MADRID / La Spagna en The London Music N1ghts, por Nacho Castellanos
Madrid. Café Comercial. 11-III-2019. La Spagna. Director: Alejandro Marías. Obras de Juan del Encina, Diego Ortiz,
Marin Marais, Tobias Hume.
Nacho Castellanos
Comencemos por el principio de todo, cuando todavía las conversaciones sobre fútbol o política no habían cesado y las violas da gamba permanecían acostadas observando al público que sería testigo de su magia. El Café Comercial volvía a celebrar una de sus ya emblemáticas The London Music Nights y los nervios y la expectación eran los mejores aromatizantes para cualquier Gin-Tonic largo de ginebra. Entre bambalinas, La Spagna se preparaba para ofrecer un programa en honor a aquella melodía cortesana de 46 notas que da título a su agrupación. Este viaje a través de los tiempos que nos propuso La Spagna comenzaba con la delicadeza hecha poesía: Triste España sin ventura de Juan del Encima, que parecía ya augurar ese pesimismo flagelante que históricamente la nación de los Reyes Católicos ha heredado desde tiempos inmemoriales. Esta España sin ventura de la que hablaba Juan del Encina se apenaba de la muerte del Principe don Juan, que con tan solo 19 años y tras una reciente boda, fallecía en Salamanca a causa de una fiebres. Alejandro Marías dirigió a La Spagna a este sepulcro musical con parsimonia y elegancia, con sutiles lágrimas de angustia que se reflejaban en descensos frígios y que hacían que la polifonía hablase por si sola, sin echar en falta los preciosos versos que acompañan al villancico original. De lo sobrio de la muerte nos trasladaron a lo popular de La Spagnoletta de Praetorius, una obra repleta de guiños musicales a canciones bien conocidas en la época como el Con qué la lavaré y que pese a tener aires con algo más de júbilo, continua en esa senda de lo tierno, de lo frágil, de lo cortés… La Diminuzione XV sopra La Spagna de Ascanio Maione y el Agnus Dei de Heinrich Isaac —posiblemente la obra más modal de todas y la única de carácter sacro en el programa—, volvían a recordarnos esa ternura que existe en la melancolía, y cómo el tañir de las violas da gamba nos hace quebrar en delicadezas. El tándem Alejandro Marias-Pablo Garrido sonaron como si de una sola voz se tratara, consiguiendo que el contrapunto se transformara en un canto incesante, de esos que sin haberte dado cuenta, te ha evadido a un mundo de pensamientos volátiles. Con Francisco de la Torre ese azul grisáceo que emanaba de las piezas anteriores se tornó a un ocre casi amarillento, y un comedido carácter festivo y cortesano inundó la segunda planta del Café Comercial. Pese a no escuchar las chirimías y sacabuches propios de una Danza Alta, y debido a que La Spagna se consideraba Bassa Danza, la versión de La Spagna no estaba falta de energías a pesar de que se trata de una versión con única y exclusivamente instrumentos de cuerda. Antonio de Cabezón y Diego Ortiz fueron los encargados de finalizar esta primera parte de aires renacentistas, con dos obras elementales en la tratadística del XVI español. Del primero se tañó Tres sobre La Alta, pieza recogida en la bien conocida recopilación de Venegas de Henestrosa: Libro de cifra nueva para tecla arpa y vihuela. Diego Ortiz, si bien es recordado en el mundo de la teoría musical es por su Tratado de glosas. Las Seis recercadas sopra La Spagna pertenecen a los ejercicios de glosado que Ortiz propone sobre un canto llano.
Si lo evanescente y delicado habían sido fieles protagonistas en esta primera parte, lo exacerbado del Barroco se impondría en la segunda para transformar lo sutil en delirante. Tobias Hume y su Spanish Humor fueron los primeros en comenzar este baile cortesano en donde La Spagna respiraba con más tesón y enjundia. Ramiro Morales, encargado de dar vida a la cuerda pulsada, fue el gran pilar del ritmo armónico, con un tañer elegante, directo y preciso cual Orfeo deleitando a vihuela o al archilaúd. Fue en ese preciso instante, justo cuando los últimos acordes de Hume desfallecían en las fauces del silencio, cuando el crudo verdor de los jardines de Versalles se manifestó de la mano de uno de sus más admirados violagambistas: Jean-Baptiste Forqueray. La Portugaise resultó una batalla con momentos épicos de celebración
Por si todavía no habíamos degustado el jolgorio danzístico, llegó la pícara de La Folía, de Marin Marais. Un tema que volvió locos a nobles y cortesanos, pudientes o decadentes… todo el mundo era preso de esta locura ternaria, cuyas letras y danzas que la acompañaban resultaron de gran éxito en la majestuosa corte del Rey Sol. Si bien La Folía como tema musical fue muy conocida en Europa durante gran parte del barroco, su origen casualmente se dio en España, y por eso en el resto de países se la llamaba Folía de España. Lo más curioso acerca de su procedencia es que en la crónicas que nos han llegado de autores españoles —ejemplo claro de ello será la definición que enuncia Covarrubias en su “Tesoro de la lengua castellana”—, hablan de ella como danza portuguesa, lo que nos hace cuestionarnos si el concepto que en el settecento tenían de Folía —antes de que Jean Baptiste Lully asentase en 1672 el sobreconocido esquema armónico que cualquier filme hollywoodiense utiliza para describir el barroco— era un concepto único y absoluto, o si por el contrario, tenía tantas variantes que en cada lugar asumían como Folía algo diferente.
Dejando a un lado la “charleta” musicológica, volvamos a La Folía de Marais sobre el tema de La Spagna. Una Folía peculiar debido a sus extensión, ya que el tema se repite hasta 32 veces lo que permite que los intérpretes jueguen con diferentes realidades sonoras. La Spagna nos presentó un cuadro cargado de luces y sombras, de matices y de afectos sonoros que dibujaban fervientes ríos cargados de hedonismo y montañas más lúgubres y tranquilas en donde de lo asceta pasaríamos a lo pulcro. Alejandro Marías se coronó como el fuego ardiente que transfiguraba esta narración por cada una de sus 32 etapas, alzándose con la proeza de que ninguna de estas glosas sonase como la anterior, pese a que el ostinato armónico siempre es un enemigo a tener en cuenta. Cabe destacar la figura de Jorge López-Escribano al clave y continuo, merecedor de elogios pues con un respeto inmenso a la música, nunca pecó de ese horror vacui tan pretencioso cuando uno se enfrenta a estos repertorios. ¡Qué gusto da escuchar un continuo que en sus 32 repeticiones, consigue sonar puro, elegante, delicado y siempre dentro de su afecto correspondiente!
Tras la lluvia de aplausos que generó este éxtasis musical, La Spagna no se marchó sin antes ofrecer un pequeño fragmento del vinilo que La Fonoteca publicará en esta 2ª Edición de The London Music Nights. Este curioso y pocas veces escuchado Minueto de Jacques Morel fue el cenit de la velada, el silencio de la música que dio pie una vez más a los murmullos incesantes y a las conversaciones acaloradas. Pero la política no tenía cabida para estas palabras, ni mucho menos el fútbol… y mientras los últimos contertulios abandonaban el Café, las violas da gambasonrieron una vez más, pues era de ellas de quienes se hablaba. De ese extraño poder cautivador que solo la música puede proporcionar.