SEVILLA / Un concepto de otra época

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 15-02-2019. Francesca Dego, violín. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Daniele Rustioni, director. Obras de Mozart, Strauss y Schumann.
Hace muy bien el director artístico de la Sinfónica de Sevilla (ROSS), John Axelrod, en proponer a Mozart, un compositor no todo lo transitado que debería por parte de los profesores de la orquesta. En ese sentido celebramos una primera parte que comenzó con la Obertura de Don Giovanni, y ya con ella advertimos el tono que el director invitado, Daniele Rustioni, iba a imprimir al concierto. Fue una versión plúmbea, melosa en la exposición melódica, henchida de testosterona en forma de cuerda, a la contra de todo cuanto sabemos de Mozart hoy. Incluso en sus maneras de conducir la batuta (y, se dirá un detalle, también de vestir el atuendo de director, estrictamente clásico), Rustioni se mostró excesivamente danzante, como impostado. Más atento el maestro de 36 años al músculo que a la autenticidad de la partitura.
Bien es verdad que con el Concierto para violín nº 4 la cosa se atemperó. Pero fue más mérito de la violinista, Francesca Dego, de una sonoridad especialmente aguda, hábil en los ataques y en las ornamentaciones y con las agilidades muy bien resueltas. Sin embargo su sonido, en el Andante cantabile (el movimiento en el que Dego y Rustioni encontraron más complicidad), acusó un exceso de vibrato que, por otra parte, fue generalizado. Difícil no añorar la presencia de Patricia Kopatchinskaja, que la había antecedido en su papel de solista apenas dos semanas antes. La Sinfónica entregó aquí un Mozart meramente de acompañamiento, suavizado y melodramático, a deseo del director italiano.
En la segunda parte, con Don Juan de Strauss, el nivel se elevó porque Rustioni se encontraba más en su ambiente. Puso especial énfasis en graduar las intensidades y transiciones entre los diferentes afectos que recorren el poema sinfónico y extrajo de la Sinfónica una sonoridad hollywoodiense, imponente. Hubiéramos deseado que, en lugar de Schumann, se hubiera ofrecido al director la posibilidad de defender y dar a conocer en Sevilla algunas de las músicas de Petrassi y Casella que ha grabado en disco. Sin embargo, finalizó el programa mucho más previsiblemente con la Sinfonía nº 1, “Primavera”, de Schumann. Desde luego que fue una interpretación brillante y plena de vigor, pero también resultó excesiva, un tanto epidérmica. Nada de la rusticidad que demanda la página desde su título, otra vez una orquesta decibélica. Como si toda la necesaria limpieza que han aportado los nuevos criterios interpretativos del clasicismo y el romanticismo no hubieran existido, con ausencia de claridad melódica, distensión, amabilidad, musicalidad, en fin. Una lástima.
Ismael G. Cabral
(foto: Guillermo Mendo)