañamiento de María Alejandra Saturno (violonchelo), Manuel Minguillón (tiorba) y David Palanca (órgano); el primoroso dúo de sopranos (Lore Agustí y Lucía Caihuela) De torrente in via bibet, igualmente haendeliano, con la orquesta en pianissimo; y el abrumador primer movimiento (Adagio) del Miserere ZWV 57 de Zelenka que se ofreció de propina. Salvo algún desajuste en los oboes al principio (entiendo que debido al frío reinante), Nereydas sonó con un empaque y un empaste admirables. El coro rayó, asimismo, a una altura excelente. E Illán dirigió de esa manera tan matizada y precisa a la que ya nos tiene acostumbrados.
Eduardo Torrico
(Fotos: Santiago Torralba – SMR)