Corona news 6: El retorno del sastre
Hace unos meses comenté sobre la curiosa (y hasta graciosa, si no fuera por lo serio de la cuestión) estrategia de la Filarmónica de Viena con su pseudoestudio validado por un notario, figura bien reconocida (?) en el ámbito científico por su capacidad sancionadora de la validez de estudios científicos. El relato ofrecido por los vieneses no ofrecía muchas dudas: se había buscado un “experimento” que “avalara” con pátina pretendidamente científica la intención primaria de la gerencia: que se podía tocar en la orquesta como siempre, con las distancias de costumbre. Llamé a aquello la estrategia de “primero tiro la flecha y luego pinto la diana”, que es un dicho popular entre los investigadores para criticar presuntos experimentos que no son tales, sino argucias dirigidas a dar una respuesta predeterminada, que posteriormente se presentan como “investigaciones”. También valdría, para describir el invento, referirse al traje a la medida cortado por un buen sastre.
Y hete aquí que en las últimas horas parece que ha vuelto el sastre, o el de la flecha y la diana, que tanto da. Cegados por el empeño febril y asaz tozudo de reiniciar actividades exactamente como antes de la pandemia, caiga quien caiga, presionados por entornos que consideran inviables los conciertos (y otras actividades) con aforos reducidos, hace apenas unas horas saltó una noticia según la cual científicos de la Facultad de Medicina de la Charité de Berlín, autores en su momento de un protocolo bastante cauto para siete orquestas berlinesas, habían generado una actualización según la cual las distancias entre los músicos podían relajarse (permitiendo de este modo plantillas más completas) y el aforo podría permitirse completo siempre y cuando el público portara mascarilla.
Inmediatamente, medios españoles y extranjeros lanzaron las campanas al vuelo, jaleando la noticia de que los conciertos con aforo pleno iban a ser carta de naturaleza en Alemania (y esperando, lógicamente, que lo serían en otros lugares inmediatamente después). Cuando leí la noticia, y ante el hecho de que no había conocido novedades científicas recientes que modificaran a mejor el escenario del riesgo de contagio en lugares cerrados, tuve la sensación de encontrarme, quizá, con el retorno del sastre y su traje a la medida. “Hay que conseguir que se permitan aforos llenos, así que busquemos el apoyo científico”. En la lectura del documento de la Charité que se refiere al público uno encuentra un parrafito donde se dice que los protocolos iniciales no han logrado la normalización de los eventos, porque el estricto respeto a la distancia implica aforos reducidos y reducción de los ingresos, lo que les convierte en económicamente inviables. Voilà.
A partir de ahí, el sastre acude en auxilio. Ausente la evidencia científica de que la mascarilla permita el acercamiento máximo, esto es, que no haya localidades libres entre espectadores como mandaban los protocolos iniciales, se recurre a lugares comunes como que el público de los conciertos es “disciplinado”, “no habla” y tiene una comprensión adecuada del problema sanitario. Curiosamente no se menciona la palabra tos, porque ahí, naturalmente, el defensor de la “no distancia”, teniendo en cuenta la incidencia media de tosedores en los conciertos, está perdido. El despropósito alcanza su culminación cuando entre las recomendaciones se incluye la de la distancia en las zonas comunes (vestíbulo, etc.). Porque si cierto es que en tales zonas sí se habla y por consiguiente se emiten partículas, el interior de la sala obliga a un tiempo de permanencia largo junto a las mismas personas, de cuyas toses o estornudos no puede escaparse. Y ahí parece que la distancia, por mor de la viabilidad del asunto, es asunto menor.
Curiosamente, el documento respecto a las orquestas cambia pocas cosas respecto a los anteriores, y recomienda una distancia de 1m entre los instrumentistas de cuerda y 1,5 m entre los de viento, arpa, teclados y percusión. Se omite la recomendación de las mamparas de plexiglás, algo que al firmante no le sorprende (aparte del psicológico, nunca les encontré demasiado fundamento).
Con todo, es el documento respecto al público el que levantó las expectativas. Expectativas que rápidamente se desinflaron cuando el Comité de Dirección de la Charité, muy poco después de saltar la noticia, se desmarcó rápidamente de tal recomendación, alegando que ese documento no había sido aprobado por la dirección y que se trataba de material a discutir. El hecho ha sido recogido por Lebrecht en su blog (noticia original; noticia con el desmentido de la dirección de la Charité).
El senador Klaus Lederer y el secretario general del Consejo Alemán de la Música, Christian Höppner, ya habían expresado su sorpresa ante la noticia inicial. El primero resaltaba que “ninguno de los expertos ha declarado que las salas llenas dejen de ser problemáticas por observar unas cuantas medidas de higiene”. No extraña la afirmación de Lederer, porque, de hecho, conviene recordar que la mascarilla es un complemento, no un sustituto, de la distancia social. Y el hecho de que internacionalmente la recomendación de su uso sea “especialmente” en situaciones en que mantener la distancia es difícil, no quiere decir que se constituya en bula para el apelotonamiento.
Así que siento la decepción que muchos van a sentir, pero, aunque el sastre ha vuelto, se le ha visto el plumero, o sea las tijeras y la aguja, más bien rápido. Y lo cierto es que, aunque a todos nos duela, no tenemos evidencia científica, como señala el senador alemán, para defender que el simple hecho de portar mascarilla permite eliminar la distancia y estar “con seguridad” en conciertos con aforo completo.
Rafael Ortega Basagoiti