Cuatro cantantes que mejoraron (IV): Julia Varady
Un recuerdo discográfico lejano de Julia Varady, me la devuelve en Il matrimonio segreto, de Cimarosa. Por entonces, era ya una elegante fraseadora, pero sin un dominio genuino de las agilidades del autor —ojo— napolitano, ni una personalidad notable. Menuda diferencia con un Don Giovanni temprano con Mazzel, con Raimondi como el disoluto, pese a algunas aristas vocales aún no domadas porque, en el fondo, eran algo congénitas; o, ya un verdadero salto cualitativo en otro aún mucho mejor, de 1985, comandado por Kubelík. Valga como muestra, apenas iniciada la ópera, el casi inmaterial dúo, por delicadísimo, entre Donna Anna y Don Ottavio.
Más tarde, Varady arribó a la tipología de soprano lírica-spinto. En un momento dado, sacó al mercado un disco Orfeo que daba cuenta de su maestría también en Puccini. Todo era bueno, pero, acaso con el aria de La rondine, el gran boccone era, precisamente, Senza mamma de Suor Angelica. Menos sucinta, Kabaivansaka hacía más cosas de interés, pero a Varady y ella las unían los ataques pulidos, la regulación maestra de la voz y la impoluta consecución de los clímax.
Por entonces, grabó el juguete cómico El murciélago, la reina de las operetas, descollando entre un formidable elenco, y dirigida por el mercurial Carlos Kleiber, que se disputó los mandos en tal obra sólo con Karajan. En los números de conjunto, por ejemplo, la señora parece una flauta.
En su madurez, ante la exigencia que conlleva ser una figura grande, comenzaron las cancelaciones, más o menos numerosas. Un regordete Dieskau, celoso ante su joven tercera mujer, aunque tan provechoso en lo musical, la vigilaba sin necesidad de moverse mucho, con los modernos gadgets, como un nuevo Nero Wolfe, el detective grueso y casi inmóvil ideado por Rex Stout.
Me canceló dos veces: un Otello casi perfecto, con Atlantov y Bruson, en Barcelona, y un recital en Madrid; menos mal que eran otros tiempos y Desdémona fue al final Ileana Cotrubas. Sí cantó el Réquiem de Verdi en Valencia, donde brilló por encima de todo lo demás. Junto al Turia, pude catalogarla como una de esas sopranos, ya escasas en su tiempo, que pertenecían a la tradición germana o anglo de la soprano lírica-spinto y, pese a ello de timbre claro, como el de las gloriosas Eva Turner, Maria Cebotari o Christel Goltz.
Respecto a la cancelación del Real, en un recital previsto de arias y dúos, con Aquiles Machado, hay que decir que este la incluye en su currículo, pues lo cierto es que ensayaron juntos. Por medio tono que no afirmaba a su modo, digamos de Si natural a Do, a lo Ponselle —aunque quizá con menos terror corporal—, al final canceló su actuación. Por una vez, hubiera preferido que fuera menos autoexigente.
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