Ecos de las miserias europeas
Schulhoff, Popov:
Cuartetos de cuerda / Quartet Berlin-Tokyo
Ninguna otra música transita de forma más gráfica por el borde de la tensión que la producida por un cuarteto de cuerda. En el caso que nos ocupa, dos obras de compositores perdidos en las nieblas políticas de la Europa del Este ofrecen una profunda resonancia en medio de los horrores del último atropello ruso en Ucrania.
Erwin Schulhoff era un comunista comprometido que no pudo abrirse camino en la Alemania de los años veinte y regresó a su Praga natal, donde trabajó como pianista en la radio estatal y escribió piezas con ecos de jazz, bailes de salón y mucha melancolía. Cuando los nazis entraron en escena, fue enviado a un campo de concentración, donde murió en 1942, a la edad de 48 años.
Sus cinco piezas para cuarteto de cuerda, fechadas en 1923, transmiten el cansancio del mundo de La valse de Ravel, al que se añade un toque persistente de erotismo y provocación conversacional. De no ser por el halo amenazante que se cernía por doquier, en su momento se las habría podido calificar de encantadoras.
La primera sinfonía de Gavriil Popov fue prohibida por Stalin tras su estreno en 1935, condenada como arte antipopular por su irredento pesimismo. Popov se refugió en el alcohol para reconfortarse, pero siguió escribiendo sinfonías, con la esperanza de ganarse el favor oficial con títulos como “Honor a la patria” y “Honor a nuestro partido”. En 1946 se le concedió el Premio Stalin, aunque enseguida fue prohibido de nuevo.
Desesperado por conseguir una audiencia, en 1951 convirtió su Quinta sinfonía en un cuarteto de cuerda, economizando en la escala pero no en la espartana melancolía. Imaginemos una mezcla de Kurt Weill con Anton Webern y tendremos una idea de sus texturas. Aquí y allá, con una amable ironía, Popov cita la Oda a la alegría de Beethoven.
Estas dos rarezas marginales para cuarteto de cuerda son desempolvadas y exquisitamente interpretadas por el Cuarteto Berlín-Tokio, un grupo formado por dos japoneses, un checo y un ruso. Se trata de un recorrido turístico por las miserias de Europa, lleno de ideas y con un par de gotas de esperanza.
Es diferente y, a la vez, justo lo que uno espera.