Cristóbal Halffter, memoria presente
Debía correr 1993 cuando un incauto musicólogo en ciernes –quien firma estas líneas– acudía a un curso de verano sobre música medieval y Camino de Santiago. En aquella ocasión, además de descubrir la austera belleza de Villafranca del Bierzo y sus virtudes gastronómicas, cometió la imprudencia de adquirir un disco de reciente lanzamiento: Officium defunctorum, de Cristóbal Halffter; lo que no podía imaginar es cómo su escucha determinaría, en muy buena medida, su propia vocación investigadora. Y aún menos que, tras una dedicación académica doctoral intensa, continuaría la relación con ese compositor que hasta ese momento le era casi ignoto –sin dejar, naturalmente, de lado a su esposa Marita–, para acabar forjando una amistad y colaboración continuadas a lo largo de casi tres décadas. Ensayos, estrenos, cursos, proyectos conjuntos, publicaciones, prolongadas charlas y afables discusiones (la última, una jornada cómplice en “su” Villafranca el pasado enero de 2020) se agolpan en la memoria al pergeñar estas precipitadas líneas unas horas después de conocer la noticia del fallecimiento de Cristóbal… Sin olvidar las incontables horas pasadas en la Münsterplatz de Basilea escudriñando partituras y apuntes, programas, cartas y testimonios conservados en su colección documental, conservada en la Paul Sacher Stiftung, que revelaban paulatinamente la múltiple e influyente significación de una trayectoria creativa determinante para la música española e internacional en los últimos siete decenios.
De carácter complejo, insobornable en sus querencias y desapegos, en constante pugna entre la conciencia de la tradición –la propia personal y familiar y la de su época– y la búsqueda de nuevas formas de expresión, abierta a innumerables horizontes sonoros e intelectuales, es la de Cristóbal Halffter una figura que no puede ser orillada en un examen consciente de la cultura española desde comienzos de los años 1950, con el consiguiente cambio, a menudo drástico y conflictivo, de dinámicas sociopolíticas, ideológicas y, por supuesto, musicales. No es momento para ofrecer un balance de lo que, en términos de evolución técnica y maduración estética, implica la obra de Halffter, desde esos juveniles Dos movimientos para timbal y orquesta de cuerda (1956) que hace tres meses recuperaba la Orquesta Nacional de España a las Cuatro piezas españolas que la Orquesta Sinfónica de Madrid dio a conocer el pasado abril; sí de invitar a la escucha de composiciones que han marcado la música española de avanzada, ya las 5 microformas para orquesta (1960) u Odradek (1996), bien Yes, speak out, yes (1968) o Don Quijote (2000), sea Noche pasiva del sentido (1970), Elegías a la muerte de tres poetas españoles (1975), Tiento del primer tono y batalla imperial (1986), Siete cantos de España (1992) o Adagio en forma de rondó (2002), por rescatar solo un puñado de páginas de un creador prolífero e imprescindible.
Todas ellas darán idea cabal del universo halffteriano, pleno de contrastes radicales entre la súbita explosión y el ensimismamiento sonoros, con un dominio magistral de atmósferas expresivas y temporales que apenas deja lugar a la indiferencia del oyente; como tampoco lo hacen las últimas páginas compuestas por Halffter, caso de ese undécimo cuarteto de cuerda cuyo estreno en la Fundación Juan March por el Cuarteto Quiroga deparó, y no solo para ese joven estudiante de 1993, una última oportunidad de reconocer la indeleble impronta de la música y la personalidad del compositor en quienes lo trataron. No me dejaré, sin embargo, arrastrar en estos párrafos por la melancolía – por mucho que este sea precisamente el título de tu próximo estreno, ya póstumo, en el Festival de Canarias de este año– ni por la tentación de hablarte en pretérito, sino convencido de esa “verdadera alegría” que encontrabas, Cristóbal, en las “cosas serias”, con mi emocionado recuerdo y gratitud por tu amistad y por tu música.
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