MADRID / Grande Perianes

Madrid. Auditorio Nacional. 19/20-II-2019. Ibermúsica (XLIX Ciclo Orquestas y Solistas del Mundo). Javier Perianes, piano. Orquesta Filarmónica de Londres. Director: Juanjo Mena. Obras de Beethoven.
Si hace unos días hablábamos del reto que suponía afrontar los dos Conciertos para piano de Brahms por parte del macedonio Simon Trpčeski, no es en absoluto empresa menor afrontar los cinco Conciertos para piano de Beethoven en dos veladas. Un verdadero tour de force que, por añadidura, el onubense Javier Perianes, en absoluta plenitud de forma, afronta ¡dos veces en la misma semana!, en Madrid primero y en Londres después, y para el que, además, ha ‘calentado’ con algunos conciertos adicionales, no tan ‘intensos’ en su participación, en otras capitales españolas, siempre con Mena y la Filarmónica de Londres.
Es Perianes pianista sensible, sin aspavientos escénicos, de excelentes medios, ancha dinámica, rica paleta de colores, exquisita sensibilidad para el matiz y el canto, que despliega con sobresaliente espontaneidad, pero también con emocionante profundidad de expresión. Todos estos ingredientes parecen sin duda más que adecuados para desgranar la música de Beethoven, hecha precisamente de contrastes, muchas veces abruptos, y en la que tanto hay que cuidar los acentos (como en el primer tiempo del primer concierto, cuando Beethoven pide queste note ben marcate) y los ritmos, pero también las invitaciones a la fantasía (como en senza tempo demandado en algunos momentos del primer tiempo del Emperador) o al canto más lírico y nostálgico, como en los segundos tiempos de casi todos los conciertos, y muy especialmente de los tres últimos.
Por si hacía falta confirmar que Perianes, como antes apunté, está en plenitud (recordemos: Premio Nacional de Música hace unos años y en 2019 “Artista del año” en los International Classical Music Awards), estas dos veladas lo han hecho de forma contundente. El primero de los días, el onubense ofreció los tres conciertos “centrales” del ciclo (números 2 a 4), aunque como es bien sabido en realidad el numerado como segundo fue el primero escrito por Beethoven. Concierto este muchas veces menospreciado por ‘light’, pero que las decididas y enérgicas manos de pianistas como Argerich se han encargado de poner en su justo sitio, porque es partitura luminosa, bien cargada de contagiosa vitalidad.
Perianes se mostró en él, como siempre, elegante, vital, pero sin desmelenarse, con exquisito canto en el movimiento central, maltratado por el criminal de turno y su impertinente móvil, merecedor (el propietario, no el aparato) de un castigo ejemplar que por desgracia no llegó. Inmediatamente después, el fabuloso concierto en Do menor, que, además de la tonalidad, se emparenta por clima dramático (con mayor contundencia por parte de Beethoven) con el Concierto K. 491 de Mozart. Perianes lo destacó con acierto, culminando en una preciosa cadencia y una estupenda coda, manejando siempre las transiciones (una constante en ambos conciertos) con maestría. Escalofriante su lectura del Largo central, con un clima de los de contener la respiración, maltratado de nuevo por el criminal del móvil, al parecer empeñado en despertar algún instinto justiciero. Vibrante el Rondó final, sin perder la elegancia que siempre caracteriza el sonido y expresión de Perianes.
El Cuarto concierto que cerraba la velada es, en mi humilde opinión, uno de los puntos más altos del ciclo, ya desde su casi interrogador comienzo a cargo del solista, magníficamente traducido en esta ocasión. Esa tensión fue admirablemente captada y traducida, en una construcción estupenda, culminada de nuevo en una cadencia exquisita. Lo fue también el segundo tiempo, otra vez escalofriante en sus magníficos pianissimi. Rítmicamente acertado, trepidante, el Rondó final. El segundo día comenzó con el Primer concierto, con tempo sin arrebatar para la indicación allegro con brio, y con la articulación cuidadísima, siempre escrupulosamente respetuoso Perianes con las demandas de la partitura, pero sin perder esa naturalidad y fluidez del discurso que son marcas de la casa. El Adagio fue otra interpretación magnífica, superando nuevamente otro maltrato más (ya se imaginan de quién), y el Rondó final vivo, chispeante y vital.
El ciclo culminó con una sobresaliente versión del Emperador, que tuvo la grandeza y poderío que se espera (rotundos los muchos acordes, estupendo el pasaje de octavas en staccato del primer tiempo, con una dinámica admirablemente manejada), pero también el espíritu de fantasía improvisatoria en esa brillante entrada varias veces repetida, para luego deleitarnos otra vez con un canto exquisito en el tiempo central, dibujar otra transición extraordinaria al Rondó final, exuberante y triunfal. Culminó así dos actuaciones de altísimo nivel que, como apunté, confirman de manera contundente el extraordinario momento por el que atraviesa el pianista onubense, lo que es una magnífica noticia.
Respecto a la parte orquestal, ya hemos visto varias veces a la Filarmónica de Londres por estos lares en los últimos tiempos. Formación notable, está sin embargo a una distancia muy considerable de su hermana la Sinfónica, especialmente por una cierta tendencia a la tosquedad en maderas y metales, no siempre sutiles en el matiz. Mena, con el gesto siempre expresivo y claro, procuró acompañamientos muy correctos, pero no consiguió limar alguna aspereza (las trompetas en el primer movimiento del primer concierto, por ejemplo), y algunas entradas mínimamente desajustadas con el solista, aspectos que sin duda pulirán en próximas ejecuciones. En todo caso, era el momento de Perianes, que obtuvo un éxito tan grande como merecido. Éxito que a buen seguro encontrará en la repetición de este gran reto en Londres este fin de semana. Bravo.
Rafael Ortega Basagoiti