Criticar al crítico
No es nuevo este título. Lo he visto en varias ocasiones, en algún caso literal. Podemos remontarnos a Critique des critiques de Debussy, a propósito de la recepción de Pelléas et Mélisande. Qué majos los críticos, destrozan en un rato lo que tú has trabajado durante años (algo así decía Debussy: me gusta repetirlo; en consecuencia, me repito.)
La libertad de expresión consiste en que puedes hacer crítica de un libro, de un espectáculo, de una película. Parece que, sobre todo, de la vida política. La libertad de expresión empieza a merecer otro nombre cuando la crítica es partidista o está al servicio de intereses y enjuagues. Por eso la palabra crítica ha sufrido cambios a lo largo del tiempo. En sentido estricto, crítica es el uso del criterio informado y documentado para encarar el estudio de una obra, una escuela, una biografía. Aquí, crítica quiere decir que se usan nuevos datos y criterios (es fundamental la palabra criterio) para acercarse a un fenómeno. Bien, el fenómeno puede ser nuevo o acaso no estudiado hasta el momento con seriedad crítica. Pero es entonces cuando surge, por ejemplo, una edición crítica de tal o cual obra que tiene la calificación de clásica o empieza a verse como tal. En el diccionario de la RAE nos lo explican muy bien: crítica es una “edición establecida sobre la base documentada de todos los testimonios e indicios accesibles, con el propósito de reconstruir el más fiel texto posible”. La edición crítica lleva aparejada un mayor o menor aparato crítico, que según el mismo diccionario es así: “En una edición crítica, conjunto de las notas que registran las variantes de un texto y explican los criterios utilizados para establecerlo”. Visto así, comprenderán ustedes que ser crítico no es tan fácil.
Ahora bien, como todos sabemos muy bien, en especial los lectores de críticas, que cualquiera puede convertirse en crítico de una publicación periódica o algo por el estilo. Lo difícil, lo que cuesta toda una vida de dedicación y de devoción, de estudio, de no aceptar los lugares comunes, lo consabido, es propio de críticos como Richard Taruskin, que lamentablemente murió hace unos días. Un crítico así te ilumina, al tiempo que te ayuda a aprender de veras lo que ya creías saber.
Una de las diversas acepciones del diccionario de la RAE para la palabra crítico es la siguiente: “Inclinado a enjuiciar hechos y conductas generalmente de forma desfavorable”. Sí, tenemos colegas así, y ahora le señalaré uno de ellos (solo lo señalaré). Solo que vale para muchos fenómenos, no solo artísticos. “Fue muy crítico con el proyecto de norma del gobierno regional”, por ejemplo. Solo proyecto, y nivel regional, me permito prescindir de categorías más elevadas, más ardientes.
Antes de señalar a ese colega, evocaré la figura inolvidable de un crítico teatral que jamás escribió un ensayo sobre un autor, una escuela, una actriz, una dirección de escena. Era temido, aunque no respetado. Eran tiempos en que un periódico tenía fuerza e influencia. Fracasado en otras lides periodísticas, se le asignó por su veteranía de pronto inválida la sección de teatro (se la negaron a otros, tengo entendido, no sé), y allí despachó a gusto la evacuación permanente de su bilis. Como a tantos, el fracaso se le había subido a la cabeza. Y el dolor personal lo vertió sobre los cómicos, siempre indefensos.
Fue muy habitual este tipo de crítico, que compensaba con estocadas e impunidad, su propia limitación o su condición tullida. O los famosos críticos taurinos que cobraban ‘el gato’ al agente de un diestro, lo que llevaba a críticas laudatorias, que a veces eran merecidas, pero que no iban a aparecer sin ‘gato’.
Pero lo malo de la crítica de teatro, conciertos o cine es que es de lo más indemostrable, y en ella cabe lo subjetivo como criterio (“me aburre”, “me deja frío”, “no me atrapa”…) o, en caso de duda, poner mal el espectáculo, que viste más poner gesto de asco que admirar como cualquier adolescente. Confieso algo que solo le digo a los allegados: cuando veo un mal concierto o una mala función teatral, prefiero no escribir, porque sé lo difícil que es levantar un espectáculo así; levantarlo bien, es de mucho más mérito, y es entonces cuando hay que hacer crítica. Cuando está mal solo me permito escribir en un caso: cuando es una estafa. No creo que haga falta dar detalles. En fin, el concertino de una orquesta me decía hace años: “Tocar mal el violín cuesta diez años… pero tocarlo bien cuesta toda una vida”. Hay que aceptar esta advertencia incluso como reproche.
Otra cosa es el crítico que tiene en casa unos cuantos discos, ha ido a algún que otro concierto, y es cuñado o algo así, pariente, allegado, cliente de los responsables de la publicación que acoge sus beneméritas reseñas.
Verán… Esto no es una reflexión, es una recopilación de ideas que tengo hace tiempo y que en ocasiones he podido expresar de otra manera. Ahora me vuelven a la cabeza por un hecho muy curioso. Se lo cuento en dos palabras.
Festival de Granada de 2022. Concierto de Isabelle Faust en el Patio de los Arrayanes. Críticas casi unánimes: es una violinista extraordinaria. Una de esas críticas fue la de Tomás Marco en esta página. A veces los críticos dicen que tal grabación o tal recital se critican solos, por el nivel de los intérpretes, no solo de las obras que tocan. El nombre de Isabelle Faust podría sugerirnos uno de esos fenómenos. Gracias por tocar, Isabelle. Gracias por venir. Gracias por poder verla tocar. Pero de pronto surge un listo, un ‘enterao’, como dicen por ahí. Y Antonio Moral, director del Festival de Granada, que no necesita presentación en SCHERZO (lo fundó él, secundado por unos pocos locos; lo éramos), señala al autor del disparate, llamado Molinari, del Ideal de Granada (que se ha cubierto gloria con este suelto). No se calla, no disimula Antonio Moral, no practica la supuesta prudencia del gestor ante el comentario adverso. Comentarios adversos, los que hagan falta, no faltaría más. Pero esto es una insensatez, considera Moral, y hay que señalarla.
Hagámonos eco y altavoz (dentro de nuestra modestia) de las palabras de Antonio Moral. Y defendamos, como caballeros andantes, el honor de la simpar Isabelle Faust de Esslingen. Pero no nos rebajaremos para defender a la organización del festival, que no pidió perdón por los vencejos y los aviones que pasaban por allí.
Crítica en Ideal de Granada.
Santiago Martín Bermúdez
(Foto: Fermin Rodriguez)