MÁLAGA / Raquel Lojendio triunfa en Málaga, por José Antonio Cantón
Málaga. Teatro Cervantes de Málaga. 14-II-2019. Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM). Raquel Lojendio, soprano. Manuel Hernández Silva, director. Obras de Gustav Mahler y Richard Strauss.
José Antonio Cantón
El octavo programa de abono de la presente temporada de la OFM venía precedido por una gran expectación dado su contenido referido a dos de los grandes compositores posrománticos pertenecientes al ámbito musical austro-germano como fueron Richard Strauss y Gustav Mahler, verdaderos gigantes de la técnica orquestal, con singulares obras de sus catálogos; Las cuatro últimas canciones, TrV 296 y la Cuarta sinfonía, IGM 10, respectivamente. Otro aliciente del concierto venía propiciado por la actuación de la soprano canaria Raquel Lojendio, de la que se tenían magníficas referencias en cuanto a repertorio operístico, por lo que se esperaba una singular actuación en este otro tan exigente dedicado al gran lied.
Nada más iniciar la primera vocalización del poema Frühling (Primavera) de Hermann Hesse, se pudo apreciar que la cantante estaba buscando su adecuada interacción expresiva con el conjunto de la orquesta, hecho que se produjo plenamente en la segunda estrofa, Gleiss und Zier (espléndida y ornada), en la que emergieron los vientos orientados por las flautas. La cantante, que rompía el cromatismo orquestal con singular delicadeza en la siguiente, mostró esa vitalidad que pide el compositor en el movimiento continuo de su música que no admite reposo alguno. En Septiembre, también de Hesse, Raquel Lojendio supo reflejar en su canto los tres motivos musicales que implementan su texto: la caída de las hojas, la lluvia empapando las flores y el temblor ambiental del fin del verano. Superándose en cada canción, fue en la tercera, Al irme a dormir, en la que más brilló favorecida por la orquesta que, desde las indicaciones de su titular, entró con más sentido en el mensaje straussiano, teniendo un momento significativo en el solo de violín de Andrea Sestakova, concertino de la OFM, con el que el compositor quiere enfatizar el sentimiento de serenidad y paz que propicia el sueño. La cantante confirmaba su excelente actuación en el último lied, En el ocaso, entendiendo, con gran sentido canoro y respuesta emocional, que la última estrofa, sobre versos de Joseph von Eichendorff, es una consecuencia de la tercera, llevándola a seguir cantando en silencio en el prolongado final de la orquesta antes del sobrecogedor y coloreado por la madera acorde mayor en diminuendo, que sirvió al maestro Hernández Silva para realzar las bondades dinámicas de sus profesores.
El concierto se completaba con la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler, que significa un punto de inflexión en la trayectoria del compositor dentro de su sinfonismo. Desde sus primeros compases, se percibió con claridad que director y orquesta se han comprometido de manera muy seria en los retos que plantea esta obra. Así se mostraron fieles a la indicación de carácter del primero movimiento, manteniendo sin prisa ese adecuado aire de mesura que pide el autor, especialmente en la re-exposición, que se produjo menos fragmentada en su desarrollo, antes de la coda con su curioso fondo de cascabeles. Su conclusión estuvo expresada con gran vitalidad hecho que incrementó la expectación del oyente ante el segundo movimiento en el que volvió a destacar el conocimiento que de esta música tiene la concertino, imprimiendo, como en su intervención anterior el sentido que quiso dar el director a esta rebrincada danza, que exige las hechuras de la música de cámara por parte de cada uno de los componentes de la orquesta. Ésta tuvo su mejor momento en el repetido trío, alcanzando esa bonancible delicadeza que la hace tan agradable al oyente.
El momento culminante de la interpretación se produjo con el tercer movimiento, un sublime Poco Adagio que encumbra a Mahler entre los más grandes creadores de los tiempos lentos. Hernández Silva llevó la elasticidad de la orquesta hasta sus límites, dejando que la música fluyera desde su preciso y refinado pulso calando con intenso efecto en la sensibilidad del espectador, que podía disfrutar del elevado pensamiento musical del compositor, alcanzando esa visión paradisíaca que volvía a estar orientada desde la concertino con acertada expresión. El desarrollo subsiguiente hasta la coda fue preparado por el director con gran sentido dramático antes del fortissimo que la inicia, para controlar la extinción de esta sublime página con emocionante sosiego. Lástima que no enlazara a modo quasi attaca el cuarto tiempo aprovechando la dulce sonoridad del clarinete y consecuente delicada entrada de la soprano, lo que hubiera producido un efecto de continuidad y a la vez de contraste realmente precioso.
Raquel Lojendio volvió a brillar en el último movimiento, con una voz bien colocada, de perfecta afinación, emitida con dulzura y excelente dicción, haciendo que sonaran los versos del poema Das Himmlische Leben (La vida celestial) con progresiva y evanescente expresión, que daba al final de la sinfonía ese carácter de ambigüedad deseada por el compositor que lo hace tan sugestivo a la vez que emotivo para quien escucha atentamente. El director y la orquesta entraron en un estado de nostalgia sonora impregnados por la interpretación de la soprano que, en todo momento, supo ir más allá de la musicalidad de su canto, convirtiéndose en la gran triunfadora de la velada.