MADRID / Otra vuelta de tuerca a la “Pasión según San Juan”, por Javier Sarria

Madrid. Auditorio Nacional. 21-III-2019. Les Arts Florissants. Director: William Christie. Bach, Pasión según San Juan
William Christie, a punto de culminar su septuagésimo quinto aniversario (y el cuadragésimo de su mítica formación, Les Arts Florissants) se ha embarcado en un proyecto que comprende la interpretación de las grandes composiciones vocales de Johann Sebastian Bach. Si el año pasado saludamos una excelente grabación en vivo que reflejaba la visión del franco-norteamericano de la Misa en Si menor (Harmonia Mundi) tras una amplia serie de conciertos. Este año la obra escogida ha sido la Pasión según San Juan, supuesta hermana menor de la más célebre de Mateo –visión errónea donde las haya; se trata de dos trabajos enteramente distintos, cada cual con su propia estructura, contenido y función–, en la versión –por lo escuchado– de 1724.
Como tantos otros en los últimos tiempos, Christie ha adelgazado sus efectivos bachianos hasta dejarlos en lo requerido como ideal por el propio cantor en su famoso Enwurff de 1730, con tres primeros y tres segundos violines, dos violas, dos violonchelos y, en nuestro caso, dos contrabajos (Bach sólo menciona uno), más los correspondientes obligados en vientos y continuo. El coro, igualmente, queda reducido a cuatro voces por parte (dieciséis en total), participando todos ellos en los coros y corales salvo el Evangelista, otra costumbre que se ha extendido muchísimo en la última década. Se trata de un contingente ideal para la ejecución de la música sacra de Bach compuesta o arreglada durante su período lipsiense, pero… en una sala adecuada. No es la primera vez que advierto sobre la inadecuación de la sala sinfónica del Auditorio Nacional para interpretar según qué obras y con según que fuerzas. Nunca se dirá suficientes veces que se trata de una gran sala destinada al repertorio sinfónico de los
siglos XIX, XX y XXI, completamente inadecuada para la interpretación de composiciones como la que nos ocupa, máxime con efectivos fidedignos a su
época, con instrumentos igualmente antiguos y con voces con las cualidades estilísticas precisas, lo que implica, fundamentalmente, escaso volumen. Ello supuso anoche la pérdida de buena parte del impacto que música e interpretación llevaban consigo, notable desequilibrio entre secciones y momentos de confusión. Y, casi más grave, impidió apreciar debidamente el excelente rendimiento de muchas voces individuales, superadas por un espacio que las engullía.
Christie presentó una lectura caracterizada, por encima de cualquier otra consideración, por su extraordinario dramatismo. Contundente, violenta a ratos, la extrema celeridad en los recitativos y turbas impulsó la acción de forma inaudita –en una pasión ya de por sí teatral–. Igualmente veloz fue el aria con coro Eilt, ihr angefochtnen Seelen, lo que casa a la perfección con el contenido poético y musical, que llama a las almas atormentadas a apresurarse para acudir al Gólgota, con una incisividad deslumbrante. Pero no todo fue correr, los momentos más contemplativos están delineados de forma magnífica, con lentitud, morosidad incluso, acariciadora e ilustrativa, como pasa con Erwäge o Es ist vollbracht, un momento de recogimiento que verdaderamente encoge el alma, como también en Zerfliesse, donde se subrayan de una forma memorable los descensos con los que Bach destaca la palabra tot (muerto). La descripción del terremoto tuvo una gran virulencia, a lo que contribuyó una sección de bajos especialmente nutrida y potente: sendos violonchelos y contrabajos, viola da gamba, dos fagotes, clave, órgano y archilaúd. Entre esto y la garra de la ejecución, la escena resulta tan vívida como un tonnerre de cualquier tragedia francesa.
Los coros inicial y final no pudieron ser más contrastados. El monumental Her, unser herrscher –uno de los mejores coros de la historia– recibe una lectura de gran impacto dramático. Pero, al tiempo, resultó de lejos el momento más decepcionante. Los problemas acústicos ya aludidos contribuyeron a la creación de una masa sonora difusa no sólo entre las secciones de la orquesta, sino entre las voces del coro, sin que fuera posible, como es imprescindible en ese magnífico número, separar los planos para una adecuada comprensión retórico-musical. El coro final Ruht wohl obtuvo, por el contrario, una realización magistral, de una lentitud apaciguadora, manteniendo el ritmo de forma soberbia, como meciendo los despojos del Señor en un arrullo. Configuró un auténtico tombeau, como claramente quiso Bach.
Uno de los platos fuertes de la interpretación son los coros de turba. Aquí Christie corrió que se las peló sin excepción, aunque no es sólo una cuestión de velocidad, la incisividad, la carga teatral que aporta es fascinante, como en Kreuzige! o Weg, weg mit dem, brutales en su paroxística crueldad. Hay momentos en que la celeridad imprimida por el director constituye un verdadero reto para los músicos (cantantes e instrumentistas), como en Lasset uns den nicht zerteilen, todo un ejercicio de virtuosismo que deja al oyente boquiabierto. Todos ellos generan un gran impacto, aunque en algún momento quizá una mayor tranquilidad habría permitido una mejor lectura del contenido retórico del texto.
Los corales reciben una interpretación óptima. No presentan unas dinámicas especialmente diferenciadas (con dos excepciones), pero están espléndidamente delineados y, tanto la agógica como el fraseo están bien contrastados. Es conmovedora la dulce conmiseración ante los sufrimientos de Cristo en Wer hat dich so geschlagen, como contundente Christus, der uns selig macht, con una segunda parte apianada, y emocionante Er nahm alles wohl in acht, tras la escena en que Jesús moribundo pone a su Madre bajo la protección de Juan. El coral que cierra la pasión se va construyendo paulatinamente, desde la más etérea sonoridad, con unas suavísimas dinámicas, hasta la contundente asertividad de la profesión de fe final, majestuosa, grandiosa, magnífica, como nunca se ha escuchado, logrando una conclusión a la altura de la obra, lo que no siempre se consigue.
El Evangelista de Reinoud Van Mechelen resultó extraordinario. Bien conocido por sus incursiones en el barroco francés (ubicuo ya, en realidad), es uno de los mejores tenores agudos del nuevo siglo. Cuenta con una voz de bellísimo timbre muy bien proyectada, maneja de forma magistral el falsetto cuando procede y combina la contundencia y la dulzura, la teatralidad con el lirismo, con una fuerza en ocasiones que sorprende en alguien tan asociado con la delicadeza. Fue, en suma, un Evangelista ideal. Su lectura fue impetuosa, matizada, de una teatralidad fascinante, patente en los episodios más dramáticos (corte de la oreja de Malco, canto del gallo, sollozo consiguiente –uno de sus mejores momentos–, presentación de Barrabás, flagelación, terremoto…). En los episodios finales, con las últimas palabras y muerte de Jesús, desprendió una piedad maravillosa (aquí la celeridad general cedió en favor de un tempo moroso). Jesús está encarnado por Alex Rosen, quien cuenta con una voz preciosa, grave, cavernosa incluso. Transmite a la perfección la solemnidad del Ungido, pero también la dulzura del hijo de María (nº 27c). Las arias, así como el personaje de Pilatos se encomendaron al excelente bajo Renato Dolcini con unos números líricos (el arioso Betrachte y el aria con coro Eilt, ihr angefochtnen Seelen) muy buenos, aunque en Mein teurer Heiland faltó algo de unción, no tanto en él como en la concepción de Christie. La contralto Jess Dandy, cumplió muy bien en Es ist vollbracht!, pero las pasó cantutas con Von den Stricken, con graves ahogados, escasísimo volumen y un excesivo vibrato probablemente debido a la necesidad de forzar el volumen; me habría gustado escucharla en un lugar más adecuado, porque, con seguridad, el resultado sería muy otro. Excelente la soprano Rachel Redmond, ingenua y radiante en Ich folge dir gleichfalls, donde, por un momento, Bach abandona la tragedia y la gravedad y elabora una radiante aria en tonalidad mayor al ritmo de una gavota, que representa los pasos apresurados del creyente tras Jesús; y delicada y sufriente, contenida y expresiva en la bellísima Zerfliesse. Y, por cierto, una voz magníficamente proyectada. Sin tacha el tenor Anthony Gregory en sus dos arias.
La orquesta, con una plantilla muy renovada, aunque con algunos miembros de todo la vida (concertino –Hiro Kurosaki–, violas, flautas) estuvo soberbia, con una calidad en conjunto sensacional. El compromiso expresivo y el sentido musical fueron excepcionales, con escasos desajustes. Y no son inferiores las numerosas prestaciones solistas (flautas, oboe da caccia, violas d’amore, viola da gamba, violonchelo), fastuosas en cada caso. A destacar claramente en el continuo al laudista Thomas Dunford, quien, siguiendo otra costumbre actual, no se limitó a intervenir en su momento obligado como solista, sino que acompañó con garbo y mimo en todo momento.
El coro, con la salvedad del momento inicial, rindió tanto como era esperable de un conjunto de su bien conocida calidad. Difícil poner una tacha a su agilidad, vigor, matiz, empaste y ductilidad.
El resultado fue, por tanto, una pasión extremadamente teatral, fulgurante, impactante que vuelve a dar un revolcón (recordemos a Minkowski) a las viejas concepciones de Bach como quinto evangelista solemne, contemplativo y casi diría que calvinista en lugar de luterano. A quienes comulguen con esta visión, la de Christie les habrá horrorizado.
Javier Sarría Pueyo
(Foto: Rafa Martín)